Hace algunos días publiqué, en este mismo espacio, una reflexión relativa a un problema que podría acarrear la nueva fórmula de elección parlamentaria, sobre el que poco y nada se ha discutido: el nuevo sistema proporcional, lejos de terminar con los “arrastrados”, probablemente los multiplique y los institucionalice. Y, tal como expliqué en esa columna, aquel no es un asunto de justicia electoral, sino de expectativas y, por tanto, de legitimidad.

Pero el tema de los arrastrados no es la única alteración problemática del nuevo sistema. Para dar con la nueva fórmula, los 60 distritos originales fueron reagrupados en 28, lo que implicó la fusión de dos o hasta tres distritos en uno solo. Han surgido así los Mega-Distritos, los que —cual esperpento abominable digno de Hollywood— presentan no pocas amenazas para el futuro de una institucionalidad política que, hoy más que nunca, necesita raíces sólidas.

Primero: los Mega-Distritos son una tremenda barrera para los candidatos desafiantes. Si ya le costaba a un candidato nuevo darse a conocer en las 12 comunas del antiguo distrito de Quillota (y sin contar las recientes restricciones a la publicidad callejera), ahora la tarea parece titánica: este distrito se fusionó con otros dos y tiene ¡26 comunas! ¿Quiénes resultan beneficiados con esto? Los incumbentes —los que van a la reelección— y los candidatos famosos, pues ambos cuentan con conocimiento previo y parten con un saldo positivo. Flaco favor para un sistema que ya ofrece suficientes trabas para los desafiantes.

Segundo: por su extensión geográfica, los Mega-Distritos se traducen en campañas prácticamente inabarcables y excesivamente caras. Y esto no es sólo una mala noticia considerando los vaivenes presupuestarios a los que se han enfrentado los candidatos en todo Chile; es además cuestionable, porque —de nuevo— beneficia a los incumbentes, quienes cuentan con una plataforma ya armada. Además, las distancias a cubrir pueden hacer de las nuevas campañas una “danza de millones”, lo que está muy lejos de esa aspiración de considerar la política como un intercambio de ideas, más que un gallito por posicionamiento y recordación.

Tercero: es posible también que los Mega-Distritos afecten negativamente la labor de representación de los diputados, tan importante como su labor legislativa. Debido a la enorme cantidad de comunas, es esperable que los parlamentarios concentren su trabajo distrital en las grandes urbes. Por ejemplo, la comuna de Nueva Imperial, en la Araucanía, pasará de representar el 23% de su anterior distrito, a apenas un 6% del nuevo. El tiempo en las semanas distritales es escaso y hay que administrarlo bien. Luego, es de toda lógica ir donde están los electores. Los Mega-Distritos podrían generar, de esta manera, una excesiva concentración en las capitales regionales y provinciales, con la resultante ausencia de las autoridades de las zonas alejadas. Y eso es algo que, a la larga, puede restarle legitimidad al sistema.

Cuarto: no sólo el hecho de que los distritos sean gigantes afecta la representatividad. También lo hace el hecho de elegir un número abultado de parlamentarios, pues los Mega-Distritos elegirán entre tres y ocho diputados. Es decir, en muchos lugares habrá dificultad para seguirles la pista a nuestros representantes. Algo de esto ya lo sabemos: ¿quién puede nombrar a todos los concejales de su comuna? Es cierto que la naturaleza de los diputados es distinta, pero de todas maneras, en un distrito que tiene seis, siete u ocho legisladores, será extremadamente fácil olvidar quiénes son. Y una vez olvidado aquello, se acabó nuestro poder de accountability, es decir, de fiscalización sobre nuestras autoridades.

Raya para la suma, el cóctel que nos presentan los Mega-Distritos no es para nada alentador. Probablemente tengamos una Cámara de Diputados con mayor participación de partidos chicos, pero cada vez más alejada de la ciudadanía. Con el nuevo sistema corremos el riesgo de transformar al Congreso Nacional —uno de los bastiones de nuestra democracia— en una echo chamber, más interesada en zanjar sus propias tribulaciones ideológicas que en resolver los problemas sociales que afectan a millones de chilenos. ¿Qué hacer entonces? Hay varias propuestas para ensayar. Pero eso será materia de una futura columna.

 

Roberto Munita, abogado, magister en Sociología y en Gestión Política, George Washington University

 

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO

 

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