Hasta hace pocos meses, Evo Morales se jactaba de haber creado un partido “de nuevo tipo”, el MAS. Lejos de la visión leninista de un “partido de cuadros” o “de vanguardia”, Evo había creado un partido de masas. Un exitoso partido-movimiento, poblado por una miríada de disciplinadas “organizaciones sociales”. Sin embargo, fueron estas mismas las que se opusieron a su cuarta reelección y terminaron plegándose al clamor ciudadano contra el fraude electoral de octubre.

La idea de Evo Morales se remonta a 1997, cuando él y otros dirigentes cocaleros compraron en US$10 mil la marca electoral “Movimiento al Socialismo”, creada por el abogado y admirador del franquismo, David Añez Pedraza, para dar vida legal a un partido indigenista electoral. Fue un gesto pragmático en función de lo que finalmente importa en la política, el poder. Paralizando el país, y con sus “organizaciones sociales” en la calle, Morales obligó al entonces Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada a exiliarse. Tras ganar las elecciones, ingresó al Palacio Quemado y obtuvo reconocimiento internacional inmediato. Sus principales sostenedores fueron el bloque ALBA y la mirada benevolente de las democracias liberales occidentales. El líder aymará encarnaba la magia misma, instalando una utopía terrenal.

El argumento liberal más recurrido para explicar el presunto éxito del MAS era que había logrado superar esa fractura étnica y cultural que el país tiene desde su nacimiento. Evo y MAS fueron tildados por muchos como fórmula exitosa, porque, como apunta Hans-Georg Gadamer, los acontecimientos no sólo deben ser vistos en tanto coyuntura de haber existido, sino ante todo en su historial de efectividad (Wirkungsgeschichte). Evo y MAS habrían elaborado un relato nacional extraordinariamente efectivo. Sin embargo, al sobrevenir el colapso, quedó en claro que todo no fue más que un voluntarioso ejercicio, sin características de excepcionalidad. Un proyecto populista más. Al cabo de 14 años, se le agotó su fuerza motriz.

Cercado por protestas masivas, Morales llegó a la conclusión que no tenía pasta de mártir. Abandonó el poder y arrancó casi desesperadamente. En el ALBA miraron atónitos su decisión. En aquellas capitales gustan de gestos heroicos.

Con Morales fuera del escenario, las facciones del MAS se sumieron en sangrientas reyertas. Por su lado, desde el ALBA se exigen cursos de acción enérgicos para retomar el control del país. Deshojando una margarita en el extranjero, Morales busca ahora re-armar un puzzle perdido. Para los comicios de mayo, ideó una fórmula electoral con Luis Arce como candidato a la presidencia y David Choquehuanca a la vicepresidencia. Ambos serían ejemplos de flexibilidad y apertura. Pero la fórmula no parece muy convincente. Por doquier huele a densidad dramática.

Especialmente conflictivo se percibe que los “movimientos sociales” de La Paz acepten que su líder, David Choquehuanca, haya sido rebajado a candidato a la vicepresidencia.

La grotesca trifulca entre los diputados masistas, al aceptarse en la Asamblea Legislativa Plurinacional la renuncia de Evo Morales y su vicepresidente, dejó en claro que la noche de cuchillos largos al interior del MAS está recién empezando, y que muchos serán atravesados por el fuego.

Especialmente conflictivo se percibe que los “movimientos sociales” de La Paz acepten que su líder, David Choquehuanca, haya sido rebajado a candidato a la vicepresidencia. En realidad, a Choquehuanca se le atribuye una mayor convicción ideológica y no se disimula que es el candidato favorito para los países del ALBA. El choquehuanismo controla además los sindicatos, los que exigen que su líder encabece la fórmula electoral, pero junto al dirigente minero Orlando Gutiérrez. Por su lado, una vertiente del choquehuanismo, en Potosí, pide que su líder lidere la fórmula, pero acompañado de Andrónico Rodríguez. Este es el popular hermano joven de Evo Morales, que desde hace algún tiempo sueña con reemplazarlo. Hoy, el evismo le pide que postergue sus aspiraciones.

En tanto, los senadores del MAS también aportan al ocaso. Allí, dos jóvenes mujeres, Adriana Salvatierra y Eva Copa, tienen ambiciones presidenciales. Esta última es más aguerrida y pactó con la Presidenta interina Janine Añez los términos de la transición, coincidiendo con ella en que Morales debe abandonar la escena política. Salvatierra, cuya madre era una militante de las Juventudes Comunistas de Chile, se muestra dispuesta a dialogar con el evismo, aunque su prioridad es recuperar el prestigio de su padre, un antiguo ministro destituido por Evo. Demás está recordar que ambas también son fuertes críticas de las conductas machistas del expresidente, especialmente de los excesos verbales con sus ministras.

Las perspectivas del MAS se han vuelto crepusculares. Las presiones del ALBA dejan al descubierto que la importancia de Bolivia es más bien geopolítica. Esencial para enfrentar a un Bolsonaro que cierra su primer año con inusitado apoyo. Las rencillas internas, en tanto, confirman el agotamiento de un modelo basado en la identidad étnica en un país fracturado. Deja en claro que la efectividad de un proyecto nacional se viabiliza sólo cuando integra culturalmente a la mayoría de la sociedad. Pareciera el final sacado de un libreto wagneriano.