Por décadas los académicos de la democracia transmitieron la noción de que el proceso global de modernización de la humanidad -entendiendo por ello la industrialización, el desarrollo económico, la innovación tecnológica, y el crecimiento e inclusión de la clase media- aumentaría el sentido común de la sociedad, y con ello el desarrollo de las ideas y democracias liberales, en desmedro de posiciones antagónicas e intolerantes. Sin embargo, a pesar de que la modernización ha tenido lugar, lo que estamos viviendo es la muerte del sentido común, de la cual circula en internet el respectivo obituario.

¿Qué es sentido común? Si resumimos los diversos conceptos vertidos en Wikipedia, es una facultad que poseemos para juzgar razonablemente las cosas, que nos permite distinguir el bien del mal, lo lógico de lo ilógico, la razón de la ignorancia. El sentido común nos debiera llevar a no gastar más de lo que ganamos, y a concluir que son los adultos, y no los niños, los que debieran estar al mando de la educación. El sentido común debiera guiar a los parlamentarios a sancionar leyes que den mayor protección a las víctimas en lugar de dársela a los delincuentes, y a los políticos y ONG a solicitar mano dura contra los vándalos y encapuchados, en lugar de aclamarlos como héroes. El sentido común diría que, frente al bien común de la sociedad, los gobernantes debieran privilegiar los acuerdos que la beneficien, en lugar de perseguir beneficios personales o partidarios. Es el sentido común el que debiera guiar a aquellos personajes de la farándula, periodismo y deporte, que despotrican contra la desigualdad, a dejar de reclamar sueldos estratosféricos y vivir en consecuencia con lo que predican y reclaman.

En realidad, lo que está ocurriendo en la actualidad es justamente lo contrario, por lo cual no debemos extrañarnos si vemos a padres que pretenden delegar gran parte de la educación de sus hijos en los profesores, para luego quitarles toda la autoridad para que estos puedan actuar; artistas que adoran la Cuba de los Castro, pero después mandan videos indignados quejándose por tener que soportar la dura vida mientras esperan poder regresar a Chile; políticos que defienden a Castro y Maduro, pero cuando tienen que elegir dónde vivir fuera de su país, el destino elegido está muy lejos de Cuba o Venezuela; grupos sociales que reclaman por sus derechos, pero no están dispuestos a asumir responsabilidad alguna; grupos luchando contra el sistema, sin proponer una alternativa viable; personajes reclamando solidaridad, siempre y cuando la plata y el esfuerzo la pongan otros; otros pontificando lo que debiera hacerse, pero cuando se les pide acción en lugar de retórica, miran para otro lado, o miran un espejo donde se refleja la imagen del cura Gatica.

¿A qué responde esa falta de sentido común de la sociedad? ¿Y qué pasa que la sociedad actúa indiferente ante este fenómeno, como si estuviera narcotizada? Como todas las cosas en la vida, las causas suelen ser múltiples. Pero todo indica que una de ellas, e importante, es el creciente tribalismo que está infectando a la sociedad.

Las tribus son bandas, clanes, sectas, o conjuntos de personas, que conforman una comunidad con una identidad común basada en cuestiones tales como origen, idioma, religión, cultura, visión de vida, manera de vestirse, ideología política, orientación sexual, forma de alimentarse, deporte a realizar, etc. El desarrollo de una tribu está íntimamente ligado a la fortaleza de la identidad que la aglutina, pues cuanto más fuerte e incuestionable esa identidad, mayor será la chance de que esa tribu, y su líder, perduren en el tiempo. Esa necesidad de construir una identidad fuerte deriva, especialmente en el caso de sectas e idearios antisistémicos, en dicotomías del tipo “nosotros versus ellos”, porque ello permite, además, acallar cualquier disenso interno.

Las redes sociales han potenciado enormemente el surgimiento de una gran cantidad de tribus urbanas, cuya conformación no tiene relación con familia, origen, idioma o cultura, sino con maneras de ver la vida.

