Como era de esperarse, el pueblo brasileño eligió a Jair Bolsonaro como el próximo Presidente de Brasil. Lo hizo de manera contundente: más de un 55% de los que votaron lo hicieron por el candidato de derecha, mientras sólo un 44% eligió a Fernando Haddad, el representante del Partido de los Trabajadores.

 

Algunos analistas hablan de una elección polarizada y de un Brasil dividido. Pero eso no es así. La victoria de Bolsonaro fue contundente y su más cercano rival en primera vuelta apenas superó el 20%, y en segunda vuelta sumó apoyos de manera coyuntural. Lo cierto es que en Brasil se impuso una mayoría aplastante que le dio un rechazo rotundo a la corrupción y una bienvenida a la libertad, a la economía responsable, al orden y a la seguridad.

 

Se construyó el mito de que Bolsonaro lideraba una cruzada homofóbica, racista y xenófoba en Brasil y que su campaña, hacia un llamado explícito a la violencia, a la violación a los derechos humanos y a eliminar la democracia de manera totalitaria.

 

En Brasil, los partidarios de Bolsonaro lo llamaban “Mito” y su popularidad entre jóvenes aumentaba, con el uso de las redes sociales y las nuevas tecnologías. La voz de Bolsonaro se fue haciendo conocida y sus compromisos también: un Estado austero y decente, un Gobierno que cree en la libertad y defiende la propiedad privada; un defensor de las libertades de opinión y de prensa; un respetuoso de la Constitución y las leyes. Ese es el mito que empezó a gestarse en Brasil y que fue conquistando a las masas. En cada ciudad era recibido con algarabía, y a medida que se acercaban las elecciones concitaba más apoyos por parte de la mayoría de los brasileños, y más resistencia de parte de la izquierda.

 

En Chile también se construyó un mito, a partir de frases descontextualizadas y otras muy antiguas, dichas al calor de un debate o como reacción hacia un emplazamiento. Se construyó el mito de que Bolsonaro lideraba una cruzada homofóbica, racista y xenófoba en Brasil y que su campaña, hacia un llamado explícito a la violencia, a la violación a los derechos humanos y a eliminar la democracia de manera totalitaria. Así lo transmitían los medios de comunicación, dominados por la izquierda, y los actores políticos, muchos de ellos adherentes de Lula y de todos sus compromisos irregulares.

 

La verdad no fue así. Para los brasileños, la campaña de Bolsonaro fue un llamado expreso a recuperar Brasil de las manos de la izquierda totalitaria. Un regreso al orden y a la seguridad en materia de violencia y delincuencia. Un retorno al sentido común que la elite corrupta e ideologizada de Brasil había querido imponer desde hace tiempo. Los únicos extremistas fueron los que tanto en Brasil como en Chile quisieron caricaturizar a un candidato que hablaba con la verdad y que amenazaba con ponerle fin a la captura del Estado y la corrupción rampante que tenía capturada a Brasil.

 

Si se aparta de ese camino, seremos los primeros en condenar cualquier avance hacia el autoritarismo, como lo hemos hecho cuando ello ocurrió en Venezuela, en Honduras y en tantos otros países.

 

Los que creemos en la democracia y en la libertad, celebramos el triunfo de Jair Bolsonaro y le deseamos el mayor de los éxitos en su proyecto para reconstruir Brasil. Confiamos en que las medidas económicas, políticas y sociales tendrán un gran impacto y que podrá sortear la resistencia que la izquierda querrá instalar en su camino. Estaremos atentos a sus propuestas y al cumplimiento de sus compromisos, confiando en su promesa de atenerse a la Constitución y a las leyes, porque creemos que el éxito de Bolsonaro en Brasil puede ser una experiencia positiva que se replique al resto de las naciones latinoamericanas que han estado bajo el yugo de la izquierda bolivariana. Si se aparta de ese camino, seremos los primeros en condenar cualquier avance hacia el autoritarismo, como lo hemos hecho cuando ello ocurrió en Venezuela, en Honduras y en tantos otros países.

 

En Chile, también esperamos que se siga construyendo un mito como ocurrió en Brasil. Un mito para que los chilenos también podamos elegir a un Gobierno que, sin complejos ni ambigüedades, aborde los desafíos urgentes que tenemos en el país. Que asuma la lucha contra la delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo como una misión fundamental; que impulse una reforma radical al Estado, disminuyendo el gasto y eliminando a los operadores políticos que lo tienen capturado; que devele las tramas de corrupción aún existentes; y que vuelva a poner a la economía en marcha, no aprobando más impuestos, sino que rebajándolos y desregulando la maraña de burocracia que frena el emprendimiento y complejiza el empleo de los chilenos.

 

Se necesita un mito que represente a los chilenos de verdad; a sus trabajadores y emprendedores; a sus jóvenes, adultos mayores y familias y a todos los chilenos que quieren un país que progrese, y donde la prioridad esté en las urgencias sociales y no en los intereses de esa pequeña elite política que siempre ha puesto su agenda por sobre los intereses de todo el país.