Durante casi medio siglo forjamos con Jorge Edwards una amistad intelectual esporádica, que despegó en el Perú. Era la última semana de julio de 1978 y Enrique Zileri, director de Caretas, acababa de leer Persona non grata. Enterado de que el autor estaba en Lima, en casa de Mario Vargas Llosa, me comisionó para entrevistarlo. Dado que Jorge era un gran conversador, la entrevista mutó en una charla de dos horas sin tregua. Pero, como en el periodismo rige la dictadura del espacio, lo publicado fue el equivalente a 10 minutos. Apenas una degustación
Cuarenta años después recuperé la transcripción completa y pude editarla para un libro reciente con capítulos de mi memoria. Fue un trabajo fascinante, que me permitió verificar lo antiguo y sostenido de la coherencia humana, literaria y política de Jorge. Vayan a continuación algunos extractos, en modo despedida a uno de los más brillantes intelectuales de América Latina.
Preludio
Lo conocí en París, en 1971, en la oficina de embajador de Pablo Neruda. Mientras el poeta me llenaba de encargos para Chile, relativos a indolencias funcionarias, sonó un golpe leve, se abrió la puerta de su despacho y entró un funcionario cuarentón y calvito, con el impecable aspecto de los diplomáticos de Cancillería. Era Jorge Edwards, ministro consejero de la misión, de quien yo sólo sabía que fue el primer diplomático chileno acreditado ante la Cuba de Fidel Castro.
Cuando se retiró, tras despachar papeles de rutina, Neruda me hizo un comentario cómplice: “Es un muchacho magnífico, muy eficiente, de los pocos hombres de izquierda que hay en el Ministerio”. Agregó que venía llegando muy golpeado de su experiencia cubana y quería escribir un libro. Él lo apoyaba, aunque podía ser un problema político para Allende. Por eso le aconsejó que dejara reposar lo escrito y reflexionara bien antes de publicarlo.
Jorge no tuvo oportunidad de mostrarle su texto. Antes llegó el 11 de septiembre de 1973 y luego la muerte enigmática del poeta. En diciembre de ese año Persona non grata estaba en las librerías del mundo y su autor saltaba de la parroquial celebridad santiaguina al jet-set literario. Pero, también debió saltar fuera de la Cancillería y borrarse de los circuitos de las izquierdas intelectuales. El libro indignó de manera ecuánime a los castristas -algo que ya había previsto Neruda- y también al régimen de Pinochet.
Escarmiento de Neruda
Siete años después, instalados en la biblioteca barranquina de Vargas Llosa, conté a Jorge esa confidencia de Neruda. Reaccionó entre sorprendido y entusiasta. Dijo que eso lo había comentado en otras ocasiones y muchos reaccionaban con incredulidad: “Eso no lo puede haber dicho Neruda”.
Abundó, entonces, sobre las intrigas y entretelones de su designación en Cuba, como primer enviado diplomático de Allende. Para Castro no fue grato que un miembro de la familia Edwards y amigo de Neruda protagonizara el primer encuentro oficial entre su revolución cubana y la revolución chilena en ciernes. El mismo Neruda había tenido experiencias amargas con sus ultraortodoxias, pues Castro no apreciaba su talante político, más propio de un socialdemócrata que de un “verdadero revolucionario”. Con base en esa antipatía, los sargentos culturales del “líder máximo” habían dirigido una carta pública al poeta, reprochándole agasajos literarios recibidos en el “imperio” y su amable relación con políticos “burgueses”, como el presidente peruano Fernando Belaunde. En el fondo, era un disparo por elevación contra el Partido Comunista, que rechazaba la estrategia castrista de la vía armada y, en 1969, había levantado a Neruda como presidenciable.
Jorge me confirmó que fue con ese escarmiento que Neruda le aconsejó suma prudencia: “escríbelo todo y ya se verá cuando se publica”.
-¿Qué te habría dicho de haberlo leído antes?
-Posiblemente nunca me habría dicho “este es el momento de publicar”.
-Y a ti te parecía urgente.
-Yo quería publicarlo durante el gobierno de la Unidad Popular. Me parecía necesario, pues el gran nudo de la política chilena era el problema de la ultraizquierda, del modelo cubano.
Galería de retratos
Ya en el tobogán de la historia patria en desarrollo, pido a Jorge que aplique su percepción literaria a algunos personajes entonces principales, comenzando por Salvador Allende.
-Es un personaje romántico, que viene del pasado chileno y que, paradójicamente, tomó la jefatura del movimiento revolucionario. De ahí le vino esa simpatía machista por el MIR.
