En 1862, Víctor Hugo escandalizaba a la sociedad europea con su obra “Los Miserables”, que a través de una pluma aguda ilustraba las cloacas de la sociedad del París de comienzos del siglo XIX. En ella aparecían niños y jóvenes viviendo en condiciones infrahumanas: “La mar es la inexorable noche social en que la penalidad arroja a sus condenados. La mar es la inmensa miseria. El alma, naufragando en este abismo, puede convertirse en un cadáver. ¿Quién lo resucitará?”, preguntaba el escritor.

Han pasado casi dos siglos, y ya no en París, sino que en Chile, la historia se repite. Miles de niños y adolescentes vulnerables naufragan en el mar del olvido del Estado y la sociedad toda. Si bien en octubre nos escandalizamos al saber la cifra de la muerte de más de 600 menores en centros directos y colaboradores de la institución; todos esperábamos medidas drásticas al respecto. Aquí sí que era necesaria la retroexcavadora del senador Quintana, porque era el lugar ideal para que lo arrasara todo. Pero el alma se encoge al saber que los niños fueron ignorados por el Estado para el presupuesto de 2017.

Ya lo había adelantado hace unos días la directora del Sename, Solange Huerta, al decir de golpe y porrazo que “mi mandato es mejorar las condiciones de los niños con lo que hay”. Pavimentado el camino, la puñalada final la dio el ministro de Justicia, Jaime Campos, quien nos ha notificado que el presupuesto para los niños vulnerables del país subirá 6,3%. ¡Paupérrimo! Y además me pregunto, ¿cuánto de ello irá a parar a sueldos y reconocimiento para sus empleados? Porque le cuento que, aunque existan todos esos muertos y vidas malditas, el Sename cumplió con índices de excelencia en su gestión. ¡Sí, en su gestión! Este año la cifra de cumplimiento de metas del organismo alcanzó 92%. Dan ganas de llorar o saltar al mar junto a los niños.

Por otra parte, ¿sabe usted cuánto le cuesta al Estado mantener un preso mensualmente? Casi 600 mil pesos. Sí, casi tres sueldos mínimos. ¿Y sabe cuánto dinero se destina a un niño mensualmente en un organismo colaborador del Sename? 201 mil pesos en el caso de María Ayuda, por ejemplo.

Como diría Víctor Hugo, el futuro para estos niños “se ve ya sepultado entre dos infinitos, el océano y el cielo; uno es su tumba; otro su mortaja”.

Triste realidad. Muertes a los ojos de todo el mundo, impunes, y que seguirán ocurriendo. ¿Quién será el próximo? Sin duda, un atentado miserable a los derechos humanos en plena democracia. Quién lo diría. Sobre todo que la sensibilidad izquierdista —se supone— es mayor en estos temas, como les gusta vociferar a ellos. Pero aquí parece que estos niños no importan. ¿Acaso no son chilenos, no son seres humanos?

Claramente, el Estado no está poniendo las prioridades donde debe y está creando un círculo vicioso, porque muchos de esos niños menores pasarán a ser presos que cuesten $600 mil mensuales, más que el sueldo de una gran mayoría de chilenos. Entonces, si las autoridades sí invirtieran en los infantes en riesgo, se cortaría la mala racha autoimpuesta y una vida vulnerable sería recuperada de las tempestades.

“Todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina”, se lee en “Los Miserables”. Pues bien, las muertes de todos estos niños sin voz han cegado a las autoridades, cuando debieron ser un destello de luz que atravesara sus corazones y penetrara las matemáticas. Ello no ocurrió. ¿Quién resucitará a esos niños?

 

Rosario Moreno C., periodista y licenciada en Historia UC

 

 

Deja un comentario