“Como atento no más a mi quimera
no reparaba en torno mío…”
Así comienza el poema “Acaso” de Antonio Machado y lo recuerdo porque expresa de la mejor manera posible la actitud del gobierno frente a la situación actual del país y especialmente de su propia gestión. Ha llegado el momento en que sería bueno que las máximas autoridades dejaran de fijar la vista sólo en sus quimeras y miraran un poco la realidad que los circunda.
Hace poco más de un año, luego de un triunfo arrollador en la elección presidencial y en la parlamentaria, con una Presidenta que concitaba el apoyo de la inmensa mayoría del país y con una sociedad que creía tener asegurado el progreso, era entendible que el nuevo gobierno, al frente de una ampliada coalición de izquierda, se propusiera implementar hasta las últimas consecuencias un programa presidencial que busca refundar nuestra organización política y económica. Eso se había propuesto, eso había triunfado en las urnas y eso era respaldado por la opinión pública. ¿Qué se podría objetar?
Pero en este año han pasado algunas cosas en torno a este gobierno y esta Nueva Mayoría, que no pueden seguir ignorando. Primero, ese progreso que parecía asegurado no era tal, la economía se ha frenado a un punto que pronto esa amplia clase media acostumbrada a bienes que antes nunca tuvo comenzará a sentir los efectos del frenazo y no hay presupuesto público capaz de hacerse cargo de las demandas que se derivarán de ello.
Luego, las dos reformas tramitadas el año pasado terminaron con un sorprendente nivel de rechazo, su implementación se augura compleja y, probablemente, decepcionante por la enorme diferencia que existirá entre la tierra prometida con ellas y la decepcionante realidad que efectivamente vendrá.
El sistema político, por su parte, ha caído en estos meses en la mayor crisis de legitimidad desde el retorno a la democracia. Todo el espectro está cuestionado, el Parlamento hoy es una de las instituciones peor evaluada y cada día surgen nuevos hechos relacionados con el financiamiento de las campañas, asesorías a empresas y aportes que se desconocían por parte del país. En Chile los políticos no son corruptos, pero por diversas circunstancias esa convicción hasta hace poco generalizada, se ha debilitado gravemente y costará mucho tiempo recuperarla.
La Presidenta no ha quedado fuera de la debacle y, en una vuelta del destino completamente inesperada, hoy registra cifras de apoyo y credibilidad peligrosamente bajos. La imagen de una persona distinta de los demás políticos, cercana y humana se perdió seguramente para siempre, sin perjuicio que la popularidad, como todo político sabe, va y viene, pero ese respaldo emocional, que parecía indestructible, definitivamente se destruyó.
La realidad de hoy es que el futuro se ve preocupante, como nos ha dicho el nuevo ministro de Hacienda, el Banco Central y los más reputados economistas, necesitamos que el país vuelva a crecer y ello no ocurrirá si no se reactiva la inversión. A estas alturas es un dato imposible de negar es que ésta se encuentra detenida por la incertidumbre de los cambios anunciados, comenzando por la nueva constitución.
No existe en todo el sistema político el respaldo, ni en la propia Presidenta, que haga razonable y prudente embarcarse en un nuevo pacto político y en un nuevo orden económico y social. Desde luego, el gobierno y especialmente la Presidenta tienen toda la legitimidad jurídica para hacerlo; pero con este nivel de debilidad política ¿es prudente y razonable que insistan en hacerlo? Parece obvio que no.
En los últimos meses el gobierno no ha logrado sostener un equipo capaz de dar garantía de administrar el Estado de manera eficaz. La cantidad de cargos que no ha podido proveer, más los que una vez designados han durado unos pocos días y han debido renunciar, son un testimonio indesmentible de ello. Es razonable suponer que si no han podido proponer el nombre de un nuevo contralor, de un nuevo director del Servicio de Impuestos Internos, ni siquiera de un equipo de ministros estable y que funcione ¿tendrán los equipos y el liderazgo para impulsar una nueva Constitución? A la luz de los hechos, sólo se puede decir que parece que no.
Las palabras de Machado son iluminadoras, el gobierno no puede seguir atento sólo a su quimera y tiene que prestar atención con realismo y humildad al país en el que está. Si así lo hiciera no podría sino llegar a la conclusión que no es razonable seguir adelante para cambiarlo todo. Podría empezar primero a hacerse cargo de gobernar lo que hay.
Gonzalo Cordero, miembro del Foro Líbero.
FOTO: RAÚL ZAMORA