Jaime Jankelevich: El fin de las certidumbres
Las dos últimas semanas pasarán tal vez a la historia, entre otras cosas, porque marcaron el fin de las certidumbres. No hay certeza que la Constitución será respetada, que el gobierno recurra al TC o al veto cuando se requiera, que los parlamentarios sean coherentes con sus principios, que no se impongan las amenazas y un largo etcétera que causa gran inquietud por nuestro futuro.
Gran euforia se vivió en el Congreso el jueves, cuando finalmente fue aprobada la reforma constitucional que permite retirar los fondos desde las AFP. Tras esa aprobación surgen infinitas dudas sobre el futuro del país, pues se violaron todas las certezas que permitían estimar los escenarios futuros con cierto grado de certidumbre. Hoy eso ya no existe.
De las más graves certezas que se perdieron en las dos últimas semanas fue el respeto a la Constitución. Si el Congreso, institución en que se juró respetarla, fue capaz de violarla mediante un resquicio y enseguida aprobarlo, marca el fin de la certeza jurídica, cuando más se necesita. Si en cualquier momento se pueden cambiar las reglas de juego; si no existe certeza que las garantías constitucionales serán respetadas, y nada menos que por los propios legisladores, cualquier cosa puede suceder.
Y por supuesto que la complicidad de los parlamentarios de RN y la UDI que votaron a favor del proyecto fue un factor decisivo en esta violación de la Constitución. El problema radica en que dejó de haber certeza también, sobre la coherencia y adhesión de esos parlamentarios con los principios y valores que sustentan los partidos y los electores de Chile Vamos, además de su compromiso con el gobierno, lo que es muy inquietante y genera un alto grado de inestabilidad para la gobernabilidad del país.
Otra incertidumbre impuesta fue el quiebre de la política con los técnicos, y si antes había certeza que el conocimiento experto sería escuchado y atendidas sus recomendaciones, hoy el Congreso prescindió absolutamente de sus opiniones. Cuando eso ocurre, surgen malas iniciativas, populistas pero populares, que no solucionan los problemas y crean otros, pero que sí le brindan a los parlamentarios popularidad, factor que buscan para ser reelectos, no importando la calidad de las políticas públicas que estén apoyando, siendo esto nefasto para el país.
Otra razón para sentir que se acabaron las certezas es que este resquicio constitucional recién aprobado abrió una compuerta difícil de cerrar y que puede permitir una carrera reformista de graves consecuencias. Ya se inicia el debate por otro resquicio constitucional, que intenta implantar un impuesto a los llamados súper ricos, lo cual nuevamente es materia de iniciativa exclusiva presidencial. Pero además, ya no hay certeza que el Gobierno recurrirá al TC o al veto, por razones de principio, aunque arriesgue salir derrotado.
Y suponiendo que en octubre tendremos el plebiscito constitucional y ganase el apruebo, ¿qué certeza puede haber, de optarse por elegir una convención con el 50% de parlamentarios, que los díscolos populistas van a votar por lo que es mejor para el país y no por lo que les pueda generar popularidad?
Finalmente, es importante referirnos a las amenazas de violencia si no se aprueba tal o cual iniciativa y las personales contra los legisladores, como ha venido ocurriendo largamente. De prosperar esto, sin consecuencias para los involucrados, se corre el riesgo de tener una democracia capturada por el matonaje, de gravísimas consecuencias, porque, además, si tenemos una convención constituyente y quienes tengan que votar a favor o en contra de una determinada indicación son víctimas de esas amenazas, ¿qué certeza existe que no cedan ante las mismas?
Sin certezas, la vida diaria se torna impredecible, porque uno termina no sabiendo si los derechos amparados por la Constitución y las leyes serán respetados, porque podrían alterarse de cualquier manera y no sabemos si habrá alguien dispuesto a protegernos. Es la gravedad que nos impone el fin de las certidumbres.
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