Se sabe, la política es una actividad humana en continua renovación, salvo en las dictaduras férreas y pétreas. Dicho esto, no deberían sorprender las dos grandes vías en que lo nuevo se manifiesta en Chile: el gobierno de Gabriel Boric que comienza a regir desde mañana, y lo que va emergiendo de la Convención Constitucional (CC).
La innovación tiene un valor intrínseco, permite el avance hacia lo que se supone mejor, más beneficioso, más eficaz, aunque no siempre se deba echar, desaprensivamente, el pasado por la borda, como trastos inútiles y detestables. Es uno de los dilemas que atraviesan a la política del Chile de hoy; cuánto se debe rescatar y cuánto se debe renovar. En torno a ello se abre el abanico de respuestas, por supuesto con sus respectivos extremos. Refundar lo más, incluyendo los nombres (véase el caso del aborrecido Senado y su tratamiento en la CC), o mantener con apenas unos toques cosméticos, la opción conservadora. En política también la innovación tiene sus fueros, es parte del inevitable recorrido del progreso general humano; pero también la innovación puede ser un artefacto necesario en la carrera al poder, mostrando las banderas de lo nuevo para lograr el consenso, lo que en sí no tiene nada de malo, a menos que “lo nuevo” sea un artificio riesgoso que necesite imperiosamente ser probado, tanto en su factibilidad como en su real beneficio ciudadano.
El nuevo gobierno es realmente un giro de una profunda (y entusiasta) innovación del cuadro político de Chile, no solo por el recambio generacional en la élite política que ahora se extiende al ejercicio del poder del Estado, sino además por la carga ideológica, por el discurso político de los jóvenes que comenzaron su marcha con los movimientos estudiantiles del 2011, punto de partida de proyecciones políticas que cada vez fueron adquiriendo mayor hegemonía cultural hasta llegar a la articulación como partidos competidores por el poder y culminar con la coalición del Frente Amplio, radicado en la izquierda, pero en abierto conflicto con el duopolio derecha/Concertación y radical cuestionamiento a la izquierda histórica, a la que buscaban reemplazar; objetivo logrado, aun considerando la parcial cooptación de parte de ella al nuevo poder.
La innovación, diferente a renovación, puede ser aplicada abruptamente, sin mediar gradualidad alguna, con ruptura de lo existente. Pero también se puede efectuar paso a paso, midiendo su factibilidad y efectos. Es el procedimiento llamado trial and error, o sea, experimentar, corregir o abandonar, o persistir obcecadamente, como en el experimento chavista en Venezuela.
¿Qué es lo que el FA debería experimentar en su inminente gobierno? Hay hechos y discursos que orientan al respecto. Entre estos están las fuentes que fueron formando la identidad frenteamplista, en primer lugar la de sus propios ideólogos, entre los cuales Carlos Ruiz y Alberto Mayol, ambos portadores de tesis que superan el puro y elemental anticapitalismo de cuño marxista, para concentrarse en la versión neoliberal del mismo y en la defensa del ciudadano vulnerable, marginado y dañado por la desigualdad inherente al modelo. En ese marco ideal se erige un proyecto político que se ancla a las organizaciones y movimientos sociales, nuevos sujetos de la lucha política y ya no solo expresiones testimoniales o material de encuestas de opinión pública. Es el nuevo pueblo, como lo llama Ruiz en un libro del 2020 a propósito del estallido del 18-O. Hay otros pensadores entre las lecturas y coincidencias de la élite del FA, entre ellos los argentinos Ernesto Laclau, la belga Chantal Mouffe y el boliviano Álvaro García Lineros, arquitecto teórico de la experiencia gubernamental de Evo Morales. El primero, Laclau, elabora tempranamente el pensamiento de una nueva izquierda posmarxista, con claro asidero en la realidad latinoamericana, que valora el populismo como fuente de transformaciones, en la medida en que combine impulso populista con ejercicio del poder estatal, un populismo ya no solo contra las instituciones, sino combinado con el Estado mismo. En una entrevista auspicia el justo equilibrio entre poder estatal y populismo, este último no visto en términos peyorativos sino como parte de un tipo de democracia diferente a la representativa o liberal, como lo explica en su libro “La razón populista” (2005). También Laclau incursiona en el elemento de la hegemonía de la nueva izquierda, con evidente referencia gramsciana; abunda en ello al unir hegemonía con autonomía de los grupos sociales demandantes: “Y del otro lado, insistir exclusivamente en el momento de la hegemonía negando el momento de la autonomía es pecar de un hiperpoliticismo que niega a los movimientos sociales en su autonomía. Ese es el dilema: cómo unificar la dimensión horizontal y la dimensión vertical» (revista Página/12, 2013). García Lineros ha declarado “Soy un marxista seducido por la insurgencia indígena”; de allí parte su elaboración sobre el Estado y las comunidades esencialmente indígenas, en su autonomía (plurinacionalismo) y en su relación con el Estado, una relación no exenta de tensión, como han apuntado diversos críticos de su tesis central. Su visión reúne, pues, elementos de ruptura política y al mismo tiempo de participación de las comunidades en el poder, verticalidad y horizontalidad en una nueva institucionalidad política.
