Tiempos de toma de conciencia
Soy optimista. En Chile vivimos tiempos en que nuestra sociedad, antes que sus dirigentes, ha tomado conciencia sobre la magnitud del daño que nos hemos hecho por unos 15 años; y comienza a reaccionar. Lo que está ocurriendo nos dice que es posible revertir la pendiente al deterioro que vivimos desde hace largos años…si hacemos las cosas bien.
Tomo esa dimensión de tiempos, 15 años, porque solo pensar Chile a partir de un año de gobierno del Presidente Boric o 4 años de un período parlamentario o presidencial, es parte de las cegueras que sufrimos. Mientras no seamos capaces de mirar y obrar con horizonte mayor, estamos condenados a la chatura.
El año 2022 espero sea el último en que vivamos la ya larga declinación de Chile. Su declinación institucional: fuimos dejando de ser el país admirado, atractivo, seguro y no corrupto por la solidez de sus instituciones y cayendo a otro donde el deterioro de su gobernabilidad se vive a lo largo del territorio, con migración descontrolada, delincuencia, narcotráfico, terrorismo; en el poder judicial, donde la extensión de la impunidad parece ser signo de los tiempos, en los gobiernos, donde desde hace años se viene perdiendo la impecabilidad en el quehacer, el aumento de la improvisación, la incompetencia y la captura del estado como botín político.
Y donde, en consecuencia, su institucionalidad es cuestionada masivamente en plebiscito por una ciudadanía que reclama nueva constitución, esperando encontrar en ella una salida que los actores políticos no le han entregado.
Declinación económica también: pasamos en crecimiento económico de ser “joya”, a terminar en el último lugar entre países de América Latina, luego de años de cifras mediocres; y donde un estilo de ser empresa, no tomó conciencia del cambio de país en 20 años y derivó en estilos que ya no podían seguir y en abusos, colusiones, y otros males que desprestigiaron la actividad empresarial. Declinación entonces de la legitimidad de sus elites políticas y económicas por parte de una sociedad que condenaba su quehacer.
Y llegamos así a tiempos de rabias y de destrucción. De destrucción organizada y premeditada del más democrático y popular símbolo de progreso para mayorías que es el Metro, del saqueo, del incendio de iglesias y hasta del museo de Violeta Parra; de justificación de acciones terroristas, en medio de aplausos de algunos a la violencia.
De destrucción de la economía, drenada por salida masiva de capitales, paralización de inversiones; y retiros irresponsables de fondos de pensión a sabiendas que provocaría inflación, encarecimiento de los créditos hipotecarios y pérdida de capacidad de financiamiento para proyectos de inversión de gran envergadura y plazo; por deterioro de las arcas fiscales.
Si algo faltara, tiempos de destrucción ambiental de magnitudes inéditas, provocada por chilenos contra Chile, en los incendios que destruyeron cientos de miles de hectáreas de bosque que representan la principal razón de los bajos índices de emisión de CO2 que Chile mostraba en comparación con otros países.
Sitúo más o menos en 2008 el inicio de este tiempo oscuro. Año de crisis mundial, en que se esfumó una expectativa, que había durado poco más de 20 años, en que chilenos y chilenas sabían que el próximo año iba a ser mejor que el anterior para ellos y sus hijos.
Tiempos de agotamiento de la Concertación y muy especialmente, del enorme cambio social que significó sacar a 4 millones de compatriotas de la pobreza y abrirles por ende esperanzas nuevas en calidad de vida, acceso a nuevos derechos, educación, en salud y tantas cosas más. Todo coincidía en advertirnos tiempos de vuelco en nuestra realidad nacional.
Pero las recetas que de derecha e izquierda en ese entonces se ofrecieron al país fueron malas, no sintonizaban con la sociedad ni respondían a sus anhelos. Y comenzó una alternancia permanente, signo claro de sucesión de decepciones.
