Lo más notable de la guerra que, hace ya diecisiete meses, desencadenó Rusia en contra de Ucrania, es que los esfuerzos por detenerla son cada vez más escasos, mientras aumenta la certeza de que nadie la va ganar. Cuando esa guerra comenzó, el 24 de febrero de 2022, muchos creyeron que las fuerzas de Putin ocuparían Kiev en pocos días; varias semanas después Rusia debió retirar su larga fila de camiones atrapada en las carreteras, mientras la OTAN comenzaba a creer que el gobierno de Volodimir Zelenski podía resistir el ataque y enviaba crecientes recursos de ayuda para lograrlo.

Pero desde esos primeros días, seguimos el curso de la guerra sin demasiados cambios territoriales visibles. La última “contraofensiva” ucraniana, no ha recuperado el territorio que se anunciaba y ha parecido hasta ahora más una operación mediática que una ofensiva real. Por más que la propaganda del día a día muestre pequeñas ganancias de territorio, que Putin amenace veladamente con sus armas nucleares, que los líderes occidentales sigan visitando Kiev, que se produzcan disidencias con los mercenarios de Wagner, que se organicen conferencias de paz en que Rusia no participa, que se libere la posibilidad de usar bombas de racimo y que se vendan por vía de la OTAN aviones norteamericanos, las fuerzas siguen enfrentadas más o menos en los mismos frentes de febrero de 2022.

Rusia ha causado un enorme daño en una nación vecina y Ucrania ha resistido sin conseguir dar vuelta el tablero. Pero también es cierto que, si Ucrania ha perdido en el plano material, Rusia ha perdido enormemente en prestigio y posición internacional. Nadie la apoya (salvo, por supuesto, Bielorrusia), y nadie la condena desde el Oriente, porque China, la India, las naciones del Pacifico y del sur Asia no quieren verse involucrados, aunque incluso piden frecuentemente el fin de la guerra. Además, para los rusos, que llevan más de 300 años intentando ser plenamente reconocidos como ciudadanos de un país europeo, su aislamiento de todo el resto del continente constituye un daño mayor.

La guerra se ha ido transformando cada vez más en una guerra de posiciones, con fortificaciones y trincheras más permanentes y pocos avances dramáticos. Y en una guerra de posiciones el que tenga más territorio de retroceso, más recursos humanos, acceso más inmediato a abastecimientos y más tiempo, tiene las de ganar. A primera vista, esos factores estarían del lado de Rusia, que ya ocupa parte del territorio ucraniano, no ha vivido muchas incursiones en su territorio, ni se ha destruido su infraestructura, ni sus hospitales ni sus viviendas, ni ha sufrido el éxodo de millones de sus ciudadanos.

Para Rusia el tiempo comienza a ser apremiante. Vladimir Putin inició la guerra de manera completamente unilateral, sin que mediaran provocaciones, sólo con el pretexto de que Ucrania preparaba una ofensiva para recuperar los territorios de Crimea y el Donbass. Eso no sólo era falso, sino que cualquier estratega le habría explicado que le convenía más esperar un ataque que podía rechazar fácilmente, porque la OTAN no podía aparecer apoyando una ofensiva contra Rusia. Pero Putin, quien pocos días antes sugirió un acuerdo de garantías para mantener a Ucrania fuera de la OTAN, prefirió actuar como agresor y lleva un año y medio sin producir resultados. Eso tendría un costo en cualquier gobierno, por muy autoritario que sea; hasta los propios partidarios comienzan a exigir resultados cuando 17 meses después la guerra continúa sin ellos.

El tiempo también juega un papel para Estados Unidos y la OTAN; o más que el tiempo, el costo de la operación. Estados Unidos ha hecho hasta ahora los principales aportes a Ucrania, como siempre ocurre en las operaciones de esta alianza. Probablemente este flujo de recursos continuará, mientras se mantenga en los límites de ahora. La gran pregunta entonces es hasta qué punto puede continuar resistiendo Ucrania el stress cotidiano al que está sometida, con pérdidas de seres humanos y destrucción material. Ucrania no tiene ya recursos propios, naturalmente recurre a sus aliados, pidiendo más tanques y más aviones, además de recursos no bélicos. Y un segundo momento de ayuda, mucho más delicado, es la solicitud de apoyo humano, que tradicionalmente se inicia con asesores y sigue luego con instructores. Es difícil que llegue a la presencia directa de tropas, porque un enfrentamiento con tropas rusas ya atenta contra la paz mundial. Pero incluso dentro de ese límite, si no hay pronto resultados concretos, los llamados a buscar negociaciones y acuerdos, que ya han comenzado a ser más frecuentes en los países miembros de la OTAN y especialmente en Estados Unidos, cuyo Presidente no parece dispuesto a ninguna conciliación.

