Con la marcha de los camioneros transmitida en directo durante un día completo por todos los canales, el descontrol de la delincuencia, el bajón macroeconómico y el despelote educacional, cuesta creer que la popularidad de la Presidenta Bachelet no siga cayendo en las próximas semanas hasta romper el récord de todos los presidentes desde el retorno a la democracia, que aún tiene Sebastián Piñera, aunque apenas por unos puntitos.

Es cierto que Piñera nunca ha sido un maestro en materia de habilidades blandas y, por lo mismo, nunca ha resultado simpático. Aunque trató y trató de caer bien, nunca lo consiguió, así que en la siguiente elección los chilenos optaron por una presidenta carismática y empática. Después de todo, el crecimiento económico y el progreso social parecían correr con piloto automático.

Ahora varios indicadores objetivos, especialmente macroeconómicos, demuestran indesmentiblemente que el país está estancado o retrocediendo, y de pronto los chilenos parecen haberse dado cuenta que con pura simpatía no basta, que las cuentas no se pagan con sonrisas ni la delincuencia se detiene con buena onda. Ahora se exigen resultados concretos, buena gestión y liderazgo. Y como esta demanda no está siendo suficientemente satisfecha, Bachelet está perdiendo reputación aceleradamente entre todos nosotros —sus stakeholders—.

La inmensa mayoría de los líderes de opinión de todos los sectores ahora reconoce —incluidos los columnistas de izquierda que tanto molestan a La Moneda últimamente— que las cosas en Chile se están haciendo estrepitosamente mal en muchas áreas sensibles. Y esa mala gestión explica que la desaprobación gubernamental se encarame al 90% en materia de seguridad, y al 80% en el ámbito educacional, por ejemplo. Bachelet ya no es considerada creíble, ni es querida. Incluso medios de comunicación afines a ella le faltan el respeto impunemente, y ya casi nadie la defiende.

¿Por qué Bachelet ha sufrido este descalabro reputacional? ¿Por qué la gente ya no la quiere? Según investigadores como Robert G. Eccles, Scott C. Newquist y Roland Schatz, que se han especializado en el estudio de estas materias, las personas y/o organizaciones pierden reputación básicamente por tres cosas: a) porque su buena fama no tenía bases sólidas, b) porque no son capaces de reconocer los cambios de opinión o de expectativas de los grupos a los que deben rendir cuentas, y c) por descoordinación o falta de comunicación interna entre sus distintas unidades. Y el gobierno ha dado claras y numerosas muestras de estar sufriendo todos estos síntomas.

Con respecto al primer punto, es evidente que la Nueva Mayoría con Bachelet a la cabeza supo proponer una candidatura exitosa y convertir un puñado de eslóganes estudiantiles pegajosos en un programa atractivo. Pero la buena fama que le permitió a la Nueva Mayoría ganar la elección presidencial ahora le pesa como una losa al conglomerado, que se ha mostrado extraordinariamente incompetente a la hora de gobernar. Sus  problemas ya no son solo de gestión y ejecución, pues ni siquiera es capaz de planificar y proponer políticas medianamente decentes. Sencillamente queda la impresión de que el gobierno no sabe lo que quiere, y parece haber caído en una espiral de proyectos contradictorios, ensayando y errando cada día, proponiendo hoy una cosa y mañana justamente lo contrario.

Es cierto que el gobierno también sufre por un cambio de expectativas de los chilenos (causa de riesgo reputacional n° 2), porque ahora estos ya no apoyan las mismas reformas ni las mismas demandas sociales que llevaron a Bachelet a La Moneda. Y esto es lógico, porque el gobierno tuvo que convertir un puñado de lemas de campaña en un conjunto de proyectos de ley que —a falta de pericia técnica y liderazgo político— han resultado francamente insatisfactorios, dejando a distintos sectores descontentos.

Y por último, la falta de coordinación interna (causa de riesgo reputacional n° 3) es tan evidente y transversal, que no pasa un solo día sin que un ministerio no meta la pata y dé muestras de desorden e improvisación, como lo demuestran los constantes cambios y recambios a la reforma educacional, sin que nadie sepa en qué va a terminar todo eso ni quiénes van a terminar pagando el pato. Lo mismo se vio con el manejo de la crisis de los camioneros, donde en un principio se amenazó a los manifestantes con aplicarles la Ley de Seguridad Interior del Estado e impedirles su ingreso a la capital, para después terminar cediendo y recibiéndolos en La Moneda, provocando nuevas y profundas divisiones internas entre el ministro del Interior y su subsecretario.

¿Cuánto más puede seguir cayendo la reputación de Bachelet? Algunos expertos en investigación de mercados aseguran que la impopularidad de la Presidenta no debería seguir bajando mucho más, y que su crisis reputacional ya habría llegado al piso. Otros no están de acuerdo y aseguran que Bachelet podría sufrir la misma malade que el Presidente socialista François Hollande, que se convirtió en un éxito rotundo como candidato, pero en un fracaso total como ocupante del Palacio del Elíseo.

Lo que está claro es que el desafío que Bachelet tiene delante por recuperar la confianza y el apoyo de los chilenos parece cada vez más titánico. Y por ahora, al menos, no se ve cómo podría superarlo.

 

Ricardo Leiva, Académico de la Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes.

 

 

FOTO:CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

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