Llegó la Navidad y con ella un cúmulo de sentimientos encontrados. Las tiendas profieren llamativos mensajes y adornan especialmente sus vitrinas a la espera de atraer a más clientes. Éstos responden a la fiebre publicitaria cargados de paquetes, enfrentando largas colas y ánimos caldeados por el tumulto callejero que se encarga de hacernos olvidar, aunque sea por un momento, el sentido que envuelve a esta fiesta.

Son pocos los que logran mantener la calma y organizar su tiempo para asistir a todas las actividades de fin de año, alcanzar a comprar la eterna lista de regalos y no sucumbir al agotamiento que absorbe las energías en esta época.

Es que la Navidad es así. Llega apresuradamente y adosada a un espiral de consumo impresionante pero, sobre todo, es cuando se nos hace más latente la falta de tiempo.  Tiempo que se torna escaso, escurridizo y que se interpone para realmente  rememorar tradiciones y costumbres que transmiten que el entregar y compartir son elementos de enorme trascendencia social.

Es por todo lo antes descrito que recordé y hago mención del libro “Momo”, publicado en 1973 por el alemán Michael Ende. Reconocido como uno de los autores más prolíficos dentro de la literatura infantil por la profundidad de sus obras y aguda capacidad de análisis social.

Momo surgió como un llamado de alerta ante la escasez de tiempo que corrompe las relaciones humanas en la sociedad moderna y sirve de relato y ejemplo para los adultos, quienes siempre argüimos que no nos alcanza el tiempo para cumplir con una serie de responsabilidades, muchas veces autoimpuestas.

El escenario elegido para llevar a cabo la historia es en las ruinas de un anfiteatro, en las afueras de un pequeño pueblo de Italia. Es ahí adonde Momo, una niñita de edad indeterminada, vive sin lujos de ningún tipo, salvo una creciente imaginación que encanta a los niños y cautiva a los adultos debido, además, a que es poseedora de una habilidad muy especial: saber escuchar a los demás.

Sin embargo, la tranquilidad del lugar se ve trastocada con la llegada de los Hombres Grises. Unos individuos extraños, vestidos uniformemente, que convencen a los habitantes de depositar su tiempo en el Banco, para luego recuperarlo con intereses y ocuparlo hipotéticamente después.

Lo que ocurre es más que inesperado, ya que las personas del pueblo comienzan a tener una obcecada obsesión por “ahorrar” su tiempo, dejando de lado toda actividad que comprometa este objetivo. Momo se ve aislada de la sociedad, ya que tanto niños como adultos poco a poco la abandonan debido a que no hay tiempo para ir a jugar o conversar.

Acorde a los análisis posteriores de la obra, la idea principal de Momo puede ser vista como una crítica al consumismo y a cómo la sociedad actual concibe el tiempo acorde a un racionalismo economicista que rinde culto sólo a aquellas relaciones que son contractuales. Es así como se dejan de lado aquellos momentos de reflexión que, sin tener valor económico, son reales e importantes para el desarrollo de la vida humana.

El acontecimiento que se produce durante cada Navidad invoca un espíritu que promueve paz, austeridad, compasión y humildad en el mundo. Sin embargo, ésta suele ser una fiesta más bien ruidosa, como ha afirmado el Papa Francisco. Es por eso que a todos nos vendría bien un poco de silencio y que los sentimientos que afloran durante esta fecha durasen todo el año, ya que la Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado del alma.

G.K. Chesterton argumentaba que había que rescatar a la Navidad de la frivolidad. Nada más cierto, cada vez que acecha aquel frenesí por comprar que compromete a la verdadera esencia de esta celebración. No dejemos que los Hombres Grises que surgen cada Navidad cuantifiquen nuestro tiempo alejándonos, así, de lo importante, ya que el verdadero regalo podría ser, al igual como Momo, darse el tiempo para saber escuchar no sólo a los demás, sino también a uno mismo.

 

Paula Schmidt, Periodista e historiadora Fundación Voces Católicas.

 

 

FOTO:MARIBEL FORNEROD/AGENCIAUNO

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