El gran problema del “nosotros versus ellos” es que promueve la intolerancia. La historia está llena de conflictos originados en fanatismos de identidad, tales como protestantes contra católicos, musulmanes contra infieles, serbios contra croatas, siervos contra señores feudales, pobres contra ricos, abusados contra abusadores, etc. La historia muestra que poco importó si se trataba de países en vías del desarrollo (Rwanda, Timor Este, Papúa-Nueva Guinea, incluso Chile), o países desarrollados (Chipre, Irlanda del Norte, Alemania Nazi o España).

Con la modernización y la urbanización de la sociedad, los pensadores democráticos pensaron que la supervivencia de las tribus era poco viable, porque su existencia siempre estuvo relacionada con una baja densidad poblacional. Tal sería el caso de tribus indígenas ubicadas en grandes extensiones como las planicies americanas, o en naciones conformadas por tribus como Papúa-Nueva Guinea, o religiosas como la de Waco en la zona rural de Texas. En 1985, el sociólogo francés Michel Maffesoli acuñó el término de “tribus urbanas” para describir las subculturas que compartían un interés común, solían tener un estilo de vida y comportamiento similar, y tendían a congregarse o incluso a convivir; por ejemplo, grupos como los hippies, punks, surfers, hipsters, bikers, etc.

Las redes sociales han eliminado esa condición de baja densidad que generaban las zonas rurales, porque precisamente generan el efecto de baja densidad poblacional, aislando a las personas en burbujas donde conviven con personas que piensan lo mismo y que creen que su posición es masiva porque es lo único que escuchan (sensación de “somos muchos, pensamos lo mismo y por lo tanto tenemos razón”). Y, más encima, facilitan el armado de grupos de interés, difusión de ideas, y coordinación de actividades.

Las redes sociales han potenciado enormemente el surgimiento de una gran cantidad de tribus urbanas, cuya conformación no tiene relación con familia, origen, idioma o cultura, sino con maneras de ver la vida. Adolescentes y jóvenes ven en las diversas tribus urbanas la posibilidad de compartir experiencias y vivencias con quienes consideran iguales, formando un núcleo de afectividad y cohesión alrededor de una identidad distintiva que les permite alejarse de aquello que no les satisface. Los exponentes más evidentes, por su fanatismo y virulencia, son las tribus del tipo punks, barras bravas y anárquicas. Si a ese fenómeno agregamos otra característica que tienen las redes sociales, esto es, un bombardeo constante de “fake news”, verdades a medias, y verdades tendenciosas, no podemos esperar otra cosa que una sociedad movida por la intolerancia y virulencia, donde el sentido común termina relegado ante las “verdades absolutas”, promovidas no sólo por los fanáticos sino también por los oportunistas de turno. Donde las redes sociales, lamentablemente, “educan” más que las familias y las escuelas.

Resumiendo, las redes sociales son la principal razón del crecimiento infinito de tribus urbanas ideologizadas y anti-sistémicas, las cuales tienen por definición una baja tolerancia a ideas distintas, aumentando con ello la incivilidad, el antagonismo y la intolerancia, lo cual disminuye y/o narcotiza el sentido común de la sociedad. Es por ello que no debemos sorprendernos si, por no concordar con la izquierda, nos tildan de fascistas; por no concordar con valores conservadores, nos tildan de “derecha light”; si se trata de resolver los problemas de pensiones y salud ahora, sin esperar que el efecto “chorreo” en una de esas lo resuelva en 30 años mas, uno es un populista; si por valorar nuestra identidad y cultura, nos consideran xenófobos; si por querer vivir con seguridad y no aprobar las protestas violentas, nos consideran represores; o si por creer que cada persona debiera ser recompensada según sus méritos, nos escrachen por ser insensibles y antisociales.

A estas alturas, algunos de ustedes se preguntarán: ¿y que tiene que ver la ópera con las tribus, las redes sociales y la muerte del sentido común? Bueno, en la ópera los personajes mueren lentamente, se caen al suelo, se vuelven a levantar, se caen, se levantan… no se mueren nunca. Con el sentido común pasa lo mismo. Se cae y se levanta. Se cae y se levanta, mientras las tribus urbanas, fortalecidas por las redes sociales, le siguen pegando estocadas como villano que está ganando la batalla. Hasta que aparezca algo, o pase algo, que desnarcotice a la sociedad y reviva el sentido común. De eso depende nuestro futuro.