Francisca Echeverría: Tras la euforia del 10%
Para muchos, la vejez constituye un problema estrictamente individual: hay que apañárselas solo.
En un fenómeno inaudito, más del 80% de los once millones de afiliados a las AFP ha pedido retirar sus fondos de pensiones en las dos semanas transcurridas desde el inicio del proceso. ¿Qué hay detrás de este masivo retiro de fondos previsionales? Lo primero que salta a la vista es la necesidad: muchos chilenos están viviendo momentos duros y, aunque se han entregado ayudas, nada sobra. Es probable que también juegue un papel la inmediatez, fruto de la tendencia tan humana a ponderar el presente con más fuerza que el futuro, como indicaría el boom de consumo de estos días.
La magnitud del retiro de fondos parece responder también a un factor de desconfianza, basada en la desilusión frente a un sistema que -a pesar de su eficacia técnica- no ha permitido acceder a pensiones dignas y que hace años carece de legitimidad frente a la ciudadanía. A lo anterior se sumaría el temor a una eventual desaparición de los fondos en el escenario actual, por la vía de la expropiación o de la devaluación. Junto a esta desconfianza está la convicción de que es mejor que cada uno se asegure lo propio: más vale la plata en mano, para el presente o para el futuro. Es sintomático que muchos hayan retirado sus ahorros previsionales para invertirlos en propiedades u otros instrumentos. Lo anterior sugiere que, para ellos, la vejez constituye un problema estrictamente individual: hay que apañárselas solo. Desconfían, no sin razón, de un sistema político que lleva años entrampado en la búsqueda de una solución para las jubilaciones de los chilenos, sin éxito.
De este modo, la euforia del retiro masivo de fondos releva cuestiones importantes. En efecto, la lógica individual parece haberse agudizado, como muestra el hecho de que la misma izquierda haya argumentado su apoyo a la nueva ley sobre la base de la estricta propiedad de los fondos y que se haya popularizado el lema #QuieroMi10%Ahora (que evoca aquel “¡quiero mi cuarto de libra ahora!” en un local de comida rápida). Ahora bien, ¿hay sistema de pensiones que resista la exacerbación de esa lógica? ¿No se trata precisamente de establecer un pacto intergeneracional, en que todos nos comprometemos al esfuerzo del ahorro para nuestra propia vejez y para la atención digna de los mayores de hoy?
Mientras el sistema de reparto no ha dado el ancho, el énfasis en la capitalización individual parece haber extendido este enfoque puramente individual, al punto que se vuelve problemática la idea misma de un sistema previsional compartido. Cada vez parece más clara la necesidad de seguir avanzando en un sistema mixto, que combine ahorro individual y solidaridad, pero esa forma institucional tampoco tiene demasiado destino si seguimos viendo el cuidado de los viejos como un problema de cada uno, y no como algo que compete de algún modo a toda la sociedad.
La izquierda tiene la ilusión de que exaltar la lógica individualista para debilitar instituciones “neoliberales” no tendrá efectos y que todo se solucionará con una nueva Constitución, de la que brotará espontáneamente la conciencia de comunidad. Cierta derecha, en tanto, aún no ve que sin una perspectiva común resulta muy difícil construir un sistema previsional -y, en realidad, nada- que sea justo y sustentable en el tiempo. Si al menos logramos detectar las lógicas subyacentes a nuestros problemas actuales, tal vez encontremos el modo de comenzar a resolverlos.
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