La más reciente alarma sobre el estado de la democracia en el mundo proviene de la institución más prestigiosa en la materia, el Democracy Index, generado por la Unidad de Inteligencia de la Revista The Economist, que abarca 167 países del mundo. La encuesta de la EIU considera cinco medidas de calidad de la democracia: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles, que reciben puntajes de 1 a 10 según su calidad.
Concluida la pandemia, se esperaba un repunte en estas mediciones, que vienen cayendo sistemáticamente desde 2016. Pero el índice compuesto total de 2022 marcó un 5.29, prácticamente igual al 5.30 del año anterior. Considerando que un 36,9% de la población del mundo vive en países con gobierno autoritario y sólo un 45,3% vive en algo parecido a la democracia, la cifra no es alentadora. La democracia se encuentra estancada en el mundo, en condiciones de legitimidad bastante peores de lo que se encontraba a comienzos de siglo, cuando su crecimiento era continuo e impetuoso.
Y además, el número total de democracias no cuenta toda la historia: dentro de ese 45,3% conviven países plenamente democráticos con otros en que la convivencia se ha deteriorado visiblemente, hasta pasar a ser “democracias defectuosas”. La agudización de los conflictos internos ha bajado a Estados Unidos de democracia “plena” a “defectuosa” y lo mismo podría ocurrir con Francia, después de los últimos desacuerdos ventilados con violencia en las calles. En todo caso, y a pesar del carácter “iliberal” de las democracias del Este, el continente europeo mantiene desde hace tiempo el primer lugar de las regiones del mundo.
La región en la que más descendió el promedio del índice de democracia entre 1998 y 2022 fue América Latina y el Caribe, disminuyendo casi diez puntos porcentuales frente a los tres puntos en que decreció en Europa Occidental, Estados Unidos y Canadá y los cinco puntos en que también disminuyó en Europa oriental. Para el índice del EIU, los años 2021 y 2022 fueron los peores desde 2004 en la mayoría de los países. Solo Uruguay, Costa Rica y Chile, en ese orden, muestran valores superiores a 8, hay caídas muy visibles en países como México, El Salvador, Guatemala, Honduras y Bolivia y para qué hablar de Nicaragua y Venezuela, que simplemente se desploman.
La valorización de la democracia ha sufrido modificaciones con el correr de años entre los distintos rangos etarios y grupos socioeconómicos. Según un estudio de Comparative National Elections Project (CNEP), realizada entre el Laboratorio de Encuestas y Análisis Social (LEAS) de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) y Feedback, en 2017, un 68% creía que la democracia era preferible a cualquier otra forma de gobierno. Sin embargo, en 2021 este porcentaje bajó a un 46% y ha aumentado la desconfianza y la disposición de los inconformes de aceptar los resultados.
Todos estos estudios parecen valiosos y apuntan a aspectos importantes de la democracia. Pero su simple medición mecánica no siempre permite predecir cuándo pueden generarse rupturas serias, como las ocurridas en Chile, con el “estallido social” o con los fracasos constitucionales. En los niveles socioeconómicos o educacionales más bajos la insatisfacción activa con la democracia es cada vez mayor: así como en aquellos que han sentido de manera más directa la corrupción, la violencia u otras experiencias negativas con el gobierno. La presencia importante de las cinco variables de la encuesta (proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles) no parece compatible con el enorme descontento con el sistema que se vio en las calles; ni con la violencia del estallido; ni tampoco es útil para comprender los vuelcos posteriores.
¿Cómo evaluar entonces si una democracia es efectivamente estable y si los esfuerzos por volver a vincular a los ciudadanos comunes con los mandos públicos están avanzando? La contabilidad mecánica de rasgos propios de un régimen político democrático es, por cierto, indispensable. Pero se requiere también recurrir al examen de procesos más duraderos, cuyo seguimiento puede decirnos cuánto progresan o no nuestras democracias.
En pos de respuestas a esta demanda de procesos fundamentales, escribió Charles Tilly, hace más de 15 años, la que sería su última obra, que tituló muy simplemente Democracy. Un sociólogo de nota, profesor de Harvard, Oxford, New School y otras, Tilly se destacó precisamente por demostrar con abundante evidencia histórica, que la protesta social y la confrontación no son fenómenos atípicos, sino que se relacionan con el contexto político, social y económico relacionada con un contexto político, social y económico. La estabilidad política en la sociedad y el fortalecimiento del régimen institucional será la capacidad de la sociedad de avanzar en esos procesos permanentes, que hagan más predecible y menos conflictiva el ejercicio democrático.
Tilly identifica tres procesos capitales que, con su mayor o menor presencia, dan forma a la democracia: la supresión de los poderes independientes; la eliminación de la desigualdad categórica y; la integración de redes de confianza al interior de la sociedad política (mi traducción). Examinemos cada uno de ellos.
1.- La supresión de poderes independientes tiene que ver con la noción de que, en una polis democrática, todos se rigen por las mismas leyes y no existen grupos sociales o cofradías que adoptan su propia normativa. Este concepto incluye a todas las asociaciones, sean ellas económicas, políticas, religiosas, culturales o hasta criminales, que pretendan regirse por normas propias, por encima de las que rigen a la sociedad civil.
Las formas de “poder independiente” que saltan a la vista en este proceso, son las organizaciones criminales, las sectas, las asociaciones económicas que se forman para alterar las condiciones del mercado y, en general, cualquier asociación que permite ponerse al margen de las leyes que rigen a toda la sociedad. Mientras más extensa sea la aplicación del principio de total igualdad ante la ley, más democrática será la sociedad.
2.- La eliminación de la desigualdad categórica, que Tilly llamó también “desigualdad durable”, define aquella condición por la cual, debido a sus condiciones étnicas, económicas, sociales, de género, o de cualquier índole, las personas que integran una sociedad comienzan en desventaja su vida y, muy probablemente permanecerán en esa condición por el resto de sus vidas.
En toda sociedad existen diversas dimensiones de desigualdad. Pero lo que no parece aceptable en la sociedad democrática es que existan normas o costumbres que condenen a personas o grupos a permanecer toda su vida en la misma condición. El ejemplo más extremo y usado es el de los parias de la India; pero hay otras formas de exclusión que abarcan a muchas personas en el mundo. En muchas sociedades la condición de género aún determina fuertes limitaciones y la mujer es excluida de una vida plena. La desigualdad es un hecho natural; la desigualdad categórica no es aceptable en la sociedad democrática.
3.- El tercer proceso capital de Tilly es algo más complejo y se refiere a la parte específicamente política de la sociedad democrática. Se trata, en lo fundamental, de la amistad cívica que debe reinar entre las personas que protagonizan la gestión democrática en la sociedad. En muchas sociedades que tienen desde hace mucho tiempo las cinco condiciones consideradas en el EIU, la democracia retrocede por las crecientes rencillas y conflictos entre los que tienen el deber de conducir la gestión pública. En el concepto de Tilly, el establecimiento de redes de confianza entre los que gobiernan debe superar las naturales diferencias ideológicas y políticas de toda sociedad compleja.
Sin suprimir las asociaciones paralelas al margen de la ley, sin reducir las desigualdades categóricas que persisten en nuestras sociedades y sin crear las necesarias redes de confianza entre quienes tienen el oficio de gobernar, la democracia no se hará más fuerte y los riesgos de rupturas y retrocesos continuarán afectando las democracias.