El MINEDUC ha terminado la “obra gruesa”, tal como nos señaló la autoridad, y testimonio de ello es el nuevo plan curricular propuesto. En este se reduce a su mínima expresión la enseñanza de la historia de Chile y la filosofía. A mi juicio, este es el camino que por años ha movido las reformas curriculares (cuyo antecedente lo tenemos al eliminar la historia de Chile como requisito de admisión universitaria o convertir los cursos de filosofía en psicología de manual), y consiste en invisibilizar la ignorancia. En la medida que todos los ciudadanos sean igualmente ignorantes, la ignorancia se vuelve invisible. En “1984” de Orwell, Winston señala que “Julia nunca discutía las enseñanzas del Partido a no ser que afectaran a su propia vida. Estaba dispuesta a aceptar la mitología oficial, porque no le parecía importante la diferencia entre verdad y falsedad”. Asimismo, bajo nuevos rótulos, el curriculum del Estado se ha vuelto una camisa de fuerza orientada a una aparente demanda social. El gobierno que retrata Orwell, de una sociedad que opta por invisibilizar nuestra historia y el pensamiento, nos sugiere cuestionar quiénes son los expertos en educación y de qué tipo de demandas estamos hablando.

En el detalle, el nuevo programa nominalmente propone una línea basal de formación ciudadana. La pregunta que surge de inmediato es qué tipo de formación ciudadana no supone la filosofía y la historia de tu país. En efecto, en la Ley 20.911 (http://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=1088963) que crea el Plan de Formación Ciudadana para los establecimientos educacionales reconocidos por el Estado no se señala que, esta asignatura, la impartan al menos preferentemente los profesores de filosofía. Asimismo, los objetivos de desarrollar habilidades de pensamiento crítico. ¿Sabrán los expertos en educación de dónde surgió la lógica, la argumentación y la epistemología?

Es cosa de revisar las redes sociales para hacerse una idea de los niveles de tolerancia al debate crítico sin caer en los insultos, el maniqueísmo o la falacia. No es extraño, por ende, que la confusión reine en los debates públicos, y que casi en ningún tema hoy tengamos puntos en común, entre el ciudadano a pie y quienes lideran dicho debate. Hoy nuestra élite se mueve por la inercia, los periodistas se volvieron jueces, y el Estado es un botín que repartirse, dando lugar incluso a populares consignas de boicot institucional por un líder sui generis.

El caso más reciente de esta crisis institucional en educación lo vive el Instituto Nacional. Un puñado minoritario de alumnos, jugando a la política de los combos y las patadas, desconocen las consecuencias de sus actos. Seguramente no tendrán siquiera noción de lo que ello significa. Boicoteando un test que históricamente el liceo ha liderado, deja sin subvenciones a los profesores/as. Algunos/as apoderados/as al parecer perplejos son incapaces de cumplir sus deberes y hacer cumplir los de sus hijos. No existe debate, se imponen los “movimientos estudiantiles” con acciones añejas e ilegales, y la educación pública es tierra de nadie. El sostenedor, la Municipalidad, no tiene autoridad, se viola el derecho a la educación y el otrora mejor liceo de Chile toca fondo. Se volvió un lugar común entender que el Instituto Nacional era un colegio competitivo y, esto es, discriminatorio; y la meritocracia, por tanto, un criterio injusto de justicia distributiva (contra Aristóteles). Al parecer, el lugar común nunca se ha detenido ni siquiera a ver los efectos de la competencia en el deporte. Mientras tanto, el último Premio Nacional de Literatura es institutano. Manuel Silva Acevedo se suma así a Antonio Skármeta, José Miguel Varas, Pedro Prado. ¿Cómo? ¿Un colegio del que egresan poetas y hombres de letras?

No es extraño que en Chile dedicarse a las humanidades o las ciencias sea algo raro. Un hijo de vecino quiere un hijo/a ingeniero/a o abogado/a, y probablemente nunca recibió formación ética. El mismo joven que despotrica contra el lucro, quiere estudiar “para ganar plata” o “tener pega”, mientras la corrupción aflora por todos lados. Quizá, por lo mismo, tener en todas las instituciones tantos “expertos” sin formación humanista sea hoy parte del problema. ¿No será que no saben de educación, sino de economía política? Cuando se consolida esta disciplina, en la Escocia ilustrada del siglo XVIII, los “economistas” eran formados en letras e historia, lenguas clásicas y filosofía moral. Quizá esta falta de fondo histórico nos está pasando la cuenta y hayamos olvidado que en Chile,  en vez de expertos, existió un tiempo en que tuvimos a Andrés Bello, a Federico Johow o a Jean Gustave Courcelle-Seneuil, entre los extranjeros; o a Juan Gómez Millas o Eugenio González Rojas, entre los chilenos. Este último, también egresado del Instituto Nacional, fundador de la Federación de Estudiantes Secundarios, ex decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile y que asesoró al gobierno venezolano en fundar su propio Instituto Pedagógico.

Por lo mismo, que el estudio de nuestra historia y la filosofía son claves. Lo mismo las letras. Así, al menos deben existir las instancias para aquellos espíritus que asuman y valoren su estudio, y se sumen a la construcción de nuestras instituciones desde una perspectiva histórica y crítica. Si no seguiremos en este pedregal, dominado por la ignorancia, que se camufla con un discurso solidario, pero que no es más que irresponsabilidad, erística vacía; o como Julia de “1984”, creyendo que siempre hemos estado en guerra con Eurasia.

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