Alguien comparó hace algunos días a la Nueva Mayoría con una “orquesta desafinada”. Las coaliciones políticas suelen pasar por momentos críticos, en particular cuando se tironea a sus partidos entre la lealtad al gobierno y la lealtad a la propia identidad o incluso a las convicciones.

Por desafinada que suene la orquesta a veces, por complejas que parezcan algunas situaciones en la coyuntura, están dentro de lo esperado en todo gobierno. Los problemas de verdad comienzan cuando dos de cada tres declaraciones públicas de los líderes de un partido son para criticar a un gobierno. Eso parece estar ocurriendo en la relación entre la DC, el gobierno y la Nueva Mayoría.

Durante la campaña presidencial de 2013, muchos vimos en el PC el factor más complejo para garantizar gobernabilidad. Eran los recién llegados, la fuerza política que hacía la diferencia entre la antigua Concertación y la Nueva Mayoría; y por sus posiciones históricas y porque cada vez que podían Camila Vallejo o Guillermo Teillier avisaban que, de triunfar Michelle Bachelet, se mantendrían con un pie en la calle y otro en La Moneda, había expectación respecto a su comportamiento como parte de una coalición de gobierno.

La DC, en tanto, actuaba con el aplomo de una veterana del Chile republicano, un partido grande, con experiencia, con tradición. Primero ponía con toda tranquilidad su firma para que naciera la Nueva Mayoría, luego daba su respaldo a la candidatura de Michelle Bachelet, para finalmente, en octubre de 2013, dar luz verde al bendito Programa, insigne momento en el que Ignacio Walker, entonces su presidente, señalaba:

«Hacemos nuestro el programa de Michelle Bachelet que es nuestra candidata y de la Nueva Mayoría, que es nuestro acuerdo electoral. Creo que este programa recoge muy bien la diversidad no sólo de la Nueva Mayoría, sino de la sociedad chilena y eso es muy importante resaltarlo».

Más aun, Walker insistía justo en dos hechos: su prolijidad y la participación activa de la DC en su formulación:

«Nos sentimos interpretados por este programa que ha contado con la participación de 620 expertos en 40 áreas temáticas en 33 comisiones, ha habido una participación muy clara, efectiva de la DC ahí».

Nadie previó que, meses después, el PC estaría muy acomodado en el poder y que el factor disonante, la piedra en el zapato del segundo gobierno de la Presidenta Bachelet, sería la DC.

Desde el principio del mandato, la falange comenzó a perfilarse públicamente como si fuera la verdadera oposición. El 2014 va a quedar registrado como un año con decenas de entrevistas de sus dirigentes intentando enmendarles la plana a los ministros de Hacienda, Interior y Educación respecto de las reformas emblemáticas, las mismas que ellos habían asumido como propias e incluso a la mismísima Presidenta de la República.

La actitud de la DC excede la del partido que quiere marcar una diferencia. Se parece más a la de un disidente que nunca duerme: desde sus pódiums se ha acusado a la Nueva Mayoría de “progresismo infantil”, se ha recordado una y otra vez que el oficialismo no es un “pacto político”, sino un “pacto programático” –distinción majadera y en la práctica irrelevante cuando en virtud de ese pacto programático se están cambiando aspectos tan sustantivos de un país– y, en el súmmum de la performance opositora, hace un mes se planteó que las prioridades del gobierno de la Presidenta Bachelet serían desde ahora la economía y la delincuencia, o sea, una agenda de derecha desde una coalición que cada semana se corre un metro más a la izquierda.

¿Qué ocurrió? La DC probablemente aspiraba a corregir el modelo de desarrollo social que la Concertación había administrado durante 20 años y así interpretaba al Programa: una reforma educacional que mejoraría la calidad especialmente de la educación pública y los controles de la educación particular subvencionada; una reforma tributaria que aumentaría la recaudación para aumentar la cobertura de las prestaciones sociales hacia la clase media; una reforma laboral que equilibraría el poder al interior de la empresa.

La primera campana de alarma para la DC fue la entrada de la retroexcavadora: la maquinaria pesada aspiraba a arrasar con una forma de desarrollo económico, social y político y no simplemente a corregirlo. No le bastó la respuesta tibia de la Presidenta Bachelet a la impertinencia del Senador Quintana, que en pocas semanas se convirtió en la metáfora perfecta para representar el espíritu predominante en un importante sector de la Nueva Mayoría.

Con todo, si con su voz sigue marcando diferencias con bastante éxito en los medios, en el Congreso la DC ha levantado disciplinadamente sus dos brazos para aprobar todas las reformas que impulsa el gobierno, marcando apenas un matiz por acá, un matiz por allá. La gradualidad se ha convertido para ellos en un refugio semántico, pero en la práctica da lo mismo si una reforma que la mayoría de los especialistas estima mala terminará de implementarse el año que viene o en cuatro años: tarde o temprano el daño se producirá de todas formas.

Es ingrato el papel que juega hoy la DC, amarrada a una orquesta que contribuyó a fundar desde una posición protagónica, convencida de que seleccionaba sus partituras, sus tiempos y a sus mejores músicos. Sus violines son los que suenan ahora desafinados y cambiar a la orquesta completa, ni hablar de su directora, no parece fácil.

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile.

 

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/ AGENCIAUNO

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