Esta semana el candidato a la Presidencia por Chile Vamos, Sebastián Piñera, dio a conocer su programa para mejorar las pensiones de los chilenos. Más allá de los análisis financieros que los economistas podrán hacer de cada una de sus medidas, como ciudadana común preocupada de la situación de las actuales y futuras generaciones de personas quisiera compartir algunas dudas que me surgieron, inquietudes que me quedaron haciendo ruido. Al igual como ocurre con la historia previsional de los chilenos, en la propuesta de Piñera también se advierten lagunas.

La propuesta es encabezada por la medida de aumentar la tasa de cotización en cuatro puntos adicionales con cargo al empleador. Buena promesa para los trabajadores. Sin embargo, aun cuando se habla de un incremento gradual, ojalá que tengan considerado avanzar con igual determinación en legitimar previamente esta política en el sector empresarial, de manera que comprenda, acepte y valide el espíritu del proyecto. De lo contrario, la medida puede terminar siendo un desincentivo a la contratación, un golpe bajo a los salarios y una nueva fuente de conflictos. No basta con que el esperado crecimiento económico regule todo, es importante buscar consensos con los privados (sobre todo pequeños y medianos empresarios).

Un segundo punto interesante es que las mujeres tendrán derecho a una bonificación especial siempre que hayan cotizado más de 16 años. Pero de acuerdo con un estudio de la Asociación de AFP que analizó 79 mil pensiones pagadas en 2015, más de la mitad del universo femenino cotizaba menos de 10 años. O sea, muchas mujeres no serían beneficiarias de la medida. ¿Cómo se hace cargo entonces la propuesta de reducir las lagunas previsionales de las mujeres? ¿Se fomentará de alguna forma la corresponsabilidad entre hombres y mujeres de manera que el cuidado (de niños y adultos mayores) no sea solo “cosa de mujeres” y no seamos nosotras las que debamos abandonar nuestro quehacer laboral cuando las demandas familiares apremien?

El candidato fue enfático también en ofrecer incentivos monetarios a quienes decidan voluntariamente extender su permanencia en el trabajo. Es curioso, sin embargo, que en paralelo los parlamentarios -también de su coalición- hayan estado aprobando leyes para otorgar incentivos económicos al retiro voluntario del sector público (a partir de los 60 años para las mujeres y 65 años para los hombres). En caso de resultar electo, se agradecería una línea de acción consistente: cumplida la edad para pensionarse, ¿se apoyará el retiro o la permanencia laboral? Es raro que para afuera se exija una lógica y, puertas adentro, se actúe al revés.

Hay que tener cierta cautela, además, con promocionar de manera uniforme la extensión de la trayectoria laboral, pues las realidades de los trabajadores son muy heterogéneas. No todas las personas se desempeñan en oficina. Por ejemplo, un obrero de la construcción podría querer seguir laborando (ya sea por razones económicas o porque no se imagina la vida sin trabajar), sin embargo, las faenas en las que se desenvolvía habitualmente pueden con los años volverse eventualmente más perjudiciales para su salud y que la empresa vea un mayor riesgo en mantenerlo activo (los mayores tienen una tasa baja de accidentabilidad, pero sus licencias pueden ser más largas). Pareciera pertinente que, en paralelo, se analicen también otras opciones como fomentar el retiro parcial o la reconversión laboral al interior de las organizaciones, de manera que los trabajadores de empleos que exigen esfuerzo físico no salgan desfavorecidos con esta medida. Una vez más, hay que conversar con los privados de distintos rubros.

La propuesta también habla de la obligación de destinar hasta el 1% de recaudación de comisiones para financiar iniciativas de educación previsional. Necesario, pero no es lo único que importa. Urge una mirada más integral del ser humano y educar para planificar la vejez. Un estudio de la Universidad de Chile y el Servicio Nacional del Adulto Mayor (2015) mostró que el 67,8% de los encuestados dice estar preparándose poco o nada para enfrentar su vejez. Aumentar las pensiones sin duda es una buena noticia, pues permitirá acceder a más bienes, servicios y a sentir cierta tranquilidad económica. Sin embargo, hay estudios que muestran que, una vez que se supera el umbral de tener las necesidades básicas cubiertas, el poseer más dinero no aumenta necesariamente la sensación de bienestar. Los cambios que se presentan en la adultez mayor, si no se abordan adecuadamente desde una perspectiva también psicosocial, pueden desorganizar por completo a una persona, dañar su salud física y/o mental, y terminar, paradójicamente, afectando igual su bolsillo.

Que las pensiones no absorban todos los esfuerzos de los hacedores de políticas públicas en materia de adultos mayores. Enfrentar de manera exitosa el desafío del envejecimiento de nuestra población exige una mirada más integradora de las políticas y un pacto social entre Estado, empresa y personas.

 

María Paz Carvajal, socia directora 60 y Más Consultores

 

 

FOTO: RODRIGO SAENZ/AGENCIAUNO

 

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.