Ha causado sorpresa una dura columna del filósofo Hugo Herrera, publicada en La Segunda el martes pasado, en la cual critica a los think tanks de derecha, pero en particular a la Fundación para el Progreso y al Instituto Libertad y Desarrollo. Según él, los “investigadores” de estos centros de estudios carecerían de “las condiciones mínimas exigibles” para cumplir con tal denominación, pues no se los vería “publicando en editoriales de prestigio”; junto con ello, critica además la “oscura” forma de financiamiento que sostendría a estos centros y remata con una crítica ideológica a su “extremismo” y “economicismo sin matices”.

En su diatriba, Herrera comete, sin embargo, varios errores que son evidentes.

En primer lugar, sorprende que Hugo Herrera —el mismo que durante años ha venido diciendo, con razón, que en la derecha hace falta reflexión, ideas y contenido— critique con tanta dureza a algunos think tanks de tendencia liberal, en vez de celebrar —como sería esperable en base a sus propias reflexiones— el momento de relativo florecimiento que vive el sector en materia de existencia de centros de estudios y espacios de reflexión y que, entre otras cosas, se refleja en la gran cantidad de libros que han abordado la importante cuestión del proyecto político de la derecha. Están los aportes del mismo Herrera y también los de Daniel Mansuy, Pablo Ortúzar, Axel Kaiser, Álvaro Fisher y Valentina Verbal, entre otros.

En segundo lugar, como la crítica de Herrera ya no apuntaría a la “cantidad”, sino que se centraría en la “calidad” de la reflexión en la derecha, sorprende el escaso pragmatismo que evidencia alguien que también escribe columnas de opinión y que —por lo que se deja entrever en su invectiva— pretendería hacer de estos think tanks una suerte de réplica de la academia y de sus estándares científicos; estándares con los que, dicho sea de paso, se escriben artículos y libros que son de acceso a un público muy reducido. Es decir, el pecado de estas entidades sería el de no permanecer en las alturas de la academia e intentar difundir ideas de forma simple y sencilla, pensando en un amplio público no erudito. Pero es evidente que intentar equiparar ambas instancias conllevaría desvirtuar sus roles y sería un claro peligro para la diversidad intelectual y política que se da en una sociedad; diversidad de la que los think tanks no son más que un reflejo y que en la derecha ya deberíamos haber aprendido a aceptar y promover.

Por otra parte, Herrera añade a su crítica una segunda temática, casi como sacada de un sombrero, señalando a secas: “[…] también aparece el problema del financiamiento”. Si bien el tema del sostenimiento de estos centros de estudios es transversal a todo el espectro político —y dentro de la derecha también a otros que él omite, como el IES, Idea País, la Fundación Jaime Guzmán, Horizontal, etc.—, Herrera, sin embargo, lo focaliza únicamente en la FPP y en LyD. Hay aquí una clara intencionalidad: ya no estamos frente a un problema de “calidad”, como él lo plantea en un primer momento, sino que ahora la cuestión sería el supuesto “oscuro” financiamiento que recibirían dichas entidades. Sin embargo, lo esperable habría sido que Herrera hiciese un análisis mínimamente objetivo de lo que sucede en este sentido en todo el espectro político, y en particular en el conjunto de la derecha.

Finalmente, Herrera trasluce la verdadera intencionalidad de su columna al mezclar estos dos asuntos, el de la calidad y el financiamiento, con una crítica ideológica a los think tanks aludidos; lo hace naturalmente desde el “nacionalismo popular” que él ha buscado rescatar como parte de una pretendida tradición en la derecha conservadora. En este sentido, si de lo que se trata es en el fondo de una crítica a las ideas liberales, libertarias o defensoras del libre mercado en la derecha, sería bueno que Herrera las expresara de forma directa, fundada y sin mezclarlas con otras cuestiones que no son estrictamente de orden ideológico o político. Sólo así podría darse una discusión verdaderamente honesta sobre la calidad de los think tanks y sus formas de financiamiento.

 

Benjamín Ugalde, doctor en Filosofía, Horizontal

 

 

 

 

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