La característica del ordenamiento internacional de nuestros días es el liderazgo, el “imperio” o la presencia hegemónica de Estados Unidos, presencia que desde 1991 se desarrolla con altos y bajos, siendo el año 2001 clave para entender sus proyecciones inmediatas; los atentados del 11 de septiembre, cuya expresión histórica quedó plasmada con el derrumbe de las Torres Gemelas, marcaron un giro en el accionar internacional de Estados Unidos y evidencia el fin de su intento por establecer un ordenamiento internacional unipolar.

El debilitamiento de la hegemonía estadounidense ha posibilitado una mayor apertura en los espacios que tradicionalmente utilizan los estados latinoamericanos (integración, cooperación, comercio internacional) y posibilitó el desarrollo de la estrategia brasileña en cuanto transformarse en una potencia regional.

Igualmente, generó un incentivo extra en las aspiraciones chinas para consolidar una política de preponderancia en su entorno regional inmediato y no es extraño el que se reflotara una serie de discrepancias territoriales entre China y los estados vecinos. En fin, Rusia se las arregló para iniciar una política de expansión territorial y Ucrania es la víctima de ella; así, Estados Unidos se encuentra en una política de doble frente en la masa euroasiática y Europa Occidental no está en condiciones de equilibrar o entregar un apoyo decidido.

Las bases del poder estadounidense están representadas por la flexibilidad de su sistema económico (innovación y capacidad de reacción) y la vitalidad de su sistema político, siendo las capacidades militares (hombres, mujeres, armas y red de bases militares a lo largo del planeta) más la superioridad tecnológica las dos columnas que sostienen su presencia mundial. Le juega en contra el endeudamiento y los correspondientes déficit comercial y de presupuesto, todavía no al punto de hablar de una decadencia estadounidense (al estilo de la postulada por el historiador Paul Kennedy en la década del 80) pero sí con clara disminución de sus capacidades financieras.

Hoy el mayor desafío en la preponderancia estadounidense está representado por el Medio Oriente y el radicalismo islámico con el ISIS como expresión de esa amenaza. A las surgentes problemáticas de gobernanza se incorporan las acciones de organizaciones islámicas con fuerte sesgo antioccidental y marcado perfil antiestadounidense, la idea de “cruzada” nuevamente ronda como una brisa que amenaza con transformarse en ventisca y Estados Unidos no encuentra la estrategia que le permita asentar su preponderancia en el área y que posibilite una mayor legitimación del ordenamiento cultural y sociopolítico de Occidente.

En tiempos de transformación o debilitamiento se necesitan liderazgos claros, visionarios, sin titubeos en cuanto definición de estrategias y Estados Unidos no tiene en Barack Obama esas características. Sin menospreciar la coyuntura en la cual es electo y en la cual debe desarrollar su administración, el Presidente Obama no encuentra el posicionamiento que le permita la justa equidistancia entre las acciones y la política de un Bush hijo o el tipo de liderazgo que pretendió Jimmy Carter; precisamente, en una de sus últimas columnas Henry Kissinger aborda duramente estas falencias y ellas necesariamente influyen en las formas de concretar el accionar internacional.

Una de las características más interesantes del momento estadounidense está representada por su política de generar coaliciones internacionales (estrategia propia de potencias que han reconocido un debilitamiento de su hegemonía) y el intentar compartir con estados aliados o cercanos las responsabilidades heredadas y derivadas del liderazgo internacional. Ello lo estamos apreciando con claridad en su intento por conformar una coalición internacional que le permita enfrenta el accionar del Estado Islámico y la búsqueda de cárceles “amigas” que le permita trasladar a los prisioneros de Guantánamo. Europa debiera tener un rol protagónico en la estrategia de apoyar y potenciar el liderazgo mundial de Estados Unidos pero su herencia de la primera mitad del siglo XX, particularmente las dudas que de ella se generan, no permiten que sus políticas y su apoyo sean decididos ni decisivos.

El tema y el proceso de fondo en la coyuntura de los últimos decenios, siguiendo al historiador Niall Ferguson, sería el debilitamiento de la preponderancia de Occidente a manos de los estados asiáticos y el debilitamiento de Estados Unidos sólo es un componente más en esta tendencia cuyos orígenes Ferguson ya dató en la primera mitad del siglo XX; ello no es una buena noticia dado que los valores y formas culturales de Occidente, de la cual mal que mal somos parte, se han mostrado como los aceptables en la sociedad mundial de principios del siglo XXI.

 

Víctor Hugo García Valenzuela, Profesor Facultad de Gobierno y Facultad de Comunicaciones Universidad del Desarrollo.

 

FOTO: XIMENA NAVARRO/LA TERCERA/AGENCIAUNO

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