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En una columna de junio pasado que titulé “¿Y dónde está el candidato?” sostuve que la izquierda no disponía de nombres entre los suyos para asegurar un lugar en la papeleta de la segunda vuelta presidencial de 2025. La carencia de liderazgos con capacidad para desembocar en una candidatura presidencial competitiva han puesto al progresismo en una situación inédita. Algo así era apenas imaginable cuando se respiraban aires refundacionales después de la cómoda elección de Gabriel Boric en diciembre de 2021, y hasta aires de superioridad -Jackson dixit- cuando el actual gobierno se instalaba ufano en La Moneda.

Nada hacía presagiar lo que vendría: una colosal derrota en las urnas a los pocos meses de un ejercicio gubernamental ya golpeado por chambonadas y dislates, sólo para dar paso a otra no menos rotunda en mayo pasado. Una suerte de golpe de knock-out seguido inmediatamente de otro para dar con el contendiente en el suelo (y un tercero aguarda casi con toda seguridad el próximo año con ocasión de la elección de alcaldes, impelido por el escándalo de las fundaciones).

Era inevitable que los gruesos errores políticos cometidos uno tras otro por la izquierda le pasaran la cuenta a sus liderazgos y, por consiguiente, a su potencialidad electoral. Sus mejores nombres, los que parecían más competitivos en un escenario ya suficientemente desafiante para los incipientes liderazgos oficialistas, fueron pulverizados por esos mandobles electorales cuya fuerza no ha dejado a ninguno indemne.

Por cierto, si tal cosa se produjera -que ningún candidato de izquierda alcance la segunda vuelta- se convertiría en un hecho político de la mayor significación. Sería la primera vez desde el retorno de la democracia que el bando del espectro político que ha salido victorioso en seis de las ocho elecciones presidenciales desde 1990 quede fuera de combate de cara a la vuelta decisiva, asegurando un triunfo de la derecha que ésta nunca ha concedido a su contraparte de esa forma ni en sus peores momentos (siempre alcanzó la segunda vuelta en las ocho elecciones presidenciales hasta aquí).

La situación no se ha modificado mayormente desde junio, aunque últimamente el nombre de Michelle Bachelet haya salido al ruedo para intentar llenar ese pasmoso vacío. La declaración de la ex Presidenta fue lo suficientemente oblicua y condicional como para salvarla de un bochorno si acaso no se empina en las encuestas sobre candidatos presidenciales: “Espero no estar frente a este dilema” declaró la semana pasada, causando no poco revuelo. Pero es muy improbable que lo vaya a tener que enfrentar en tanto sus cualidades, que le abrieron el camino a la primera magistratura en dos ocasiones, no sintonizan esta vez con las principales demandas del electorado, esto es, seguridad ciudadana y crecimiento económico. No la ayudará tampoco haber apoyado sin reservas el malogrado texto constitucional de la Convención Constitucional y su desafortunada declaración de entonces “no es perfecta, más se acerca a lo que yo siempre soñé”.

Ni que decir de las ministras Tohá y Vallejo, que no podrán desembarazarse del lastre de un gobierno de poquísimas luces que pronto enfrentará un nuevo plebiscito, quién lo habría dicho, con la obligación de impulsar -la necesidad tiene cara de hereje- el Apruebo de un texto que ni por un momento se acercará a lo que la izquierda siempre soñó. Pero un eventual Rechazo en diciembre sería aún peor, una derrota desgarradora que dejaría a la izquierda partida en dos.

¿Cómo es que pudo llegar a esta encrucijada casi maquiavélica, en condiciones tan desmedradas y deprimentes, se preguntarán sus adherentes? Incluso los más lúcidos entre ellos no deben encontrar una respuesta fácil. Pero lo cierto es que algunas de sus causas están a la vista. La política exige cuantiosos talentos y aptitudes a sus participantes, todavía más en momentos de tan altas exigencias como las que el país ha enfrentado en los últimos años. Habrá que decir que no ha sido sólo la inexperiencia, sino que la reedición del voluntarismo y el desvarío -incluso de sus generaciones más experimentadas-, lo que la ha puesto ante una serie de derrotas sucesivas que no parece que vayan a cesar y que amenazan con seguir causándole severo daño en lo que resta del período de gobierno.

Ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones

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