-¿El jefe comunista Luis Corvalán?
-Era un buen líder comunista para la etapa anterior, cuando el PC era el partido líder de la oposición. Pero cuando surge un proceso de proyección internacional, queda por debajo de los requerimientos.
-Tú tenías buenas relaciones con el líder socialista Carlos Altamirano.
-Soy amigo de él. Pero me parece algo impermeable a la realidad. Es el autor de esa frase-disparate “avanzar sin transar”. Lo más antileninista que puede haber.
-A Clodomiro Almeyda lo describiste como “el más sensato de los ministros de Allende”.
-Creo que es un hombre lúcido, con respecto a las perspectivas de y en Chile. Creo que habría negociado para evitar el golpe, pues tenía un gran sentido del compromiso y es un hombre honesto. Me parece malo que él y los líderes de la Unidad Popular estén en Berlín Oriental. Nuestra oposición debe buscar fórmulas independientes y es difícil que las encuentre allí.
-¿Y Pinochet?
-Suele comparársele con Hitler. Pero yo creo, más bien, que se parece a Carlos Ibáñez, ese hombre de pocas palabras, con algo del espíritu del huaso chileno.
Censura y modelo económico
Cuando le comenté que su bombástico libro recién se podía leer en Chile, Jorge dijo que a los sostenedores del régimen les gustaba mucho, en cuanto lo leían como un ataque a la revolución cubana, pero repudiaban su crítica a la dictadura de Pinochet. Era una notable simetría de todos los sistemas totalitarios, pero con una diferencia que lo había impresionado: “En el campo socialista no es siquiera pensable una apertura, mientras que los totalitarismos de derecha siempre terminan por abrirse, por ceder frente a la presión”.
-Tú conoces bien a los teóricos y escritores disidentes.
-Creo que la tradición cultural y la historia nacional importan más que las ideologías. Neruda me dijo una vez “es que siempre en Cuba ha existido un Manuel Piñero”. Y yo diría que en Rusia siempre ha existido un Beria. En la disidencia se da el mismo fenómeno. Solzjenitsyn, como pope ruso del siglo XII y Sajarov, como socialdemócrata europeo, configuran una polarización clásica. La vieja división entre Turguenev y Tolstoi, el intelectual a la europea y el místico ruso.
-¿Esa tendencia indicaría que en Chile la situación está cambiando?
-Hay muchos signos. La gente vuelve a leer, a interesarse en las cosas de la cultura, a participar en los movimientos teatrales. Incluso hubo el reconocimiento de una tendencia socialdemócrata en el seno de la Junta, en la persona del general Gustavo Leigh. Por eso, el régimen busca identificarse con el “modelo económico”, a concentrar su fuerza ahí.
La oposición posible
Respecto a los partidos políticos, Jorge sacude la cabeza, entre negativo y comprensivo. Cree que hay un hipercriticismo producto de la vida en el exilio. Dice que en Chile se ve un despertar del sindicalismo, con dirigentes capaces de discutir las directivas políticas. La Democracia Cristiana está haciendo un trabajo importante a nivel de personalidades. Él mismo participa en el grupo de los “nuevos constituyentes”, que preparan una Constitución alternativa a la de Pinochet. Una que represente desde la derecha liberal a los socialistas. No hay comunistas “porque se ha estimado sensato que no los haya”.
-¿Por qué?
-Sé que la izquierda más o menos clandestina -el PC y algunos miembros del PS- estima que la Unidad Popular no está tan bien representada como la Democracia Cristiana. Son objeciones puramente teóricas. Los que están son los únicos que pueden hacer algo y es bueno que lo hagan.
-¿Qué piensan en Chile de los dirigentes en el exilio?
-Que están desvinculados de la realidad chilena. Por eso la gente agradece a los chilenos que vuelven. A mí me agradecían por haber ido, desde los jóvenes de extrema izquierda hasta los “momios”.
Aquí le apunto sobre la “contaminación” con otras realidades políticas. Los socialistas chilenos que comienzan a vivir las políticas de Felipe González, Mario Soares, François Mitterrand. Los problemas que plantea el eurocomunismo a los comunistas. Según Jorge, habría que distinguir:
-Los dirigentes me parecen bastante impermeables a la riqueza de esta cuestión, pero las bases de sus partidos me parece que están reflexionando. Están viendo cómo, hace poco, Bukowski se reveló más político que Corvalán. Cuando éste dijo que Bukowski había sido bien condenado, porque lo había sido de acuerdo con la ley soviética, me dio la impresión de que no había comprendido nada.
