¿Qué es ser socialcristiano hoy? Al parecer, no existe consenso y es mucha la confusión respecto de cómo plantearse en política. En efecto, el partido inspirado en esta vertiente, la Democracia Cristiana (DC), no consigue acordar cómo desde el humanismo cristiano se interpreta su doctrina social para conducir la política en estos tiempos.

En los hechos, más bien se habla de progresismo y de política de alianzas para promover reformas que apunten a una sociedad más justa e inclusiva (menos desigual), pero sin una visión de mundo presentada desde el humanismo cristiano. Lejos han quedado los tiempos en que las trasformaciones estructurales, por ejemplo, eran para los campesinos. En efecto, en el contexto del siglo XX el humanismo cristiano encontró una respuesta a la necesidad por dignificar a las personas que vivían en el campo a merced de los latifundistas, sin títulos de dominio y sin derechos sociales básicos. En la lógica política de aquellos tiempos, la Falange y luego la DC dieron una respuesta trascendente y en la práctica trasformaron  las condiciones de los más desamparados, avanzando en la construcción de un Chile más próspero.

En aquellos años, el humanismo cristiano vino a ser una respuesta al materialismo histórico presente en movimientos y partidos políticos de ese entonces, con una propuesta social no improvisada y articulada desde el seno mismo de la sociedad, de la mano con los que sufrían injusticias sociales.

El partido inspirado en esta vertiente filosófica, la Democracia Cristiana, no consigue acordar cómo desde el humanismo cristiano se interpreta su doctrina social para conducir la política en estos tiempos».

Hoy, inmerso en una sociedad más individualista en la cual el sujeto busca ejercer su voluntad sin restricciones y muchas veces a costa de la responsabilidad política y social, pareciera que las ideas que promueve doctrinariamente el humanismo cristiano se enfrentan a un contrasentido, si es que la estrategia es administrar poder en una sociedad en que los paradigmas han mutado vertiginosamente, sobre todo  en las últimas décadas. En efecto, el ethos predominante pareciera mil veces más pragmático y menos afecto a las convicciones. Por ello, para muchos el desafío de gobernar el país en estas nuevas lógicas va acompañada de renuncias en lo identitario, ya que  el cambio social se guía por derroteros posmodernos, en donde la tradición y la doctrina se aprecian como lastres para conseguir audiencia en la opinión pública. Incluso, muchos dirigentes están por eliminar la inspiración cristiana en la discusión partidaria en la DC.

Lo anterior se complejiza aun más cuando los dirigentes políticos, en general, siguen comprendiendo el mundo desde la diada izquierda y derecha, quedando al descubierto una gran cantidad de “contradicciones”. Por mencionar algunas, la sociedad en que vivimos hoy denota transversalmente características más liberales en el sistema político representativo, por lo que mantener a personas de identidad socialcristiana divididas por razones históricas resta fuerza a la articulación de política pública que provenga desde este acervo cultural-ideológico; se mantienen por parte de representantes del humanismo cristiano alianzas políticas con actores que tienen un constructo político en que el sector es percibido como un obstáculo para alcanzar su ideal societal; las desconfianzas políticas e institucionales tienden a ser una característica central de la actuación política, cuestión que debilita los postulados y visión social del panhumanismo y fortalece el individualismo. Estas son sólo algunas de las contradicciones que explican las debilidades por las que atraviesan los actores que se reconocen como herederos de esta tradición filosófica.

Hoy se requieren líderes que estén dispuestos a actuar con audacia, rompiendo esquemas a objeto de facilitar un diálogo socialcristiano, ya que con ello no sólo hay acuerdos políticos sustentables, sino que se presenta una forma de enfrentar la deshumanización que se observa en nuestras relaciones interpersonales. En efecto, vivimos en una sociedad evidentemente más próspera que la del siglo pasado, pero más carente de afecto.

La soledad en la que abandonamos a nuestros adultos mayores y la indignación por sus bajas pensiones; la indiferencia social con los niños que en Chile nacen en condiciones de vulnerabilidad; la banalización con que se tiende a discutir la situación de los inmigrantes; la exigencia constante por cristalizar más y más derechos sin una mirada de responsabilidad social, entre otros, son temas a los que el humanismo cristiano —centrado en la protección de la dignidad humana— debiera atender sin importar la agenda del gobierno de turno.

Hoy en día, el humanismo cristiano está convocado a extender los brazos al hermano, a crear comunidad; ya soportamos duros tiempos de desafectos.

 

Jaime Abedrapo, profesor UDP y militante DC

 

 

FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO