Hasta ahora, estimado lector, era un convencido opositor a la propuesta que el Estado pague la educación superior de todos los estudiantes, sin importar su condición socio económica o su rendimiento académico.  Eso que se ha dado en llamar la gratuidad.  Claro que mis argumentos son fríos, debe ser que tienen ese toque de economicismo propio del pensamiento neoliberal; porque, cómo alguien con corazón puede responderle al que le dice que la educación es un derecho, que el dinero no alcanza.

Pero claro que alcanza, responden los muchachos de ceño apretado y puño en alto, si el 1 por ciento tiene el 25% de la riqueza (o algo así), bastaría que ellos contribuyeran con un poco de lo que tienen y todos podrían estudiar gratis; y si ponen otro poquito, todos podrían tener pensiones dignas; y con otro poquito, salud gratis y de calidad para todos; y con otro poquito, viviendas dignas; y con otro poquito, sueldos dignos para los profesores.  Hay un pequeño problema –frialdad neoliberal arremete nuevamente- que un poquito, más otro poquito y más otro y otro y otro, ya no es ningún poquito, es realmente mucho y, lo que es peor, tampoco alcanza.

Si lo anterior no fuera suficiente, resulta que ese 1 por ciento más rico, y una buena cantidad de los que le siguen, tienen la mala costumbre de invertir bajo dos condiciones: que exista una razonable seguridad de que las reglas del juego bajo las que invierten no van a cambiar en el tiempo que dure esa inversión y, también, que una proporción razonable de lo que ganen con el producto de su trabajo y de su capital sea de ellos.

Entonces, cuando les dicen que les van a quitar “un poquito” para pagar la gratuidad (la sola expresión pagar la gratuidad es fantástica, en el sentido que Borges le habría dado a la palabra) y otro poquito, y otro poquito, y otro poquito, toman una calculadora, sacan la cuenta, ven que no les dan los números, que además eso que llaman riesgo regulatorio (tan propio de América Latina como el realismo mágico) es muy alto y deciden que mejor se llevan su inversión a otra parte.  Resultado: se produce un frenazo en la economía, nos encontramos con que no hay ningún “poquito” que repartir y tenemos que empezar a aplicar el realismo sin renuncia, que es la versión política de la famosa frase atribuida a un futbolista: “uno no tiene por qué estar de acuerdo con todo lo que piensa”.  Vamos a ser realistas, pero sin renunciar a no serlo.  Fantástico, mágico, hiperrealista!!! (y todo lo demás que usted quiera agregarle).

Pero estaba equivocado, lo reconozco hidalgamente.  Debe ser que pertenezco a una generación que es hija de la modernidad, ese período en que la gente empezó a buscar explicaciones racionales a los fenómenos naturales y surgió la ciencia, incluida la económica, con esos paradigmas limitantes como el de que las necesidades son múltiples y los recursos escasos.

Por eso me cuesta entender que en la postmodernidad mi forma de pensar está anticuada, que uno sí puede estar en desacuerdo con lo que piensa, que se puede ser realista sin renunciar a serlo, que se puede reactivar la economía y aplicar el programa; que, en realidad, es todo al revés: los recursos son ilimitados y la necesidades escasas.

J.K. Rowling lo acaba de demostrar, la evidencia estaba frente a nuestros ojos y yo no la había visto: Hogwarts es gratis!!!! Harry Potter, Hermione, Ron, hasta el insoportable y ricachón abusador de Malfoy estudian gratis, todos tienen su varita mágica (aunque en el caso de Harry fue un regalo particular, hasta aquí se nos mete la desigualdad) en cada pupitre hay libros de encantamientos y todo lo que necesitan.  Pero no sólo eso, aunque Rowling no se refirió expresamente al punto, es fácil deducir que los profesores ganan buenas remuneraciones, empezando por Dumbledore, cada uno tiene su propia escoba y gozan de una serie de beneficios, empezando por la inamovilidad.

¿Cómo es posible todo esto?  Muy simple, era obvio.  El Ministerio de la magia lo provee todo, porque en el mundo de Harry Potter, en que la magia es la realidad, nadie se preocupa de cuestiones bastardas, como la rentabilidad de los proyectos, el costo de los factores productivos, la carga tributaria y mucho menos de expresiones del egoísmo capitalista como el derecho de propiedad (aunque la varita y la escoba son de Harry y son mejores que las del resto).

Cien por ciento de gratuidad en educación, en salud, viviendas y pensiones verdaderamente dignas para todos.  Aplicación del programa hasta la última letra, un país sin desigualdad. ¡¡Todo es posible!!  Sólo hay que hacer un pequeño ajuste: tenemos que poner a cargo al Ministro de la Magia.  Cómo no lo había pensado antes.

FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIA UNO

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