Esperanzas y decepciones en Bachelet, para pasar luego a las de Piñera, para volver otra vez a Bachelet, para reesperanzarse nuevamente en que un nuevo Piñera “ahora sí”…. Y bueno, cuando tampoco funcionó, se aburrieron de los políticos que habían, se rebelaron, estallaron y decidieron apostar a lo nuevo, lo juvenil, lo no contaminado, lo vendedor de paraísos desconocidos: ¡todo nuevo, refundémonos!. Y también les ha ido mal.
Pero reconozcámoslo, Chile tuvo suerte. Llegamos al actual gobierno y a la Convención Constituyente y gracias a eso, nuestra sociedad contó con el tiempo necesario para darse cuenta de “la chichita con que se estaba curando” y poder salir del forro.
Ayudó el circo de la Convención con el fraude sanitario de Rojas Vade, los disfraces de Tía Pikachu y el dinosaurio, los gritos destemplados e insultos cruzados, los deshonores a la bandera chilena, el votante desde la ducha y aberraciones de todo tipo. El espectáculo fue elocuente para millones. Súbitamente entendieron en manos de quienes estaban entregando sus destinos por largos años.
Paralelamente, las chapucerías, incompetencias, disculpas y metidas de pata que caracterizaron al gobierno los meses previos al plebiscito del 4 de Septiembre, fueron sumadas al espectáculo convencional por el propio Presidente y toda su coalición de gobierno, cuando cerraron filas con el engendro de la Convención Constituyente. Confirmaron a una mayoría ciudadana que era necesario salir huyendo.
Así las cosas, el triunfo abrumador del Rechazo el 4 de Septiembre, fue mucho más que el rechazo a un proyecto constitucional. Fue una toma de conciencia masiva sobre lo que significaba entregarse a una lógica refundacional.
Chile se alarmó. Hizo una pausa y entendió que no sacaba nada saltando tras nuevas alternativas y promesas, para ver si esta vez acertaba. Debía exigir lo que a él le interesaba. Y eso partía por recuperar lo que había venido perdiendo por demasiados años. Seguridad y orden público, certezas de gobernabilidad en los temas que priorizaba, derecho a tener un país próspero e inclusivo y a nuevas garantías sociales, rechazo categórico a la violencia y a los que querían partir en todo desde cero. Tomaron conciencia que hace años ya habían llegado a mucho más que cero.
Tras el Rechazo, lo que mayorías clamaron, es por una democracia de acuerdos, que termine con la gritería y descalificación polarizada que luego se expande en la sociedad en degradaciones diversas de la convivencia.
A partir de ese día de septiembre, todo comenzó a cambiar. La orientación del gobierno debía ser reformista, de ninguna manera refundacional. La oposición debía estar también abierta a la negociación. El Presidente dio señas de entenderlo y entregó mando político y económico a ministros con orientaciones moderadas y mayores capacidades de gestión política. Los otrora vilipendiados TPP11 y Acuerdo con la Unión Europeo fueron firmados.
FF.AA. miradas hace poco como enemigas a contener, han aumentado su presencia para controlar la inmigración ilegal en las fronteras del norte de Chile, y también en la contención de la violencia en la macrozona sur. Los irresponsables retiros antes aplaudidos, hoy son rechazados. Descriterios como atacar a las forestales en medio de los incendios que ellas combatían en primera línea, son desautorizados tajantemente.
El nuevo proceso constitucional se inició con la instalación de su Comisión de Expertos, caracterizada por una serena sobriedad republicana, que contrasta a ojos vista, con el aquelarre escandaloso en la instalación de su rechazada antecesora.
La sociedad tomó conciencia de que podía delegar muchas cosas, pero jamás su control al sentido y ritmo de los cambios que quería. El Presidente parece comenzar a entenderlo. La sociedad lo ha valorado. Sus movimientos, sus mensajes, hasta sus peinados, son otros. Es decisivo que así ocurra. Dar gobernabilidad al país es tarea de todos y no solo del gobierno. Sin embargo, la responsabilidad fundamental es de éste. No hay gobernabilidad posible si este no la hace suya como nuevo sello de su gobierno.
