Djibuti es un antiguo protectorado francés donde apenas un millón de personas habitan un territorio árido, de poco más de 20 mil kilómetros cuadrados, ubicado en una posición geopolítica absolutamente privilegiada de cara al océano Indico. Esas características, más una pobreza paupérrima, fueron aprovechadas por Pekín para convenir una relación asimétrica y de dependencia a largo plazo. Fue allí donde estableció en 2017 su primera base militar en el extranjero. Desde ese año, sus marinos y aviadores utilizan a Djibuti para juegos de guerra con cazabombarderos, destructores y misiles. Es lo que observan militares de Japón, EE.UU. y Francia apostados en las cercanías. Los soldados de Xi Jingping hablan de inocuos ejercicios anti-piratería con balas de goma.

Como sea, Djibuti sintetiza un peculiar mecanismo mixto, compuesto por multilateralismo, bilateralismo y manejo sutil de los términos asimétricos, utilizado por la China de Xi para penetrar en el resto del mundo. Es un híbrido capaz de traslapar lo inofensivo con lo indescifrable, y de combinar ingeniosamente inversiones en infraestructura con préstamos en condiciones tan generosas, que hasta los más estoicos terminan rendidos. Es el llamado modelo Shekou, el verdadero núcleo de la Ruta de la Franja y la Seda.

Hay quienes creen prematuro suponer el emplazamiento de una base tipo Djibuti en suelo latinoamericano. Sin embargo, numerosas señales indican que el camino ya empezó a ser pavimentado y que es cosa de tiempo para terminar enlazando a esta región con un collar de perlas a nivel global, que ni Mao y Deng lograron siquiera soñar.

En esta línea, son muy sugerentes los avances sobre el apremiado gobierno de los Fernández. Por eso, la idea que la administración K lleve a su país a convertirse en el gran eslabón estratégico de la penetración en América Latina es más que una simple conjetura. Dichos avances son mega-proyectos concretos y millonarios (en curso y agendados). Y son sugerentes porque no se observan grandes diferencias, ni en montos ni en procedimientos, con aquellos impulsados por los lobos-guerreros de Xi en África. Son proyectos perfectamente homologables a todos los componentes del modelo Shekou.

Veamos algunos. El primero de todos es, sin duda, esa Base Espacial en Neuquén, bajo administración militar y cuyas misteriosas actividades siembran razonables dudas. Luego, hay otros, en fase de negociación, cuya lógica de cluster recuerda indefectiblemente a Djibuti. Por ejemplo, la línea férrea de 650 kilómetros de extensión que unirá la localidad de Añelo, donde se ubica el colosal yacimiento de gas y petróleo Vaca Muerta, con el Puerto Ingeniero White en el Atlántico. Entregada a PowerChina, la obra ferroviaria costará más de mil millones de dólares y será vital para llevar esa riqueza energética argentina hacia centros industriales chinos. De manera anexa a esa enorme obra, una subsidiaria de PowerChina, la SinoHydro, construirá una central hidroeléctrica en Malargüe, también de dimensiones importantes, por otros mil millones de dólares. Con esto, y las múltiples otras obras “menores” ya en funcionamiento, PowerChina podría ser pronto el mayor inversionista extranjero en el vecino país.

Otro emblema es el acuerdo de producción porcina, que prevé la construcción de gigantescas granjas a instalarse próximamente en varias provincias. Pekín, que perdió hace algunos años gran parte de su stock de cerdos producto de la fiebre porcina, invertirá en esas granjas la friolera de US$ 4 mil millones, pues contempla granjas adicionales, igualmente de grandes dimensiones, para asegurar el forraje para los 6 millones de cerdos anuales a ser enviados al imperio celestial. Y desde luego, fábricas de faenamiento, de mantención del frío y de empaque. Además de necesarias plantas procesadoras de agua. Las advertencias de Greenpeace y otras ONG ecologistas sobre las nocivas consecuencias para el medioambiente son vistas hasta ahora como simples nimiedades. Es demasiado lo que está en juego.

Enseguida, hay un tercer mega-proyecto chino en Argentina, extraordinariamente ilustrativo. Se trata de su cuarta central nuclear. Como se sabe, el país ya dispone de tres (Atucha I, Atucha II y Embalse). También se sabe que Cristina Fernández intentó entusiasmar a Xi en su primer gobierno, pero chocó con la fuerte oposición de los científicos argentinos, quienes vieron en peligro su orgullo tecnológico. Y es que las tres centrales en funcionamiento utilizan una tecnología doméstica, denominada Candu, con uranio natural como combustible, del cual Argentina dispone a raudales. Sin embargo, Xi pone una condición sine qua non. El involucramiento sólo es posible si se utiliza la tecnología Hualong, la cual requiere uranio enriquecido, a ser adquirido en China continental (algo más que obvio). Diestros en ablandar espíritus, los emisarios de Xi pusieron sobre la mesa un crédito de US$ 8 mil millones.

Desde luego que también hay proyectos de envergadura algo menor, pero posados sobre puntos estratégicos del país. Por ejemplo, la Shanghai Dredging operará la ruta Paraná-Paraguay de más de 1.200 kilómetros (vital para el gobierno, pues Argentina ya prácticamente no dispone de barcos mercantes para operaciones domésticas). Además, Pekín aseguró el aumento del swap a US$ 18 mil millones, con lo cual el gobierno de los Fernández recibió algo de oxígeno monetario. La mano amiga de Xi también se dejó ver en momentos de pandemia y la prensa informó de la llegada de 36 vuelos y 4 buques con materiales sanitarios. En passant, se ha escrito algo sobre el apoyo político de Pekín para que la misión del FMI, que estuvo esta semana en Buenos Aires renegociando más de 44 mil millones de deudas, se mostrase compasiva con los Fernández.

Estamos en presencia, por lo tanto, de una estrategia híbrida rumbo al modelo Shekou, ya en fase de despliegue por suelo latinoamericano. Aquí, los estrategas de Xi están demostrando una cierta maestría en el arte de buscar áreas donde hacer match con intereses concretos de Xi, de identificar actores claves y de elaborar sutiles aproximaciones a los blancos seleccionados. Si algo enseña Djibuti, es que jamás pierden el hilo conductor de la operación.

A vuelo de pájaro se pueden concluir cuatro cosas. Uno, que la famosa Ruta de la Franja y la Seda es más bien la gran máscara de una estrategia híbrida. Dos, que uno de sus grandes pilares es el modelo Shekou. Tres, que a final de cuentas lo que se busca en el país seleccionado es ir armando un entramado de bases militares, puertos multipropósito y zonas económicas especiales. Cuatro, que los grandes beneficiarios son (únicamente) empresas chinas.

La pregunta obvia es, ¿cuánto falta para el ascenso de algún país latinoamericano al imperio celestial?

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