Aun cuando la mayoría en mi entorno está por el Rechazo en el plebiscito, hay algo allí que me incomoda y me propuse darme tiempo para decidir, dejarme persuadir y, por ningún motivo, votar basado en el miedo. Con eso en mente, he llegado a la convicción de que los amigos del Rechazo se están “suicidando en defensa propia”, pues tienen un par de puntos ciegos que les impiden conectar con los demás chilenos.

Su primer punto ciego es que confunden el miedo y la rabia. En política hay que ser muy fino al calibrar las emociones de los electores para tocar la tecla correcta. Y digo emociones (lo que mueve), no sentimientos (lo que se siente), porque no son lo mismo. En su manifestación pública, miedo y rabia se parecen porque ambos sentimientos pueden gatillar emociones violentas; pero como palancas políticas son muy distintas. Del miedo surge la parálisis, el aislamiento y poco más; mientras que la rabia se puede sublimar en varias posibilidades políticas que no son necesariamente violentas y, lo más importante, la rabia no siempre te aísla. En la medida en que la rabia nos hace salir, se puede canalizar políticamente para algo positivo. Y eso no ocurre con el miedo. Esta confusión emocional que aísla a los amigos del Rechazo explica la mitad de su suicidio en defensa propia. Si quieren más votos, tienen que darse cuenta de que el resto de los chilenos tiene más rabia que miedo.

El segundo punto ciego de los amigos del Rechazo es que un plebiscito es distinto de una elección tradicional para llenar un cargo. En un plebiscito suele votarse por opciones abstractas mientras que para un cargo se elige a una persona concreta. En la elección, las personas son comparables y equivalentes; en el plebiscito, en cambio, se ofrecen diferencias inconmensurables. En el plebiscito, la importancia del encuadre del mensaje se multiplica y el talento narrativo es el factor decisivo. Y en esta asignatura, la derecha chilena no saca más que un 3,5.

Esta volatilidad semántica intrínseca de los plebiscitos agrega incertidumbre al resultado de las urnas y es un dolor de cabeza para los partidos políticos, pues es normal que las coaliciones tradicionales se desordenen. Otro dolor de cabeza para los partidos tradicionales es que, gracias a la volatilidad semántica de los conceptos, nuevos actores entran a competir en la oferta de sentido que se les hace a los electores; los peces gordos no son dueños del relato. En ese sentido, la pobreza famélica de la campaña por el Rechazo es para llorar a gritos. Los peces gordos sólo proponen miedo y los pececillos creativos que podrían ampliar el repertorio discursivo salieron más sectarios que los partidos tradicionales.

En un sencillo esquema de dos columnas enfrentadas, la opción Apruebo tiene a su favor que puede prometer el cielo en materia constitucional; en contra, que no puede garantizar nada, ni siquiera que la Constitución se escriba en castellano. El Rechazo tiene a su favor el statu quo, la inercia y la conformidad, tres conceptos con mala prensa, pero de una potencia política innegable. Los amigos del Rechazo tienen también una ventaja tremenda: tienen una constitución, una casa común real, táctil, organoléptica incluso; cuestionada, pero tangible. Una casa en disputa y sus partidarios no han sido capaces de ofrecer razones, un relato para quedarnos a vivir en esta casa.

Si los amigos por el Rechazo quieren que nos quedemos a vivir en nuestra casa actual, tienen que hacérnosla habitable y querible para todos, con sus estrecheces, ampliaciones y remodelaciones -en el tono emocional en que la familia Herrera habitaba su casa en la serie “Los 80”. Tienen que persuadirnos a todos, no a un grupo, ni siquiera a uno mayoritario, a todos, de quedarnos a vivir juntos. Ese tipo de persuasión es el escalón más alto y difícil de alcanzar, porque implica un “hacer creer”.

El primer peldaño de la persuasión es fácil, pues consiste en “hacer saber” al otro, es decir, informarle. El compromiso es mínimo. El segundo peldaño consiste en un “hacer querer”, propio de la publicidad, que busca hacer que el otro modifique su los afectos y predisposiciones. Implica un compromiso algo mayor. El tercer peldaño ya es comprometedor, pues consiste en un “hacer hacer”, propio de la educación, capacitación, habilitación y movilización de otros. Pero para quedarnos a vivir todos juntos es necesario que nos “hagan creer” que vale la pena y, en este caso, el compromiso con el otro es total.

@jose_muniz