Primero, porque la “ola azul” que habían prometido sus rivales estuvo lejos de materializarse. Los demócratas reconquistaron la Cámara después de ocho años y ganaron gobernaciones importantes en el Medio Oeste industrial (Michigan, Illinois, Wisconsin), pero estuvieron lejos de arrasar, como habían prometido. En el Senado, los republicanos aumentaron de manera considerable su mayoría y también consiguieron triunfos en las elecciones para gobernador en Florida y Ohio, dos estados cruciales en la carrera hacia las presidenciales de 2020.

 

Si bien el control de la Cámara devuelve a los demócratas a la primera línea del poder en Washington y les entrega influencia para definiciones importantes o incluso para formular un impeachment contra Trump, este concentró sus apoyos en los candidatos al Senado, donde el avance republicano asegura que una acusación contra el Presidente (el sueño declarado de la “resistencia” norteamericana) carece de futuro y garantiza que la silenciosa, pero muy efectiva, revolución conservadora en el Poder Judicial de Estados Unidos seguirá su marcha con el nombramiento de jueces en diversos niveles que apoyan la interpretación “originalista” de la Constitución.

 

La apuesta de Trump rindió frutos, lo que demuestra que sus instintos políticos están muy vivos.

 

Segundo, porque Trump sobrevivió a unas elecciones difíciles que él mismo convirtió en un plebiscito sobre su persona y su gestión.Tradicionalmente, las elecciones de mitad de período son complicadas para los presidentes en ejercicio. En 1986, Ronald Reagan perdió el control del Senado y retrocedió en la Cámara a manos de los demócratas; en 1994, Bill Clinton sufrió con la ola neoconservadora liderada por Newt Gingrich y su Contrato con América; en 2006, George W. Bush encajó una derrota que condicionó el resto de su gobierno, y en 2010 Barack Obama padeció lo que él mismo calificó como una paliza al perder ambas cámaras del Congreso en medio del irrefrenable surgimiento del Tea Party. Comparado con esos resultados, Trump tuvo el martes un desempeño más que aceptable conseguido en buena medida porque personalizó al extremo la elección al ponerse a sí mismo y sus políticas en el centro del debate, en una apuesta arriesgada dados sus relativamente bajos índices de aprobación, que se ubican en torno al 40%. Sin embargo, la apuesta rindió frutos, lo que demuestra que los instintos políticos de Trump están muy vivos, que tiene coraje para seguir su intuición y que eso resulta frustrante para sus rivales, que hoy se ven confundidos al no conseguir sus objetivos.

 

La base electoral que ha construido el mandatario logró contener lo que se decía iba a ser una avalancha azul.

 

Tercero, porque Trump consolidó su base de apoyo en unas elecciones de alta participación. El Presidente estuvo muy activo en la campaña, cerrando su intervención con una gira de seis días en los que encabezó 11 actos masivos. Con su presencia e intervenciones, Trump logró que los votantes rurales y conservadores que ayudaron a elegirlo en 2016 fueran a votar, consolidando su indisputable liderazgo y capacidad de convocatoria en esos electorados, que en algún momento parecieron desmotivados y reacios a concurrir a las urnas. Ello fue clave para equilibrar el resultado en unas elecciones en las que sufragaron alrededor de 100 millones de personas, alcanzando 42% de participación, un record en el último medio siglo para unos comicios de este tipo en EE.UU. La sensación que queda es que, pese a que los demócratas realizaron un enorme despliegue y no escatimaron esfuerzos ni recursos para incentivar a sus votantes y promover el rechazo a Trump, la base electoral que ha construido el mandatario logró contener lo que se decía iba a ser una avalancha azul.

 

Trump insistió en las amenazas que enfrenta Estados Unidos, ya sea el desafío chino o la inmigración proveniente de América Central. Sabe que cuando el país se divide en dos bloques bien definidos, sus posibilidades crecen.

 

Cuarto, porque Trump es todavía capaz de poner los temas sobre los que se debate. Pese a que para una porción importante de la población –especialmente los votantes de los suburbios— asuntos como la atención de salud siguen siendo claves a la hora de definir su voto y a que Trump no ha conseguido mejoras en ese aspecto, el Presidente fue capaz de fijar la agenda y el tono de la campaña. Desechando el consejo de algunos líderes republicanos que pedían un mensaje positivo centrado en la recuperación de la economía y la rebaja de impuestos, Trump volvió en esta campaña a insistir en las amenazas que enfrenta Estados Unidos, ya sea el desafío chino o la inmigración proveniente de América Central. Cuando el país se divide en dos bloques bien definidos, las posibilidades de Trump (al igual que ocurrió antes con Obama) crecen. Para un político disruptivo como él, la polarización es un terreno conveniente, pues le permite poner en discusión los temas que le interesan y en la forma que le gusta.

 

Quinto, porque Trump consolidó su poder al interior del Partido Republicano. Varios de sus rivales al interior de la colectividad fueron derrotados, como los representantes Carlos Curbelo (Florida), Barbara Comstock (Virginia) y Mike Coffman (Colorado) y el gobernador de Wisconsin Scott Walker, un favorito del establishment republicano. Por otro lado, el retiro de figuras relevantes como el presidente de la Cámara, Paul Ryan, y la agónica reelección del senador Ted Cruz en Texas, unidos a las victorias obtenidas en estados clave por candidatos trumpistas como Ron de Santis, Brian Kemp (gobernadores electos de Florida y Georgia), Kevin Cramer, Rick Scott, Josh Hawley y Mike Braun (senadores electos por Dakota del Norte, Florida, Missouri e Indiana ) allanan una eventual nominación como candidato sin competencia interna para el 2020.

 

Trump podrá enfocarse en su campaña de reelección, para la cual ya ha recaudado más de US$100 millones.

 

Sexto, porque ha quedado bien ubicado para la carrera presidencial de 2020. Aunque nunca  es sencillo extrapolar los resultados de las midtermsa la elección presidencial, Trump ha conseguido superar un examen serio sin sufrir daños significativos. Es cierto que quedó debilitado y con un importante flanco abierto en la Cámara de Representantes, pero también lo es que no fue derrotado. Ahora podrá tomar decisiones clave que postergó por las elecciones, como reemplazar al fiscal general Jeff Sessions (cosa que ya hizo ayer en la tarde) para poner en su lugar a alguien que le garantice mayor control sobre la investigación de la “trama rusa” que encabeza el fiscal especial Robert Mueller, o destituir a la secretaria de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, con quien ha tenido desencuentros. También podrá enfocarse en su campaña de reelección, para la cual ya ha recaudado más de US$100 millones. Que Trump haya concentrado sus esfuerzos en las últimas semanas en brindar apoyo a los candidatos republicanos al Senado, y que le haya ido tan bien en esa tarea, sugiere que el Presidente será un rival muy difícil de vencer en 2020.

 

 

FOTO: RODRIGO SAENZ/AGENCIAUNO