Para asombro de muchos de sus detractores, el balance de Bolsonaro tras un año en Planalto muestra un nacionalismo pragmático en materia externa y tesón para apostar a favor de reacomodos en el plano político doméstico. Bolsonaro, Mourao y el equipo decisional están exhibiendo capacidad para sorprender.

El acierto más evidente de su política exterior es la aguda combinación de una visión huntingtoniana compacta con un pragmatismo indubitable en lo multilateral. Como resultado, la administración Bolsonaro ha sabido navegar en aguas sumamente procelosas, como es la nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y la República Popular China, exhibiendo destrezas que a sus adversarios cuesta admitir, sea por horror a su retórica o porque enfatizan algo verídico pero accesorio, como es el peso intelectual de Celso Lafer o Luiz Lampreia, connotados antecesores del canciller Ernesto Araujo.

Asumiendo que el poder es para ejercerlo y no una cuestión abstracta, Bolsonaro ha sorprendido con un manejo nacionalista-pragmático en la disputa entre Washington y Beijing. El primero es su interlocutor político internacional privilegiado, mientras que el segundo, su principal socio comercial. Este manejo geopolítico tendrá necesariamente impacto internacional y ello por varios motivos.

Primero, como intuyendo un mundo de hegemonías múltiples abriéndose paso sin contemplaciones, Bolsonaro rechazó presiones estadounidenses a la hora de llamar a subasta para la construcción de la red 5G, la más grande de América Latina. Bolsonaro resolvió abrirle la puerta a los chinos en el entendido que la principal oferta para Brasil -al igual que para Europa- la ha realizado hasta ahora la china Huawei. Ya en octubre, Bolsonaro había tomado una decisión igualmente clara: que Brasil utilizará la misma banda de frecuencia radioeléctrica que China; una noticia que, debido a la tirantez con algunos medios de comunicación, casi se ignoró. Estas decisiones, tan estratégicas como inminentes, estarían dejando fuera del mercado brasileño a empresas del calibre de Millicom, Telefónica, América Móvil, ATT y otras similares.

Segundo, otra faceta del juego geopolítico de Bolsonaro, fue la reapertura de la base antártica Comandante Ferraz, incendiada hace alguno años. Se trata de una instalación ultra-moderna y estéticamente vistosa construida por la China National Electronics Import and Export Co. Una opción de valor estratégico indudable.

Tercero, el gigante latinoamericano ha obtenido dos logros capitales en materia multilateral. Por un lado, el ingreso a la OCDE. En esto fue clave la relación privilegiada de Bolsonaro con Trump, reforzada por su apoyo categórico a la eliminación del líder iraní de Al Quds, Qassem Soleimani. Pero también debido a que el otro aspirante a la OCDE era Argentina, cuya opción presidencial por los K la dejó fuera. Podría decirse que estamos en presencia de un muy buen ejemplo de aquello que se llama Schadenfreude (satisfacción basada en la degradación del rival), popularizada por el caricaturista alemán Wilhelm Busch en su serie Max und Moritz. Por otro lado, tenemos el desenlace de Mercosur. Éste introducirá finalmente una apertura arancelaria, tal cual lo propuso Bolsonaro a inicios de su mandato. Los detalles debieran ser afinados durante la próxima cumbre en Encarnación, Paraguay.

En tanto, otro rasgo que ayuda a comprender los cambios brasileños son los reacomodos políticos inmersos en una especie de “guerra político-cultural” que vive el país. Se trata de una litis emanada de los cambios en materia de fe religiosa y participación política, observable en la sociedad y que Bolsonaro creer estar leyendo mejor que nadie. El trasfondo es el auge incontenible de los protestantes. El 32% de la población ya lo es, estimándose que será dominante en, máximo, 10 años más. Los católicos, en tanto, ya descendieron de la barrera del 50%.

Dominadas por la intensidad en el culto, el carisma de sus pastores y el crecimiento financiero, las iglesias pentecostales son las protestantes que más crecen. El alza se estaría observando tanto a nivel de clases medias emergentes -donde sobresalen la Iglesia Universal del Reino de Dios y la del Evangelio Cuadrangular- como entre los más desamparados -donde la iglesia mayoritaria es la Asamblea de Dios-. Luego, otra iglesia en auge es la Bautista, aunque uno de los motivos centrales que lo explica es la ya larga y activa afiliación a ella de la carismática Primera Dama, una atractiva intérprete de señas en la popular barra da Tijucaquien estimuló al propio Bolsonaro a celebrar su matrimonio bajo esos rituales.

Los protestantes tienen una bancada con 84 diputados federales y 7 senadores, que ha sido puntal del bolsonarismo este primer año. Y lo seguirán siendo. Bolsonaro ha honrado la mayoría de los compromisos contraídos con ellos. Incluso, en diciembre, realizó el primer culto evangélico en Planalto. Y para los próximos meses está previsto que la Asociación Nacional de Juristas Evangélicos se convierta en entidad consejera en materia de política exterior.

Este auge sostenido, junto a su slogan de campaña “Dios por encima de Todos”, llevaron a Bolsonaro a fundar recientemente un nuevo partido, la Alianza por Brasil, ayudado por los pastores de esta pléyade de iglesias. Fuertemente centrado en sus hijos, Bolsonaro busca con este partido homogeneizar su base de apoyo para consolidarse e ir por la reelección en 2022. Hay que recordar que se había unido al Partido Social-Liberal sólo con fines instrumentales pocos meses antes de la elección (octubre 2018). De esta forma, Brasil parece perseverar en la idea de un sistema de partidos con pilares en torno a hombres fuertes.

En síntesis, en este primer año, Bolsonaro ha manejado el poder con un claro sentido transicional que muy probablemente tenga repercusiones políticas y económicas en toda la región. Más allá de la controversia sobre su oratoria, debería concluirse que está llevando al Brasil a una etapa enteramente nueva de su desarrollo político.