En vez de lamentarse de que Bachelet esté llevando al país en la dirección equivocada, la derecha debería tratar de entender por qué los chilenos consistentemente prefieren la hoja de ruta del modelo social de mercado que tempranamente consensuaron la Concertación y la Alianza, pero insisten en votar por pilotos de la centro-izquierda para que dirijan los destinos del país.

Aunque muchos en la Nueva Mayoría todavía creen fervientemente que los chilenos votaron por un cambio de rumbo en 2013, la evidencia es cada vez más concluyente sobre el verdadero mensaje del electorado, y de esa opinión pública vociferante que ni siquiera se molestó en votar. Los chilenos votaron por Bachelet para que facilite el ingreso a la clase media a los millones que esperan ser beneficiarios del crecimiento, y para que fortalezca la precaria condición de muchos otros que todavía temen volver a la pobreza en la que estaba sumida una gran parte del país hace 25 años. La gente no quiere cambiar de rumbo, quiere acelerar el paso para llegar antes a la tierra prometida. También quieren evitar que en el camino, los abusadores —de ahí la demonización del lucro— frustren sus sueños. Los reclamos contra el lucro en educación y las demandas por educación de calidad gratuita reflejan tanto los miedos de miles de familias de que no podrán alcanzar la ansiada condición de clase media como las súplicas por ayuda en esta difícil tarea de construir una mejor vida para sus familias.

Porque en sus primeros meses se dejó llevar por los cantos de sirenas refundadoras que advierten sobre un inminente estallido social, el Gobierno ahora sufre las consecuencias de haber echado a andar la retroexcavadora. Temerosa de que en vez de construir más puentes, Bachelet termine por demoler los angostos cruces que hoy existen, la gente se asustó cuando vio que la retroexcavadora ha puesto en riesgo las insuficientes —pero reales— opciones de movilidad social que existen en Chile. El rápido enfriamiento económico —con las nefastas consecuencias que tendrá para el empleo y para la capacidad de consumo de los sectores más vulnerables— y las crecientes dudas sobre los efectos inmediatos de la reforma educacional, le están recordando al Gobierno que, después de la fiesta del lucro, viene la resaca de la realidad del temor y las expectativas incumplidas.

Es verdad que la derecha —y la propia Concertación— ha leído mejor que la NM la temperatura del país. La Alianza parece entender (o al menos resignarse a) que el país necesita cambios graduales, pero no cosméticos. Pero en su afán de evitar tener que hacer su propio examen de conciencia sobre sus responsabilidades en la derrota de 2013, la Alianza apuesta a lo que espera sea el backlash contra Bachelet —la reacción violenta de castigo contra la retroexcavadora de la Nueva Mayoría—.

Es verdad que la gente castigará al gobierno de la NM cuando quede claro que no tendremos ni educación gratuita de calidad (que permita a sus hijos acceder a los mismos colegios donde hoy se educa la elite) ni las vigorosas tasas de crecimiento a las que nos habíamos acostumbrado. Pero ese castigo a la NM no se traducirá automáticamente en señal de apoyo a la Alianza. La gente bien puede terminar buscando otras alternativas. Después de que Piñera habló de la tierra prometida, pero terminó gobernando de la mano de los que simbolizan el abuso, y su gobierno dejó la impresión (injusta, pero prevalente) de que los ricos se llevaron la tajada más grande de la torta, Bachelet llegó prometiendo más inclusión, pero la torta ahora parece estar empezando a achicarse.

Felizmente para ella, la gente no asocia a Bachelet con la impopular clase política. Si las cosas no funcionan, es porque a Bachelet no la dejaron gobernar. Hábilmente, desde su primer mandato, Bachelet supo victimizarse y desligarse de las responsabilidades que le cabían a su gobierno. Desde la vocecita que le advertía sobre la inconveniencia de iniciar el Transantiago hasta su negativa a reconocer responsabilidades en la fallida respuesta gubernamental al terremoto de 2010, Bachelet evitó asumir las responsabilidades que le caben a los mandatarios. Pero si la gente ya la perdonó más de una vez y la volvió a escoger Presidenta, resulta poco práctico apostar a que esta vez el costo político del estancamiento económico y la pérdida de brújula de la reforma educacional lo vaya a pagar la Presidenta. Para la gente, si las cosas no funcionan, es culpa de cualquiera, menos de Bachelet.

Así, resulta contraproducente que la Alianza centre sus críticas en la Presidenta. Esa estrategia ya no funcionó en los cuatro años del gobierno de Piñera. Tampoco va a funcionar ahora. El gran desafío que tiene la derecha es encontrar una forma para que los chilenos, que cotidianamente legitiman con sus acciones y decisiones el modelo económico, escojan como líder a algún representante de la Alianza que, defendiendo el modelo, se sepa ganar la confianza, y el cariño, de la ciudadanía.

 

Patricio Navia, Foro Líbero y Académico Escuela de Ciencia Política UDP.

 

 

FOTO: HANS SCOTT/AGENCIAUNO

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.