Para que ello ocurra, se necesitan tres acciones. La primera es que alguna autoridad, alguna o algunas personas de peso en el plano internacional. La segunda es conocer lo más claramente cuáles son las demandas de cada cual. Y la tercera es saber a qué están dispuestos a renunciar para concluir la guerra.

Cuando los dos países más grandes de Europa siguen librando una guerra sin salida, en la que tarde o temprano seguirá siendo necesaria una negociación, debemos lamentar la casi completa inacción de los órganos del sistema internacional, comenzando por Naciones Unidas. Cuando han existido antes conflictos entre dos naciones miembros, la Secretaría General de Naciones Unidas se ha movilizado rápida y efectivamente. Han ido y venido misiones buscando salidas en ambas direcciones. Es cierto que en este caso están comprometidos cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia), lo cual hace más compleja la situación, pero eso no significa que el Secretario General no deba ocupar sus buenos oficios para intentar al menos un dialogo entre las partes. Para el cumplimiento de los tres requisitos fundamentales del mantenimiento de la paz, de acuerdo a la Carta, se requiere el consentimiento de las partes, la imparcialidad y el no uso de la fuerza. Por cierto, el Secretario General puede comprometer su imparcialidad y en ningún caso intentaría el uso de la fuerza. Pero puede pedir, exigir, o demandar a las partes para que acepten una negociación.

Es cierto que la Asamblea General condenó abrumadoramente a Rusia por la invasión de Ucrania. Pero hay muchos países de la ONU que apoyarían una acción más decidida en esa dirección y aceptarían la condición de neutralidad de una mediación de la Secretaria General. Que haya una condena no debería ser un impedimento para iniciar conversaciones directas de la Secretaria con las partes. Un shuttle constante del Secretario en persona o de sus emisarios es mucho mejor que el solo envío de ayuda humanitaria. Después de 17 meses vale la pena intentarlo. Seguramente se dirá que lo ha pedido; pero sería mejor aún si viajara a pedirlo. 

Las demandas de las partes son conocidas. Rusia quiere retener partes de Crimea y los territorios del Donbass (cuenca del Río Donets) en los cuales realizó supuestos referéndums que aprobaron su anexión. Y además exigiría el compromiso formal de la OTAN de no ofrecer a Ucrania ser miembro de ese Tratado. Ucrania y la OTAN exigen la total retirada de todas las fuerzas rusas de los territorios que ocupan en Crimea y el Donbass y también compensaciones materiales por la destrucción causada en Ucrania y los perjuicios a su población.

Es claro que ninguna de las partes podría obtener todas sus condiciones, pero también es posible imaginar algunas condiciones irrenunciables. Desde luego, Ucrania no aceptaría ningún límite a su soberanía y Rusia, por parte, no aceptaría un acuerdo que hiciera posible el ingreso de Ucrania a la OTAN. La negociación, por lo tanto, se centraría en el tema territorial, probablemente mas inflexible por parte de Rusia en lo referente a Crimea, que fue territorio de la República Rusa hasta que Nikita Khruschev (el líder soviético de origen ucraniano) la transfirió a Ucrania en 1954. Rusia se anexó parte de Crimea en 2014 y probablemente, si la mantuviera, sería más flexible en los territorios del Donbass. En todo caso, ninguna de ambas partes ha mencionado siquiera posibles concesiones en el plano territorial.

En cuanto a los aliados, aunque el Presidente Biden sigue proclamando posibilidades de victoria, es muy posible que favorezcan una salida negociada, siempre que se resguarden las condiciones necesarias. Las heridas entre Europa y Rusia tardarán mucho en sanar después de ese conflicto, que dejará sus huellas y probablemente signifique nuevas decisiones estratégicas. En Estados Unidos vienen las elecciones y una paz honrosa es mejor que la guerra. Los países del mundo en desarrollo afectados por las consecuencias del conflicto en los precios y abastecimiento del trigo; y el resto del mundo, en general, saludaría el logro de la paz en el centro del continente Euroasiático, clave para para la paz mundial.

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