Acercándonos cada vez más al 4 de septiembre, quería invitarlos a reflexionar sobre lo que uno quisiera encontrar en un texto constitucional. En mi caso pensé en fraternidad, que no aparece ni en el texto propuesto ni en el vigente. Porque, para decidir en conciencia, como hemos motivado en esta tribuna en los últimos meses, no sólo basta conocer lo que el texto dice, sino que también lo que me gustaría que dijese, sobre todo pensando en lo que pueda ocurrir más allá del plebiscito.
En su carta sobre la propuesta de nueva Constitución, los obispos presentan la que creo es la clave para comprender lo que el texto no dice: “Los obispos, preocupados por la vida y el desarrollo de nuestro pueblo, ofrecemos nuestras orientaciones para iluminar desde la Palabra de Dios la conciencia de todos, especialmente de quienes profesan la fe cristiana. No proponemos soluciones técnicas, que tienen que ser discutidas por la sociedad en su conjunto; nuestro deseo es siempre unir a la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.
A partir de esta declaración, que agradezco filialmente y recomiendo leer a creyentes y no creyentes, quiero referirme al concepto de fraternidad. “Libertad, Igualdad y Fraternidad” es la tríada con la que los revolucionarios franceses resumían su programa político. Tradicionalmente se dice que la izquierda habría tomado la igualdad, y la derecha la libertad, enfrentando dos principios que debían ser complementarios y olvidando la fraternidad, que conectaba y elevaba ambos principios, como se puede leer en la Encíclica Fratelli Tutti (103-105).
El Papa Francisco exhorta aquí a poner la fraternidad y la amistad social como dos de los valores fundamentales de la sociedad. En este sentido, me hubiese gustado ver en el artículo 1 numeral 2 del texto propuesto o de cualquier otro en el futuro, a la fraternidad entre los “valores intrínsecos e irrenunciables” reconocidos por la Constitución, junto con la dignidad, la libertad, la igualdad y la relación con la naturaleza.
Estamos en un tiempo difícil para la fraternidad nacional. La necesidad de tener que elegir entre dos opciones que tienen diferencias significativas, puede generar las condiciones para la polarización, el odio y la violencia, justo en tiempos en que necesitamos reconciliarnos como Patria. Estamos llamados a enfrentar el tema, desde la votación informada y formada, luego de un proceso personal de estudio y reflexión para decidir en conciencia qué opción es la mejor para Chile y los chilenos.
La enorme mayoría quiere un mejor país, más justo, próspero y solidario, pero diferimos en la forma de conseguirlo. De eso tratará en última instancia el plebiscito y no de elegir entre los buenos contra los malos, los míos contra los tuyos. Como en toda gran familia, habrá discusiones y diferencias, pero tenemos que hacerlo con respeto y caridad, escuchando e intentando encontrar valor en los puntos del otro, buscando ahí elementos que permitan mejorar mis posiciones hacia puntos de acercamiento.
Es el amor el que “da verdadera sustancia” a nuestras relaciones con Dios y los demás, no sólo en “las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (Caritas in Veritate, 2).
Quisiera también reiterar esta invitación particularmente a quienes estamos en el mundo del trabajo a encontrarnos en y con los demás. Las empresas deben ser comunidades de personas, y todos nosotros debemos tomar conciencia de que la construcción de una sociedad más solidaria, humana y fraterna depende de que las acciones de cada uno de nosotros se orienten a una mayor fraternidad.
Fraternidad implica dignidad y bien común. Quienes creemos en un Dios Padre, debemos ver en todos los otros –creyentes y no creyentes– a nuestros hermanos. Fraternidad implica sentirse hermanos de una misma patria. Para construir un mejor país, necesitamos la Fraternidad Nacional.
*Francisco Jiménez Ureta es Presidente de USEC, Unión Social de Empresarios Cristianos