Nada hay en el mundo tan común como la ignorancia y los charlatanes”. -Cleóbulo de Lindos

Que me perdonen los burros, animales que a partir de la nueva Constitución tendrán más protección que las personas, pero el diccionario de la Real Academia Española también los define como “persona que, a pesar de haber estudiado, no discurre con inteligencia”, es decir, una persona ignorante, necia o de “pocas luces”. Cuando los chilenos aprobaron mayoritariamente, en el plebiscito de entrada, la elaboración de una nueva Constitución y eligieron hacerlo a través de una Convención Constituyente, jamás imaginaron que estarían abriendo la puerta para que el nuevo texto constitucional fuera redactado por una tropa de burros. Peor aún. En la posterior elección de convencionales se pusieron todos los incentivos para que los burros controlaran la Convención.

Los chilenos fueron categóricos en que querían una nueva Constitución y, a estas alturas, para quienes votamos rechazo en el plebiscito de entrada, debemos sumarnos, con humildad, al esfuerzo de tener un nuevo texto constitucional, pues la Constitución de 2005 ya feneció. Pretender revivirla sería poco realista, además de convertirnos en malos perdedores. Sin duda, los chilenos quieren -y me incluyo- una Constitución que sea la “casa de todos y todas”. Pero nos equivocamos rotundamente en la elección de los convencionales. En lugar de nombrar a expertos o técnicos en materias constitucionales, nombramos a una porrada de burros, que no dieron el ancho ni el alto. 

Al interior de la Convención, la calidad del debate ha sido paupérrima y la deliberación, casi inexistente. La charlatanería está a la orden día. En su lugar, este organismo -y varios de sus integrantes- ha exhibido diariamente un pobre espectáculo circense, que ni siquiera da para la risa. Si a ello sumamos el escaso talento y capacidad técnica de los convencionales, tenemos una tormenta perfecta: un menosprecio absoluto a la calidad, exacerbado por un trabajo contra reloj. 

El trabajo constituyente avanza, pero avanza mal y queda poco tiempo y espacio para revertir un desempeño que partió mal desde sus orígenes. Ha primado, dentro de sus primeras propuestas, la destrucción de instituciones y principios fundamentales de una sociedad libre y democrática, como es el caso del Senado. A este ánimo refundacional se agrega un aumento -en exceso- de la burocracia estatal, creando reparticiones y empresas públicas “para la chuña”. Este Estado omnipresente genera las condiciones favorables para contratar a los amigos, parientes y operadores políticos de quienes detenten en poder. El Estado se convierte en una verdadera agencia de contratación o bolsa de trabajo estatal. 

Pero son los artículos referidos a la plurinacionalidad, la justicia indígena autónoma, el pluralismo jurídico, la autonomía de las entidades territoriales y los derechos de la naturaleza, junto con el aborto libre, los que encienden, por ahora, las principales alertas. La pérdida de autonomía y el debilitamiento del Poder Judicial es otra fuente de preocupación entre los chilenos. Ello explica, en parte, por qué se está elaborando una Constitución revanchista, con el objeto de transformarla en la “casa de algunos y algunas”. 

Frente a aquellas normas perjudiciales para la institucionalidad y democracia moderna, hay que ser honestos en reconocer que también se han incorporado disposiciones positivas que la fortalecen. Es el caso de aquellas normas que consagran los principios de probidad y transparencia; los principios de supremacía constitucional y legal; los principios de la equidad y de la solidaridad; de la libertad personal ambulatoria; entre otras. Junto a estas normas positivas, hay otro grupo importante de normas que podrían calificarse en positivas o negativas, según la redacción que finalmente tengan.

Con todo, no podemos frustrar la esperanza de millones de chilenos que quieren una nueva Constitución, pero sí podemos reprobar a los burros que la redactaron. Es por ello que a una Constitución que es elaborada, mayoritariamente, por burros le pongo nota 3. Nada ni nadie nos obliga a aprobar un mal texto constitucional. ¡Los chilenos nos merecemos una buena Constitución y no la “Constitución de los burros”!

*Francisco Orrego es abogado.

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