En estos días en que celebramos las Fiestas Patrias y se escuchan más que en cualquier otra época del año cuecas, tonadas y payas, recuerdo una trasnochada polémica del Festival de Viña del Mar del año 1988: ese año, en la competencia folclórica participó El Monteaguilino (José Sepúlveda Beltrán) con su canción “Caballito de Metal”, una guaracha, lo que provocó la renuncia de don Arturo Gatica al jurado del Festival, quien consideraba que ese género musical no formaba parte del folclore nacional. El devenir de los años le ha dado la razón a El Monteaguilino: su canción pasó a formar parte de cuanta recopilación (o “playlist”) encontremos de música chilena. Porque, lo queramos o no, las costumbres y tradiciones de una nación van mutando con en el tiempo.

Lo cierto es que la música, los bailes, la vestimenta, así como las comidas, las bebidas, las leyendas, e incluso el humor, forman parte de ese acervo cultural que nos liga a la patria, ese “lugar o comunidad con la que una persona se siente vinculada o identificada por razones afectivas” (RAE). Porque es en definitiva el afecto el que nos hace cantar con emoción nuestro Himno Nacional cuando juega la selección -incluso a los que no nos gusta el fútbol-, o defender la calidad de nuestro vino frente a sus competidores extranjeros, o destacar la belleza de nuestra bandera y los premios que habría recibido en un concurso del que nadie puede decir cuándo y dónde se celebró.

Sin embargo, esa identificación con la patria y el orgullo de sentirse chileno parece ir en declive: durante esta semana, el Laboratorio de Encuestas y Análisis Social de la Universidad Adolfo Ibáñez publicó un artículo (“¿Chile, Chile lindo? El orgullo de ser chileno”) basado en la Encuesta Mundial de Valores, que se aplica cada 5 años y que abarca 80 países, que muestra una baja en el porcentaje de quienes se sienten “bastante orgulloso” o “muy orgulloso” de ser chilenos. Por el contrario, se ha producido un aumento de aquellos que se consideran “para nada orgulloso” o “no muy orgulloso” de serlo. En efecto, al año 2000 los chilenos orgullosos de serlo alcanzaban el 93%, contra el 7% de quienes mostraban su desafección con el país, mientras que en el año 2018 los porcentajes fueron de 76% y 21%, respectivamente. Y si hacemos el análisis por grupos etarios, al año 2018 solo un 29% de los menores de 34 años se consideran muy orgullosos de ser chilenos, contra el 50% de aquellos que tienen 55 años o más.

Dicen que es difícil querer lo que no se conoce, y creo que eso es lo que le pasa a esos jóvenes que no se identifican con Chile o no sienten orgullo por su país: las carencias y decadencia progresiva de nuestro sistema educativo en el último medio siglo no solo se evidencian en educandos que apenas entienden lo que leen, sino también en ciudadanos que no conocen ni valoran la historia de su país, y que se pueden llegar a sentir más identificados con una bandera mapuche creada hace apenas un par de décadas por un grupo indigenista de dudosa representatividad, que con el General Manuel Baquedano, figura fundamental de la Guerra del Pacífico y de la historia política de Chile hacia fines del siglo XIX.

La disminución progresiva de las horas destinadas a enseñar la historia nacional ha permitido que personajes como Jorge Baradit tengan éxito con publicaciones que tergiversan negativamente los hechos y mancillan la imagen de nuestros próceres y héroes. Y la ausencia de formación cívica en las últimas décadas ha colaborado para que algunos eslóganes se conviertan en las verdades particulares de muchos ciudadanos.

A ello debemos sumar la intención manifiesta de algunos grupos políticos que tienen como norte destruir nuestro concepto de nación, pasando a llevar los valores y símbolos patrios más elementales. Ello quedó de manifiesto en la ceremonia de investidura de los convencionales constituyentes, muchos de los cuales no respetaron ni a nuestro Himno Nacional, ni a los jóvenes que lo interpretaron (magistralmente, a pesar de las difíciles condiciones que debieron enfrentar). Y se hizo más notorio cuando pretendieron desconocer el carácter republicano de nuestro país, dejando en evidencia una ignorancia que no deja de ser peligrosa cuando campea entre quienes tienen a su cargo la redacción de nuestra nueva carta fundamental. Para justificar tal decisión, la convencional constituyente Rosa Catrileo declaró: “Este es un cambio de paradigma, que queremos que quede de manifiesto en la nueva Constitución y en la Convención, que es que aquí somos diversos pueblos, naciones preexistentes al Estado, y nosotros somos los soberanos, los que vamos a refundar o dar esta nueva institucionalidad del Estado” (EMOL, 13 de agosto de 2021).

En definitiva, ese interés refundacional del Estado de algunos convencionales constituyentes tiene por propósito destruir nuestro concepto de chilenidad, generando aún más división en el país, llevándola a un nivel que va más allá de la política contingente. Porque como bien razonó en su oportunidad el historiador don Mario Góngora, “La nacionalidad chilena ha sido formada por un Estado que ha antecedido a ella, a semejanza, en esto, de la Argentina; y a diferencia de México y del Perú, donde grandes culturas autóctonas prefiguraron los Virreinatos y las Repúblicas. Durante la Colonia se desarrolla un sentimiento regional criollo, un amor a ‘la patria’ en su sentido de tierra natal […] A partir de las guerras de la Independencia, y luego de las sucesivas guerras victoriosas del siglo XIX, se ha indo constituyendo un sentimiento y una conciencia propiamente ‘nacionales’, la ‘chilenidad’. Evidentemente que, junto a los acontecimientos bélicos, la nacionalidad se ha ido formando por otros medios puestos por el Estado: los símbolos patrióticos (banderas, Canción Nacional, fiestas nacionales, etc.), la unidad administrativa, la educación de la juventud, todas las instituciones”.

En lo personal, quiero que la nueva constitución me permita seguir sintiéndome orgulloso de ser chileno, y no ajeno a mi propia patria, como escribió con maestría Gabriela Mistral:

“País de la ausencia,

extraño país,

más ligero que ángel

y seña sutil,

color de alga muerta,

color de neblí,

con edad de siempre,

sin edad feliz.”

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