Es necesario que las cosas se hagan bien, no solo que luzcan mejor. El 4 de Setiembre en adelante hay oportunidades de cambio que van más allá de una constitución. Es, ni más ni menos, aquella de revertir ese deterioro de 15 años, si somos capaces de construir entre todos un país para todos. Eso significa construir una democracia de los acuerdos, una economía potente de acuerdos donde nadie sobre y todos prosperen, una sociedad que viva y duerma tranquila con su presente y futuro.
No basta un cambio de “look” y comunicacional. Es necesario trabajar con todos y hacerlo con una solvencia que notoriamente le ha faltado al gobierno en su primer año. El llamado cambio de gabinete de estos días, ha sido sin duda positivo, en dos áreas importantes: relaciones exteriores y obras públicas. Pero, simultáneamente, hay sombras que se proyectan sobre este vuelco necesario hacia una democracia de los acuerdos.
Una de ellas, está presente en el fracasado proyecto de reforma tributaria del ministro Marcel. Sabíamos, desde mucho antes del día de la votación, que los partidos más importantes de la oposición habían manifestado voluntad de negociar y se quejaban que no la habían encontrado en el gobierno. Gremios empresariales, de grandes empresas y pymes, manifestaron similar disposición y reclamaron no haber sido considerados. Varios de los otros votos parlamentarios que sorprendieron al gobierno rechazando su voto reforma, se quejaron de lo mismo.
Y entendámonos, negociar es algo más que conversar o dialogar. Es sentarse a concordar con quienes necesitas hacerlo para lograr éxito en tus gestiones, más aún cuando no tienes mayoría y la suerte del país depende también de quienes están más allá de ti mismo. Cuando ante el fracaso, el gobierno cayó además de manera organizada, en el insulto y descalificación sistemática a quienes votaron en contra y motejamientos groseros al mundo empresarial, mostró que aún no entendía las oportunidades que el cambio de país del 4 de Septiembre le ofrecía.
Si quiere responder a los anhelos ciudadanos decepcionados ya por 15 años, el rol del gobierno es conducir acuerdos amplios. Es una demanda a gobierno y oposición. Si está consciente que el programa refundacional murió en esa fecha, porque lo mató la ciudadanía no la oposición, el gobierno debe ser un reformista exitoso en lo que esa ciudadanía le reclama a toda la política chilena.
No asegurar acuerdos exitosos y para peor, descalificar a quienes necesitará mañana mismo para negociar otros acuerdos, es caminar a un fracaso que se puede anticipar. El coro descalificador contradice la reacción del propio Presidente que al conocer el resultado de la votación, hizo invocaciones al acuerdo.
Una segunda sombra, es probablemente solo extensión de la primera. Se escuchan comentarios de que la negociación tributaria estaba agotada antes de comenzarla con la oposición, porque habría sido muy dura la negociación dentro del gobierno entre sus “dos almas”. No me consta si es así. Sin embargo, me sirve para explicar la magnitud de esta sombra.
Si el gobierno quiere de verdad aprovechar la oportunidad que significa el llamado ciudadano del 4 de Septiembre a forjar acuerdos en torno a lo que la ciudadanía quiere, su obligación es trabajar incansablemente por acuerdos. No es una opción partidista, esta forzado a optar entre ciudadanía y refundacionalismo.
Desgastarse internamente en disputas entre nostálgicos de la refundación y deseosos de cambios reformistas, es muestra patente que aún no privilegia escuchar a mayorías ciudadanas. Esto no quedó zanjado con el reciente cambio de gabinete y es condición de su éxito en los tres años que le quedan.
Tiempos de tomar conciencia. Reitero, estoy convencido que el Rechazo ha abierto la oportunidad de salir de una trampa de 15 años, donde la política fracasó en dar respuesta aceptable a los anhelos ciudadanos. Una clave de ese fracaso es que fue compartido por derechas e izquierdas. Una sociedad que se ha mostrado más sabia que sus políticos, ya no quiere seguir buscando respuesta en otras alternancias. Las ha probado todas. Quiere un país de acuerdos y creo que tiene razón.