Chile ya se perdió en la carrera presidencial. La casi segura victoria de Sebastián Piñera, sumada a la fragmentación de la izquierda, ha generado una aridez brutal en la discusión pública, justo en momentos en que es muy importante pensar qué país hay que construir.

Uno de esos temas que pasó colado es la creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Es de vital importancia saber qué piensan los candidatos sobre este Frankenstein que armó la Nueva Mayoría a partir del proyecto impulsado por la administración de Sebastián Piñera, y que aprobó de manera unánime el Congreso, sin tomar en cuenta los problemas que trae su concepción e implementación.

¿Por qué es tan relevante hacerse cargo de este tema? Como sabemos, la cultura y las artes inciden de manera muy importante en cómo entendemos la sociedad. Es decir, las distintas manifestaciones artísticas —incluyendo también a los medios de comunicación— transmiten no sólo un mensaje artístico, sino también una manera de ver el mundo. Hasta ahí, nada fuera de lo común. El problema se da cuando se instituye un Ministerio cuyo primer fin es reivindicar las culturas indígenas, con un marcado acento de revancha, que mantiene el sistema arcaico de un Estado financista de las artes y —sorpresa— conservando el control editorial del sistema.

El problema del rescate de la cultura de los ancestros tiene dos caras. Por una parte, se prefiere lo indígena por sobre lo contemporáneo, decisión entendible desde el relato mítico de la izquierda, pero injustificable desde el punto de vista de los requerimientos de la escena cultural del siglo XXI. Es una preferencia anacrónica y arbitraria. Por otra parte, es imposible que la formalización administrativa logre captar y canalizar la actualidad cultural, tomando en cuenta un mundo cada vez más globalizado, donde la frontera entre el “aquí” y “allá”, el “nosotros” y “ellos” es cada vez más difícil de determinar. Se crea una institucionalidad para rescatar “el ayer” cuando más se necesita pensar en “mañana”.

La vocación “indigenista” del nuevo ministerio supone otro problema gigantesco: si la cartera viene a saldar una deuda con los pueblos originarios, eso implica posicionar una visión de la historia muy clara, de un Chile como una víctima de la conquista española. Se da por zanjada una discusión que está lejos de alcanzar la paz en las sedes de la historia. Así, se pasa por alto la rica síntesis cultural que implicó el encuentro entre el mundo europeo y el indígena, que da origen a una cultura distinta a las anteriores, propiamente latinoamericana.

Además de los problemas de foco, existe un problema de prioridades. El ministerio tiene un sesgo marcado hacia el subsidio de la creación. Los fondos están para que el artista produzca, en circunstancias en que el mayor nudo cultural es la falta de acceso de la población a los bienes culturales, sobre todo en los sectores socioeconómicos más bajos. Esta mala priorización mete a los artistas en el bolsillo del gobierno de turno, y genera un exceso de creación que choca con la falta de posibilidades para entrar en contacto.

En resumen, estamos frente a un ministerio pensado como un coto de caza para los creadores, que no dice nada sobre las audiencias, y muy poco de una cultura moderna, que está en constante cambio y que, más que burocracia, requiere mejores herramientas y menos formalidades para flotar y florecer. Una institución que se suma a la pesada carga del legado negro de Bachelet, que el próximo gobierno tendrá que trabajar con retroexcavadora para transformar en un aporte.

 

Rodrigo Pérez de Arce, coordinador de Cultura Fundación para el Progreso

 

 

FOTO: LEONARDO RUBILAR/AGENCIAUNO

 

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