El ejercicio de lectura de la figura de Allende tiene tantas variables como sensibilidades existen en el mundo de las ideas y de las vivencias personales, que se expresan en la política y en la cultura de hoy y, seguramente, en la historiografía del mañana.

Una imagen del 11 de septiembre recorrió el mundo y quedó impresa en la mente y en el corazón de quienes le amaron y siguieron y, también en los sentimientos de quienes le detestaron y finalmente decretaron su fin. Esa imagen era la de Allende en la puerta de La Moneda, arma en  mano y casco negro en su cabeza, rodeado de sus guardias y mirando hacia el cielo desde donde caerían luego las bombas que arrasaron el palacio de gobierno.

Si bien el origen del gobierno de Salvador Allende fue limpiamente democrático y constitucional, no lo es menos la vida política del propio Allende. Su triunfo como presidente de Chile sólo sería la consagración coherente con sus ideas y, ante todo, con los hechos de su trayectoria y liderazgo en la política chilena. Desde sus inicios como dirigente estudiantil junto a las primeras influencias del anarquismo libertario, antes de llegar al marxismo heterodoxo propio del socialismo, Allende iría formando su visión de la democracia como el ideal terreno de la lucha política. Sergio Vuskóvic, alcalde comunista de Valparaíso durante la Unidad Popular y amigo desde joven de Salvador Allende, expresó en el documental de Patricio Guzmán (2004): “¿Salvador un leninista? Conmigo hablaba sólo de la Revolución Francesa. Ideas como ‘partido único’ o ‘dictadura del proletariado’ le eran extrañas”.

Precisamente, en ese alejamiento del leninismo residía la concepción de socialismo democrático que Allende plasmaría en su experiencia de gobierno que él mismo llamaría la Vía chilena al Socialismo; fue una prueba que despertó el escepticismo de las franjas radicalizadas y ortodoxas de la izquierda chilena e internacional, un intento que, sin abandonar la idea de una meta final, se proponía transformaciones socialistas dentro del marco constitucional de la democracia, moviendo la acción gubernamental dentro de las normas y las instituciones republicanas de ese entonces. En ello Allende era coherente con el pensamiento socialista de cualquier tiempo y latitud.

Allende practicó el reformismo en su trayectoria política; no estaba su mente y propósito el asalto revolucionario del poder como acto fundante de un sistema demoledor de las libertades y derechos democráticos. Durante su gobierno, el reformismo de Allende adquirió el cariz radical que a veces enmarca las grandes transformaciones que, sin arrasar instituciones ni cobrar vidas humanas, provocan cambios profundos y concluyentes. La nacionalización de cobre, la profundización de la Reforma Agraria iniciada por Frei Montalva, el impulso al área estatal de la economía, la instalación de una épica popular, fueron sin duda parte de algo más allá de la retórica revolucionaria de esa época

Sin embargo, Allende sufrió el embate crítico de la izquierda maximalista y de estratos de los propios partidos que formaban parte de su gobierno. La etiqueta despectiva de reformista y socialdemócrata le fue aplicada en encendidos discursos (sobre todo juveniles) o en susurradas reuniones. En ello no había solamente la visión de textos doctrinales en que se enjuiciaba la democracia “burguesa”, el “parlamentarismo” y el “espejismo” de las reformas; también había el clima de tensión máxima y de polarización a la cual contribuyó la derecha chilena y, desde el exterior, la indisimulada y agresiva intervención de EE.UU. En esta atmósfera política gravitaba asimismo la influencia de la revolución cubana que encendía la ilusión de un camino diverso a la experiencia democrática y pacífica con la cual Allende intentaba sentar las bases de un futuro socialista. La vía chilena al socialismo tuvo fuego frontal y lateral.

En las últimas palabras de Allende reside el drama de la democracia acorralada y reafirma la convicción profunda del rol que él debía cumplir: “Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”.

Ese momento trágico e imponente de la moderna historia chilena, refleja el espíritu y los valores de un hombre que fue el centro del drama infausto de la caída de la democracia y la libertad.

La foto referida al comienzo de esta nota, es la imagen de un Allende dispuesto a defender, con sus pobres armas, no sólo su personal mandato popular, sino ante todo las instituciones republicanas a las que sirvió durante toda su vida. En fin de cuenta, la democracia, el único sistema que permitió al hombre libre transitar por las anchas alamedas que el mismo vaticinó aquel 11 de septiembre. El camino que hoy recorremos.

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