El verdadero escándalo del Frente Amplio no es el conflicto en torno a la negociación de su plantilla parlamentaria, ni los modales de Alberto Mayol. Nadie que se tome en serio la vida política se ofende hasta las lágrimas por un desacuerdo a gritos, ni tampoco desconoce que, para sellar un pacto electoral, los conglomerados deberán pasar antes por crisis de distintas magnitudes, unas más ventiladas que otras.

El asunto que moviliza hoy al Frente Amplio es otro, muchísimo más trascendente.

Lo primero que probablemente desconcierta a sus seguidores, es que el conflicto parece empezar y terminar en la figura de Giorgio Jackson. Que no es cualquier dirigente, ni cualquier diputado, sino el símbolo de la pureza ética que se arroga la nueva izquierda: Jackson era hasta esta semana el héroe que luchaba contra la desigualdad y los poderosos de siempre (la versión criolla de un Pablo Iglesias, peleando contra la casta, enemiga del Podemos), el juez que condenaba todo olor a cocina en el Congreso o a consensos que desestructuraran la consigna original de “El Programa”, el que apuntaba con el dedo de Twitter a quienes se atrevieran a cruzar la frontera de su estricto código moral.

Y hoy sucede que el héroe en cuestión y uno de los orquestadores del #ChaoBinominal, será por segunda vez consecutiva candidato al Congreso sin competencia, en una fórmula que prácticamente garantiza su elección en noviembre; y ha desplegado en pocos días todos los movimientos posibles para hacer caer a quien osaba amenazarlo (ni más ni menos que el ex candidato presidencial que le permitió al Frente Amplio levantar una primaria). Para resumir: del señor Jackson, ni pureza ética, ni mejores prácticas políticas, ni mucho menos talante para una lucha electoral de verdad.

El daño para Beatriz Sánchez no es verse envuelta en un enredo de relaciones internas, sino exponer su total ausencia de liderazgo para prevenir el conflicto, conducirlo cuando ya fue inevitable y —el mal de todos los candidatos de la izquierda hoy— zigzaguear, en menos de 24 horas, desde el respaldo a la exclusión de Alberto Mayol de la lista de candidatos, al respaldo a su reincorporación. Adicionalmente, ella resulta también dañada cuando, a pito de escopeta, intenta convertir artificialmente una pelea electoral en una lucha de sexos, para levantar su “gobierno feminista”. Otra cosa es con guitarra y, como dijo alguien en estos días, una era la Beatriz Sánchez que apretaba con preguntas a sus entrevistados, otra la que se sienta en el plató de la política real.

El caso Mayol no es el resultado de la impericia juvenil, sino la reproducción —a otra escala, naturalmente— de la clásica purga marxista ejemplificadora, para marcar quién manda y quién obedece, contra un grupo que incomoda al Frente Amplio (porque, como dijo el propio ex candidato presidencial, para sus líderes hoy no es conveniente mostrarse tan abiertamente de izquierda). Se ha creado un crimen, con un enemigo y una víctima; se ha alentado la condena moral y pública en manada contra quien amenaza al líder, para finalmente sentenciarse un castigo.

Todo el episodio desnuda la materia prima del Frente Amplio. Una izquierda que tiene de nuevo su estética, reemplazando el charango y el poncho con motivos andinos, por la mochila, el pitillo y el iPhone, pero con los métodos de acción política de siempre y la misma inspiración de la vieja izquierda: la lucha de clases, disfrazada de equidad y justicia… caiga quien caiga.

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile

@isabelpla

 

 

FOTO: FRANCISCO CASTILLO D./AGENCIAUNO

 

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