Hace unos meses, publiqué en este mismo medio una columna que titulé “Haití es tarea de todos” (25.9.2014). En la ocasión señalé que la presencia militar en ese país no debía ser vista como una intromisión, ni mucho menos un gasto de recursos, pues quienes así lo hicieran demostrarían un claro desconocimiento de lo que significa una misión de paz.

Poco menos de un año después, y tras la reciente ratificación del Congreso de la presencia de tropas en Haití, hay que insistir en la importancia que tiene para el Estado chileno nuestra participación internacional.

Una razón tiene que ver con algo estrictamente profesional. No es menor el significativo aporte que tiene para nuestros efectivos participar de un entrenamiento continuo en un ambiente de conflicto real que obliga a tener la capacidad de mantener un batallón operativo de manera permanente. No olvidemos que incluso hemos invertido recursos para crear un Centro de Entrenamiento para Operaciones de Paz (CECOPAC) en el cual se prepara a nuestros efectivos. Siguiendo con esta línea argumental, podemos agregar el valor desde el punto de vista del comando y control, la experiencia internacional, como también la colaboración inter agencial con instituciones vinculadas a Naciones Unidas, según afirma el experto de la Academia de Guerra  del Ejército Carl Marowski.

Participar en misiones de paz tiene que ver con las obligaciones y compromisos que hemos adquirido al ser parte de una comunidad internacional -representada en Naciones Unidas- a la cual adherimos con nuestra defensa de la paz mundial. Eso significa asumir y respetar compromisos de largo plazo.

A la fecha, dato de abril de 2015, Chile poseía 421 efectivos en el mundo, de los cuales 402 estaban en Haití. De éstos, 11 son policías y 391 corresponden a tropa de las FFAA. Cifras sobre un contingente total de 6.850 personas que tiene en total la MINUSTAH.

En síntesis, la presencia de tropas en Haití colabora con la política exterior, pues no sólo es un deber regional con el continente al que pertenecemos, y en especial con el país más pobre, sino que también dice relación con nuestro compromiso con el mundo y la paz internacional. En nuestra justa dimensión, pero que nos corresponde asumir.

Salir hoy significaría que nuestra presencia no han servido de nada, lo cual me lleva a una reflexión final: ¿qué estamos haciendo para realmente conseguir la estabilidad y resolver el problema de fondo que hay en ese país? Coincidiendo con la opinión de Cristián Faundes, investigador del Centro de Estudios Estratégicos de la Academia de Guerra del Ejército, la pregunta no es si debemos salir o no. Sino que hemos de preguntarnos: ¿cuáles han sido los cambios culturales en el ámbito de la democratización y representación que se han generado en estos 10 años de presencia en Haití? Ese es quizás el paso siguiente de este debate.

 

Angel Soto, académico Universidad de los Andes.

 

 

FOTOS:DAVID CORTES SEREY/AGENCIAUNO

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