Si bien el gobierno de Michelle Bachelet solo lleva un año y tres meses, el ejercicio de empezar a distinguir posibles candidatos presidenciales para las elecciones de 2017 resulta interesante, siempre y cuando se haga con la advertencia de que en política dos años son una eternidad -más en el escenario actual- y tiempo suficiente para derrumbar las más altas promesas y poner de pie a figuras aparentemente hundidas. En ese sentido, el olvido de la opinión pública en política es casi tan radical como en el deporte.

Si hay una figura de la Nueva Mayoría que hoy reúne todos los elementos para imaginarse con la banda presidencial en marzo de 2018, es la senadora Isabel Allende. Ella misma ha dicho que no es tiempo para pensar en ello, pues sus responsabilidades actuales son demasiadas. Pero, seamos honestos, todo político tiene por necesidad que pensar de vez en cuando cuáles serán sus siguientes movimientos en el tablero del poder.

La presidenta del PS es una carta que tiene tantos riesgos como atractivos.

Estos últimos saltan a la vista: en medio de un ambiente de descrédito político y de crisis de confianza transversal, la senadora figura en las encuestas con las más altas tasas de aprobación y los índices más bajos de rechazo. Ella atribuye estos buenos resultados en parte a la imagen potente que generó el que, como presidenta del Senado, fuera quien entregara la banda presidencial a la actual mandataria  el 11 de marzo de 2014. Y es verdad, pero este es sólo un trozo de un relato que, posiblemente, sea lo que haga más sugerente a la primera presidenta del PS. Su biografía personal y política es, para cualquiera que construya su campaña de marketing electoral, un campo bastante fértil: hija menor de Salvador Allende, su relación con el momento más convulsivo de Chile en las últimas décadas es aún más atractivo que el de la actual mandataria. Una historia personal y familiar marcada permanentemente por la tragedia.

Todo lo anterior no hace ver nada forzada la imagen electoral de la hija de un ex presidente que, en marzo de 2018, entre a La Moneda por Morandé 80, por donde salió el cuerpo sin vida de su padre 45 años antes. Un relato llamativo nacional e internacionalmente.

Ahora bien, a este seductor canto de sirenas debe ponérsele coto. El gran riesgo de esta narrativa es que, por el momento, carece de todo contenido. Como botón de muestra, actualmente la primera presidenta del Senado participa de la comisión de Minería y Energía y en la de Medio Ambiente y Bienes Nacionales, dos instancias que si bien resultan claves para la zona que representa, no están en la agitada agenda de debate político nacional. En ese sentido, Allende está ausente de los grandes temas y más que declaraciones fortuitas y algunas entrevistas, poco se conoce su postura formal y detallada en, por ejemplo, educación, trabajo y, ni hablar, el proceso constituyente que estaría por iniciarse. Algo extraño para una senadora que presidió la Cámara Alta y que ahora encabeza el partido de la Presidenta de la República.

Hasta el momento, ha estado inmaculada en la actual crisis de corrupción que sacude al mundo político. A tal punto, que ha declarado con estratégica humildad que “todos hemos sorteado la ley y usado un resquicio”, siendo el suyo unos rayados en paredes previos al tiempo oficial de campaña pero que no decían “vote por”. Es decir, un pecadillo venial en comparación con los de muchos de sus colegas. Pero, ¿cuál es su propuesta concreta para salir de este entuerto? Hasta ahora, declaraciones que parecen más bien un cerco de protección que una invitación a dar soluciones.

Entre otros países, Chile ya tiene experiencia en la compra electoral de un envoltorio colorido y luminoso que pareciera reflectar las necesidades más profundas del ciudadano medio. De hecho, hoy mismo estamos viviendo las consecuencias de elegir un producto de ese tipo.

El candidato perfecto fácilmente puede esconder a un político falto de contenido. Por lo mismo, dos años quizás sea suficiente para exigir contenidos y así no tropezar –dos veces seguidas– con la misma piedra.

 

Alberto López-Hermida, Doctor en Comunicación Pública y Académico Universidad de los Andes.

 

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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