Fidel no estaba en la luna
Entre las razones de Jorge para no militar en el PC, estuvo su percepción de que “era muy difícil ser escritor y militante comunista” y el paradigma estaba en los países socialistas soviéticos. Pero, con Persona non grata descubrió que esa misma aspereza se daba entre los escritores cubanos.
-¿Pensaste en los escritores chilenos?
-Sí, sobre todo quienes creían que Cuba era una excepción, una revolución socialista libertaria. Pensé, “puchas, no quisiera yo que en Chile se repitan estas cosas cuando se haya hecho el socialismo”.
–Quizás no habrías podido publicar Persona non grata.
-No sólo eso. Con este libro experimenté una cantidad impresionante de dificultades, incluso en las democracias de Occidente. A Octavio Paz nadie quiso escribirle para su revista, un artículo sobre el libro. Un editor italiano dijo que no podía editarlo, porque no quería tener problemas con Fidel Castro. Un editor alemán dijo que no lo editaría, para no hacer el juego de Pinochet.
Le comento que su libro tiene una parentela numerosa. A vuelo de pájaro están las obras de Andre Gide, Arthur Koestler, Artur London, Robert Haveman, Howard Fast, Milovan Djillas, Jorge Semprún. La pregunta es:
-¿Por qué tu libro tuvo un impacto tan grande en un campo tan explorado?
-Quizás el mundo occidental ya se había habituado a esa crítica de los intelectuales hacia el sistema soviético. En cambio el sistema cubano estaba casi intocado. Más allá de las críticas de K. S. Karol, sobre su sovietización y de René Dumont, por su tropicalismo ineficiente, no había una crítica a la situación en sí misma. Era un tabú que, quizás, fui de los primeros en romper. Enseguida, está el hecho de hacer una crítica con forma literaria, cosa que puede ser más fuerte que una de tipo abstracto, ideológico.
-¿En qué consiste esa crítica con forma literaria?
-Yo te diría que ahí escribí sobre cosas reales, vividas, pero con la actitud del novelista, recreando atmósferas. Los retratos que hago no son los de un libro de historia -cuándo nació fulano, qué ideas tenía- , sino que muestro a la persona con sus gestos, hablando, viviendo. Así, los personajes adquieren una cierta ambigüedad, no son buenos ni malos absolutos. El funcionario cubano Meléndez, por ejemplo, es una construcción típicamente literaria, pese a que es un ser real…
-Pues yo lo leí como un malo a tiempo completo.
Ríe, el autor y yo le pregunto si, a esta altura del partido, sigue creyendo que Fidel Castro ignoraba los hostigamientos que le infligieron Meléndez y otros agentes de la seguridad. Responde que viene de vuelta de esa ingenuidad.
-En este momento yo no creo que estuviera tan en la luna.
-¿Y qué piensas de ese Fidel poslibro que dijo, en el congreso de su partido, que se debía valorar a los gobiernos que conducen a “aspiraciones socialistas” y a los que están en un “ámbito puramente nacionalista”, defendiendo la economía de sus países?
-Está valorando lo que no hizo. Su verbalismo lo llevó al alineamiento incondicional con la Unión Soviética. Ahora reflexiona algo tarde. Si hubiera pensado así en los 60, habría establecido un régimen titista o nasseriano.
-Quizás leyó tu libro.
-Yo se lo mandé con una carta, a través del embajador cubano en Madrid.
-¿Supiste que opinó?
-Nunca me respondió, pero hay algo curioso, que supe por una persona que, a su vez, lo escuchó de Altamirano. Entre un amontonamiento de libros, folletos y papeles, éste vio mi libro sobre el escritorio de Fidel. Tenía unos papelitos atravesados entre sus páginas. El líder cubano, advirtiendo esa mirada del dirigente chileno, comentó rápido: “Bueno, naturalmente, estos libros yo no los leo”.
Aprovecho para decirle que yo leí su libro como el producto de una fractura político-sentimental. Vi al autor como un intelectual poético, que llegó a soñar con una revolución socialista incruenta, justa y libertaria. Pero, al despertar, descubre no sólo la misma prosa de otras revoluciones, sino las perversiones de su realidad. Escribirlo… ¿pudo ser una especie de reacción, de despecho amoroso?
Jorge medita, semisonríe, le quita hierro a mi percepción y comenta en voz baja, como para sí mismo:
-¿Una pasión contrariada? ¿El libro del despecho?… Mmm, puede ser.