Al pesimismo observado en nuestro país en materia de las expectativas de crecimiento económico para este año, se suma la misma mirada respecto de los efectos del cambio tecnológico sobre el empleo, así como sobre las consecuencias económicas y sociales del comercio exterior. En este último ámbito ello ha ido a la par de un renovado proteccionismo económico internacional; considerar el comercio exterior como un juego de suma cero, unido a la sensación de que la apertura económica genera una pérdida de cohesión social, explican en gran parte las reacciones que se observan en esta área.

Por otra parte, los efectos de los cambios tecnológicos sobre el empleo han sido un tema de preocupación desde hace siglos. El movimiento de los luditas en Inglaterra a principios del siglo 19, que protestaban contra las nuevas máquinas a vapor que afectaban el empleo, es un ejemplo claro en este sentido. El cambio tecnológico ha impulsado, y va a seguir impulsando, profundas reasignaciones productivas, incluyendo de empleo, en las economías. De ahí la aparición cada cierto tiempo, y en particular en los últimos años, de distintos estudios sobre “el futuro de los trabajos” e incluso sobre la “obsolescencia” del trabajo.

Efectivamente muchos de los empleos del futuro serán distintos de los del presente, de la misma forma que los empleos de hoy son muy distintos de los de algunas generaciones atrás. Y, dada la rapidez del cambio tecnológico, es muy probable que estos procesos sean más frecuentes en el futuro. El punto es que hay industrias completas donde las formas de hacer las cosas hoy en día son muy distintas de como eran en el pasado, y quiénes trabajan ahí deberán acomodarse a la nueva realidad. Hoy día existen industrias y empleos que eran absolutamente inimaginables algunas generaciones atrás, y uno podría esperar que este mismo tipo de patrón se replique en el futuro. Los procesos de reacomodo asociados al cambio tecnológico se han dado en el pasado, contando con un mayor o menor sostén de la política pública; ello ha generado que las transiciones productivas sean más o menos costosas desde un punto de vista social.

En otras palabras, desde un punto de vista de la política pública, el problema que debemos enfrentar a futuro es el de facilitar las reasignaciones de empleo que inevitablemente van a ocurrir en la economía. De la misma forma que los luditas no pudieron detener los avances de la industrialización, nosotros tampoco podemos detener los avances de la incorporación de nuevas tecnologías en el trabajo. Es más, hacerlo sería tremendamente ineficiente, como podría verse al observar el comportamiento de los luditas modernos.

Más allá de las distopías de la ciencia ficción, el cambio tecnológico no es un motivo para ser pesimista respecto del futuro de la sociedad; todo lo contrario. Es cosa de pensar en los nuevos adelantos que nos ha entregado el progreso tecnológico en el pasado reciente, y que nos permite disfrutar de mayores niveles de bienestar. Para anotar sólo algunos ejemplos, ello debiera permitir producir más alimentos, contar con procesos de producción más limpios desde un punto de vista medioambiental, y tener acceso a tratamientos de salud más efectivos y más baratos. Ser pesimistas sólo sería válido si nos revelamos como incapaces de adaptarnos a este nuevo entorno. En el Chile de hoy los debates sobre la jornada laboral de 40, 42, o 44 horas semanales no apuntan al problema central, que es de la falta de adaptabilidad laboral. Esto no sólo se refiere al régimen de las jornadas laborales, sino al acompañamiento y capacitación ante las reasignaciones de empleo que se van a seguir produciendo con mayor frecuencia.