Lo formulado por estos innovadores politólogos se concreta en un logro del Frente Amplio de lo auspiciado por ellos: el FA supo erigirse en representante de todos o casi todos los grupos sociales y culturales descontentos con el modelo económico y la institucionalidad democrática existente. Ese es el humus ideológico que permea la idea de la hegemonía de una nueva izquierda llevada adelante por el FA, con todo su arcoíris de posturas y personalidades, aun con las inevitables divisiones (y subdivisiones) de la política y de los juegos del poder. Si se unen estas ideas, aquí muy someramente descritas, con el recorrido político del FA, con sus acciones sostenidas, con su permanente práctica de fomento de “la calle” y los movimientos sociales (a imagen y semejanza, claro está) en detrimento o en franca oposición a la institucionalidad democrática vigente, con aquello que va emergiendo de la Convención Constitucional, tendremos algunas claves de interpretación de lo que se avecina para Chile.
Sabemos que no hay automaticidad entre el gobierno entrante y la CC, que no son simétricos y tampoco interdependientes. Son dos realidades políticas que se desempeñan en mundos diversos, con sus propias normas y lógicas, pero, como en la teoría de conjuntos, hay zonas comunes (los militantes frenteamplistas y afines) y zonas que escapan a uno y otro: la Lista de Pueblo o los nuevos ministros ex Concertación, por ejemplo. Pero ambos, gobierno y CC, son portadores de idearios que se materializarán en realidades políticas inminentes, que modificarán la semblanza de Chile. Aún no conocemos con cuánta profundidad y, sobre todo, cuán irreversibles serán esas transformaciones.
La Convención Constitucional y el gobierno entrante impondrán al país un periodo de experimentación política, un gran laboratorio en el que se probarán teorías mezcladas con anhelos grupales o personales, especialmente en la CC, donde se expresan ansias a veces cultivadas muy íntimamente. La experiencia de otras naciones es material precioso en la construcción de nuevas realidades que mejoren la vida de todos, pero aquí hay zonas de experimentación originales, o pálidos reflejos de lo que han hecho bien otros países. Aquí no se repara en los conflictos que tensarán y harán chocar plurinacionalidad con Estado, descentralización unitaria con regionalización extremada, jueces independientes con jueces bajo escrutinio político, derechos ancestrales con derechos de todos, naturaleza santificada con crecimiento ecológicamente sustentable.
Son algunas propuestas, hasta el momento son solo eso, llevadas a opciones extremas, de aplicación inmediata, que no se meditan en demasía por los plazos abreviados, y que no se detienen mucho en las posibles consecuencias, en los daños que serán luego difíciles de reparar y que retrasarán aún más el camino de común bienestar.
Cierto, la innovación es provechosa en sí, es parte esencial del progreso de las personas y las naciones, máxime cuando es una actitud continua. Innovación y desarrollo van de la mano en todos los campos de la actividad humana, siempre precedidas de la experimentación. La historia está atestada de experimentos y transformaciones en las sociedades, algunas exitosas (la introducción de la moneda euro, por ejemplo), otras largas y fracasadas en el tiempo. Solo las mentalidades conservadoras y pacatas pueden temer a los cambios sociales en sí. Pero cuando estos se anuncian de manera radical y precipitada, nutridos por mucho ardor y poca razón, siempre es necesario y conveniente alzar la guardia, mirar con atención el valor de lo que se desecha, defender aquello que es parte esencial del ser de la democracia y de la identidad social que une al pueblo. De otro modo, el experimento político malogrado lo pagarán todas y cada una de las personas sobre cuya piel se llevó a efecto. La experiencia mundial, pasada y presente, es la mejor fuente de enseñanzas e inspiración para las decisiones personales y colectivas en este año tan crucial para Chile.