La longevidad tiene sus contratiempos, sobre todo si se trata de un personaje de relevancia pública como Henry Kissinger, que acaba de cumplir 100 años. La persona se ve enfrentada a sus aciertos y errores. En ese lapso las circunstancias cambian y, entonces, la realidad se impone con toda su crudeza ante quien ha influido, para bien o para mal, en la evolución de los acontecimientos y ha tratado de omitir en sus libros los lados oscuros de su política.
Kissinger, además de ser un intelectual de excepción en el campo de las relaciones internacionales, fue un artífice decisivo de la política exterior de los EE.UU. en una etapa hoy superada. Protagonista en el período de la Guerra Fría, su esquema intelectual de corte realista se basaba en el equilibrio de poderes (balance of power), resaltando el papel hegemónico de los EE.UU. El ensayo de David Hume “Of the Balance of Power”, aparecido en 1752, constituye el punto teórico de referencia, basado en la visión de Newton del universo y en la pretensión del Reino Unido de evitar que en Europa continental se afianzara el poder de una sola nación. En palabras de Kissinger, “la seguridad de un orden interno reside en el poderío preponderante de la autoridad; la seguridad de un orden internacional en el balance de fuerzas y en su expresión, el equilibrio”. Kissinger resalta la importancia de la acción diplomática para lograr y mantener una situación de equilibrio de poder, basándose en el análisis del Congreso de Viena y sus efectos (Un mundo restaurado, FCE México 1973).
Dentro de esa visión que expresa bien en su monumental obra La Diplomacia (FCE, México 1995), el papel de EE.UU. consistía en mantener el orden mundial surgido del triunfo sobre la Alemania nazi, Italia y Japón, conteniendo el ímpetu revolucionario de la URSS. El eje ordenador de la política exterior norteamericana, en la concepción de Kissinger, era impedir los movimientos de cambio en diversas latitudes, percibidos como funcionales a los intereses de la URSS.
Este esquema fue aplicado con gran flexibilidad. Para terminar con la Guerra de Vietnam que EE.UU. estaba perdiendo militar y políticamente, Kissinger impulsa la apertura hacia la China de Mao que se sentía amenazada en ese momento por la URSS a la cual calificaba de social-imperialista. Explica su decisión en un libro dedicado precisamente a China y su papel en el nuevo escenario internacional.
Una oposición frontal a Allende
Dentro del esquema de confrontación Este-Oeste, Kissinger vio el triunfo de Salvador Allende en 1970 como una amenaza para los EE.UU. Receloso que los dirigentes del Departamento de Estado pudieran imponer un criterio de modus vivendi con el gobierno de izquierda chileno, se adelantó a propiciar una confrontación en toda la línea, que se tradujo desde un comienzo en un intento golpista para impedir que el Congreso Pleno ratificara el triunfo electoral de Allende, que acarreó el asesinato del General René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército, a manos de un comando de ultra derecha. Luego vendrían las sanciones económicas -el Vietnam silencioso que Allende denunció en la ONU-, el embargo de los cargamentos de cobre, el cierre de las fuentes internacionales de financiamiento, y la ayuda a los sectores que buscaban el derrocamiento del gobierno. En una palabra, una clandestina conspiración que ha salido a luz con la desclasificación de múltiples documentos de los EE.UU., desde el conocido Informe Church del Senado de ese país en 1975 destinado a revelar las acciones encubiertas del gobierno de Nixon en Chile hasta hoy.
En el libro de Peter Kornbluh Pinochet desclasificado, da a conocer un memorándum de ocho páginas escrito por el Consejero de Seguridad Nacional sobre Chile donde se refiere al “efecto modelo” de experimento de Allende: “la propagación imitativa de fenómenos similares en otros lugares afectaría definitivamente el equilibrio mundial y nuestra propia posición en él”. Nixon terminó por aceptar la idea de una oposición frontal a Allende que le impidiera gobernar. Y Kissinger acota: “La pregunta es si hay acciones que podamos tomar nosotros mismos para intensificar los problemas de Allende para que, como mínimo, fracase o se vea obligado a limitar sus objetivos y como máximo pueda crear condiciones en las que un colapso o derrocamiento pueda ser factible”.
