Hoy 5 de agosto se cumplen cinco años del derrumbe de la mina San José en Copiapó. Un lamentable accidente que estremeció a todo un país. 33 mineros estuvieron por setenta días atrapados a 720 metros de profundidad. Durante más de dos semanas estuvieron incomunicados y Chile entero ignoraba si seguían con vida. La incertidumbre, el sufrimiento de las familias y las complejidades del rescate fueron transmitidos en directo a todo el mundo.
El resto es historia bien conocida, e incluso una película que se estrena esta semana -que ciertamente vale la pena ver- revive estos acontecimientos. Al igual que todos recordamos dónde estábamos para el terremoto del 27 de febrero del mismo 2010, a todos se nos hace fácil recordar qué hacíamos al momento del rescate y la emoción que experimentamos ese 13 de octubre cuando surgió de las profundidades de la tierra la cápsula Fénix con el primero de los rescatados, en un acontecimiento histórico seguido por más de 1.000 millones de televidentes en todo el planeta.
Cinco años después podemos hacer varias reflexiones relevantes, de las cuales destaco solo dos:
La primera, considerar el valor y la dignidad de toda vida humana. La decisión del Presidente Piñera y de su gobierno de insistir en la búsqueda de los mineros -aún con todas las probabilidades en contra-, es una muestra clara del compromiso que una comunidad debe tener con cada uno de los miembros que la componen, especialmente con aquellos que están sufriendo o se encuentran en dificultades. No se deben escatimar esfuerzos, tiempo ni recursos cuando se trata de una vida humana, con la convicción profunda de que el Estado se encuentra siempre al servicio de las personas, que son, a fin de cuentas, el verdadero centro y raíz de cualquier orden social.
Este mismo imperativo político y moral que nos llevó a gastar tiempo y recursos en el rescate de 33 hombres (que va más allá de cualquier examen económico), debe movernos a una acción pública decidida en materias que afectan a millones de chilenos, tales como las colas en los consultorios, la drogadicción en los sectores más vulnerables o el aumento sostenido de la violencia en materia de delincuencia, por nombrar solo algunas de las principales urgencias sociales de nuestro país.
La decisión inclaudicable de no parar hasta rescatarlos con vida, por ejemplo, es la que se debe tener frente a la discusión de una ley de aborto, que pretende abandonar a su suerte a tantas mujeres y niños que pasan por momentos difíciles. A los mineros, a esas mujeres o niños, a los jóvenes que requieren apoyo para estudiar o a las familias que necesitan una mano solidaria, a ninguno de ellos la sociedad los puede dejar solos.
En segundo lugar, es necesario restablecer una cultura del trabajo bien hecho. Mantener vivos por más de 70 días a los mineros, articular la colaboración de varios países y rescatarlos a más de 720 metros de profundidad sigue constituyendo hoy una proeza técnica y política. Proeza de la cual los principales actores fueron los mismos mineros sepultados, que con coraje y decisión lograron ganarle esta pasada al destino, así como sus familias entregadas con fe y decisión en su búsqueda.
Sin embargo, es necesario advertir que esta situación no se hubiese producido si el Estado hubiese cumplido con su rol fiscalizador, considerando que el 2008 el Sernageomin había nuevamente autorizado la operación de la mina San José, que había sido clausurada precisamente por un accidente fatal. Sin ir más lejos, la misma semana del accidente el Presidente Piñera reestructuró toda la plana mayor del Servicio Nacional de Geología y Minería.
Al mismo tiempo, la responsabilidad de los dueños de la mina es evidente, considerando que la explotación minera data de mediados del siglo XIX y que no contaba con las medidas de seguridad exigidas en la actualidad para garantizar la vida e integridad de sus trabajadores. Peor aún es la absoluta falta de empatía de estos empresarios con sus trabajadores y con sus familias en medio de la tragedia.
Hacer bien las cosas tiene un importante valor moral, el cual queda en evidencia en los acontecimientos de la mina San José. Igualmente tiene un efecto práctico inmenso. La labor gubernamental no puede abandonar esta cultura del trabajo bien hecho, de eficiencia y eficacia, al servicio de las personas, porque a fin de cuentas es la mejor manera de poner al gobierno en el servicio de los ciudadanos.
La película “Los 33” concluye con el rostro de cada uno de los mineros, abrazados al término de una historia que muestra lo mejor de lo nuestro: el valor de cada vida humana, el trabajo bien hecho, la importancia de la familia, la fe de los mineros, la solidaridad de todo un país, las tradiciones del norte y tantas otras cosas que nos hacen sentir orgullosos de ser chilenos.
Julio Isamit, Presidente ChileSiempre.
FOTO:FRANCISCO HUERTA/AGENCIAUNO