Numerosas son las desestabilizaciones que proliferan como algas de sargazos por todo el país. Manifestaciones vandálicas de apariencias irracionales, ataques a la infraestructura crítica muy lejos de ser fruto de casualidades, incendios tan misteriosos como imposibles de desentrañar, movimientos migratorios golpeando igual que olas sin diques, una pandemia con posibles efectos desintegradores y un establishment inquieto por aguas turbulentas que nada bueno presagian. Un verdadero listado del crespúsculo, diría Milan Kundera.

Lamentablemente, la experiencia comparada en materia de desestabilizaciones de regímenes democráticos es algo exigua y no hay muchos ejemplos para extraer lecciones. Sin embargo, aun cuando los factores explicativos puedan ser efectivamente muy diversos (agotamiento de ciclo político, fronda parlamentaria descontrolada, reemplazos generacionales masivos en las elites o falta de destrezas en los altos cargos decisionales), sí parece haber cierto consenso respecto a graves carencias en la actividad anticipatoria que todo Estado debiera desplegar. Quizás el momento más dramático e ignominioso de esta debilidad estructural se observó en aquel bendito diagnóstico de adjudicar al K-Pop el vandalismo de octubre de 2019. La desorientación respecto a los graves sucesos en curso quedó tan de manifiesto, que, a partir de entonces, la sensación de ingobernabilidad es total.

Cuesta entender la opción de prescindir de un servicio con capacidad anticipatoria. Sabido es que todos los países con ingreso per capita superior a los US$20 mil se van dotando de sólidos esquemas de inteligencia, pues se asume (o intuye) que es peor ignorar o marginalizar esta actividad, que dedicarle esfuerzo a la creación de servicios eficaces y de legislación pertinente. Por eso, la ecuación inteligencia/niveles de desarrollo no admite contraargumentación y explica porqué países geográficamente pequeños, pero con gran desarrollo, disponen de formidables servicios de inteligencia. Ahí están Luxemburgo, Estonia, Lituania, Singapur, Suiza, e incluso Liechtenstein (de manera separada de los servicios suizos).

Del mismo modo, la experiencia comparada indica que una institucionalidad sólida va acompañada de una cultura de inteligencia. Es decir, de una masa crítica destinada a ayudar en la definición de los imperativos estratégicos de cada país. Puesto en términos prácticos, esto es un Ejecutivo interactuando con los servicios respectivos, un Legislativo serio y responsable, así como universidades y think tanks participando en ciertos proyectos (básicamente de investigación o consultoría). La finalidad es engrosar la masa crítica y darle legitimidad a esta actividad.

La ausencia de este órgano tan vital mostró otro momento dramático con las famosas brisitas bolivarianas. El único medio eficaz para haber descifrado su trasfondo, estableciendo si se trataba de un bluff, o de un plan concreto en curso o en una fase primaria de planificación, era la inteligencia. La ausencia es tan evidente, que pareciera haberse olvidado por completo una premisa del todo elemental como es la imposibilidad de adjudicar cualquiera de estos focos de desestabilización a la conjunción de los planetas o a un complot de los dioses. Descubrir la mano terrenal que mueve las desestabilizaciones corresponde sólo a la inteligencia. No se conoce otro medio.

A mayor abundamiento, la interconexión global está potenciando actores con fuertes capacidades de intromisión en asuntos locales, lo que plantea desafíos nuevos y abordables sólo a través de servicios con capacidad anticipatoria. Un buen ejemplo es el ciber-espacio. Allí intersectan intereses del Estado, del gobierno de turno, del sector privado y de los ciudadanos en general, produciéndose un vasto campo (sumamente caótico) a ser resguardado. ¿Cómo se abordan las amenazas producidas allí? ¿Cómo analizar los cada vez más frecuentes ataques a bancos e infraestructura crítica digital sin colaboración con servicios foráneos en materia de ciber-inteligencia?

Imbricado con esto, bien puede afirmarse que un fantasma recorre la polis global. Es el ejército de hackers norcoreanos (la famosa Unidad 121), ciertamente, mucho más peligrosa que su programa nuclear. Eso se sabe desde el 2014, a propósito del pirateo a los estudios Sony Pictures Entertainment, para vengarse de la película The Interview, una sátira que se mofaba de Kim Jong-un. Del mismo modo, los innumerables ataques a instituciones bancarias públicas y privadas de todo el mundo tienen poderosos indicios de procedencia norcoreana. Esto significa que el ciber-espacio debe ser monitoreado desde la perspectiva de la inteligencia estratégica. Rehuir de ella, o abandonarla ex profeso, o reducirla a cuestiones policiales, deja al descubierto un parroquialismo muy impropio del siglo 21.

Quizás, el ejemplo más impactante y reciente de las complejidades que tiene el mundo de hoy es la intromisión al correo y celulares de la canciller Angela Merkel por parte del servicio de inteligencia de Dinamarca, el Forsvarets Efterretningstjenest, junto a la estadounidense NSA. El episodio es una invitación a comprender que no se puede vivir a la intemperie y que ni siquiera leer al gran novelista de temas de espionaje, John Le Carré, sirve para conjeturar sobre los laberintos del mundo actual. ¿Con qué otra cosa, si no con temple, se pueden abordar tales hechos, donde aliados espían a aliados y democracias a otras democracias?

Este espinoso asunto da para solazarse. ¿Qué razones pudo haber tenido Dinamarca, con apenas seis millones de habitantes y una superficie de escasos 43 mil kilómetros cuadrados (algo así como Tarapacá), para espiar a la elite política de Alemania, una potencia tecnológica doce veces más grande? La verdad es que, guste o no guste, este caso ilustra la imperiosa necesidad de que el tomador de decisión cuente con una visión estratégica global, capaz de entender la complejidad. El mundo no funciona sólo con quejas ni con buenos deseos.

Sabido es que ya Richelieu tomó noción que los gobiernos necesitan descubrir vulnerabilidades (propias o ajenas) y para ello se requieren capacidades anticipatorias. Hoy en día, las fuentes de muchas desestabilizaciones radican en cualquier punto del planeta, y, para atender aquello, la coordinación confidencial con actores foráneos es casi insustituible. Durante la Guerra Fría existió un opaco back channel entre estadounidenses y soviéticos, el cual evitó fricciones innecesarias y cuyo funcionamiento está documentado exhaustivamente en las memorias de Henry Kissinger y en las del embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin.

En síntesis, las sórdidas actividades norcoreanas, el novelesco espionaje inter amicos, y las numerosas vulnerabilidades que exhibe el país, hacen de la inteligencia una de las tareas ineludibles del próximo gobierno. Sin esa herramienta, la navegación en rumbo de colisión seguirá su curso y una elite entera permanecerá impávida, escuchando “Nearer, my God, to Thee”.

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