«Nosotros los ayudamos»
Sería equivocado endilgar toda la responsabilidad de lo ocurrido a la intervención norteamericana. Hubo manifiestos errores en la propia UP y factores internos que contribuyeron al derrumbe de la democracia. Pero en esta ocasión estamos hablando precisamente del papel de Kissinger.
Producido el golpe militar, Kissinger se lamenta con Nixon de las críticas de la prensa y la opinión pública norteamericana señalando que si los hechos hubieran ocurrido en la época de Eisenhower, él y Nixon habrían sido considerados verdaderos héroes. “Nosotros los ayudamos”, afirmó Kissinger. Sienten -como diría luego Neruda- el peso de los crímenes cometidos. Hubo en vastos sectores de la sociedad norteamericana una amplia reacción en contra de la intervención en Chile y las violaciones a los derechos humanos cometidas desde el primer día.
¿Por qué Kissinger adoptó esa actitud cuando poco tiempo antes le había confesado al canciller Gabriel Valdés que Chile era un país estratégicamente intrascendente? Las razones vienen de antes, al menos desde la decisión norteamericana de apoyar el golpe militar en Brasil contra Joao Goulart en 1964: frente a la posibilidad de expansión de la Revolución Cubana comenzó a imponerse la tesis de la solución militar por sobre la idea de Kennedy de la Alianza para el Progreso y sus reformas sociales. Se temía una proliferación de gobiernos que pusieran en cuestión las relaciones con los EE.UU. buscando nuevos derroteros en el no-alineamiento o acercándose a la URSS. Y Allende, con la búsqueda de un camino democrático para las transformaciones de inspiración socialista, fue percibido como un elemento dinamizador de ese clima de rebeldía.
Pero Kissinger también miraba a Europa, principalmente a Francia e Italia. Temía que una vía democrática al socialismo pudiera impulsar el apoyo ciudadano a la izquierda en esos países debilitando la Alianza Atlántica. No se equivocaba al detectar la ilusión que la experiencia de Allende despertaba en Europa occidental, pero erraba al pensar que un golpe militar pudiera ponerle fin. La solidaridad europea con la democracia chilena fue enorme, marcó a una generación entera y traspasó las filas de la izquierda. Nació el eurocomunismo alejado de la URSS, Mitterrand llegó al gobierno en Francia con una coalición parecida a la UP y en Italia comenzó el acercamiento de la DC al PC interrumpido trágicamente con el asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas, pero cuyos autores intelectuales hasta ahora no están bien identificados. En ninguno de esos países el avance de la izquierda puso en riesgo la Alianza Atlántica.
Kissinger debe asumir su responsabilidad
El golpe militar en Chile despertó en todas partes una renovada conciencia sobre el valor de los derechos humanos. Al punto que, como lo reconoce el mismo Kissinger en su obra La Diplomacia, Reagan ejerció fuertes presiones en Chile y Filipinas para favorecer una transición a la democracia; con Carter ya había terminado el apoyo de los EE.UU. a la represión de las dictaduras latinoamericanas y a la operación Condor.
En sus libros y escritos Kissinger pasa por alto su papel en la desestabilización de la democracia chilena. En La Diplomacia se limita a señalar: “Durante la Guerra Fría casi todas las naciones latinoamericanas tuvieron gobiernos autoritarios, muchos de ellos militares, que impusieron el control estatal a sus economías. Desde mediados de los años ochenta la América Latina se ha liberado de su parálisis económica, y ha empezado a avanzar con notable unanimidad hacia la democracia y la economía de mercado. Brasil, Argentina y Chile abandonaron sus gobiernos militares en favor de gobiernos democráticos”.
Nada dice del papel del gobierno de Nixon y de su responsabilidad en el quiebre de la democracia chilena. Pero con ocasión de los 50 años de esos tristes sucesos se han multiplicado las publicaciones que ilustran la responsabilidad personal de Kissinger en procesos que tuvieron un tan alto costo en vidas humanas y en sufrimiento para la población. Se siguen desclasificando documentos inapelables al respecto.
Kissinger, a sus 100 años, no puede seguir eludiendo su responsabilidad.