Desde 2011, año en que se comenzó a discutir la reforma educacional y en que los dirigentes estudiantiles se proyectaban como líderes de opinión, han aparecido en los medios de comunicación como una suerte de bloque monolítico, con una acción y propuestas claras, llenos de fuerza y novedad, al punto que muchos veían en esto la representación de una vanguardia de izquierda –la nueva izquierda contra la Concertación de la transición— que, con diferencias, logró articular un discurso único.

Sin embargo, la autonomía de la crítica se transó por el poder. Hoy vemos que la llamada “bancada estudiantil” no es un órgano. Ni siquiera hay una efectiva unidad en la acción. El “gobiernismo” de algunos ha significado el fin del mito refundacional de la izquierda: de la novedad a la tradición y las costumbres del poder. Los ejemplos sobran. Basta ver al diputado Gabriel Boric, que hoy representa la postura más crítica contra la reforma educacional, acusando transigencia del ministro Eyzaguirre y exigiendo su salida frente a la posición de sus otrora compañeros de lucha, que han defendido hasta la exageración la gestión del ministro. Y qué decir de lo ocurrido hace una semana, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad Arcis denunció la falta de voluntad para atender sus demandas por parte del diputado Giorgio Jackson y otros miembros de Revolución Democrática que trabajan en el gobierno.

Pero la pregunta más inquietante es si alguna vez ha sido distinto. Tal vez todo comenzó el día en que Jackson obtuvo su cupo como prebenda ofrecida por la Nueva Mayoría. O quizá ingenuamente cuando Camila Vallejo asumió la defensa corporativa contra las denuncias emanadas por los compañeros de la Universidad Arcis, que entrelaza intereses con el Partido Comunista. Es obvio que penetrar en el campo de lo político traería costos graves a la credibilidad de los “líderes estudiantiles”, porque asociarse al poder no sólo significa exhibirse en una tribuna pública sujeta a los vaivenes y la crítica de la ciudadanía, también significa hacerse solidariamente responsables de lo que otros políticos hacen o no hacen. Ese costo, que ellos pensaban imposible y que pretendían matizar retóricamente, hoy es un hecho, pues sólo el 26,5% de la gente aprueba su gestión, frente al rotundo rechazo de un 52%, según la última encuesta del ICSO-UDP.

El título de dirigente estudiantil no es perpetuo, aun cuando muchos han detentado el cargo de «la voz de los estudiantes» como si fuera eterno. El hecho de haber sido dirigente estudiantil no implica ser portavoz de los universitarios para siempre.

¿Es justo para los estudiantes de Chile que una crítica en algún sentido válida se pierda en función de los intereses partidistas de un conglomerado político? La injusticia es evidente. Y más evidente aún es que esos mismos problemas que hoy siguen ahí no han sido resueltos porque la voluntad política de un sector se ha sometido a la discusión ideológica, que ha marginado temas relevantes para la ciudadanía como la importancia que los padres atribuyen a participar en la educación de sus hijos, que se ve amenazado con la reforma en curso y las injusticias sociales que trae la gratuidad, pero que nadie ha abordado con la necesaria seriedad.

El desafío más grande, a mi juicio, que debemos asumir los nuevos líderes estudiantiles es hacer que esos temas relevantes vuelvan ocupar su lugar. Y sobre todo, asumir el deber de volver a ganar la confianza de las personas y los estudiantes, perdida en la maraña del poder y los intereses partidarios. La responsabilidad que recae sobre los hombros de nuestra generación dirigencial es la de la autonomía, perfilándose como una desinteresada alternativa gremial, transversal y representativa de todas las calles, no sólo de aquella conveniente para los intereses del gobernante de turno.

 

Ricardo Sande, Presidente FEUC 2015.

 

 

FOTO: DAVID VON BLOHN/ AGENCIAUNO

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