El título de esta columna no es una volada utópica para calmar los ánimos políticos ni los temores económicos. Tampoco algo para abordar procesos y situaciones sociales, inimaginables hasta hace poco, y que han estallado tan fuerte recientemente. Es el título del capítulo final del famoso último libro de Yuval Harari, “21 lecciones para el Siglo 21”, el bestseller que, según un reportaje de El Mercurio, se llevaron casi todos los principales líderes del país para leer en las vacaciones.

¿A pito de qué hará alusión a la meditación Harari como última lección para este siglo? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Con qué fundamentos? No me parece muy explícita la respuesta del autor mismo a estas interrogantes. Tal vez de adrede. Aquí intentaré explicar la interpretación que yo me doy.

Antes de esbozar una respuesta, para los pocos lectores que pueden no haber escuchado de Harari, es un historiador israelí formado en Oxford, autor de otros dos libros notables: “Sapiens: de animales a dioses” (una corta, lúcida y moderna historia de la humanidad y de lo que significa ser “humano”), y “Homo Deus: Breve historia del mañana”. Se han editado 12 millones de ejemplares de ambos libros, traducidos a más de 45 idiomas.

Como creo que les habrá pasado a muchos después de leerlo, me quedé preguntando ¿cómo alguien puede condensar tanto conocimiento en tan pocas palabras? ¿De dónde saca tanta originalidad en su enfoque tan nuevo, referido a temas sobre los cuales se ha escrito tanto? ¿De dónde tanta inteligencia para combinar las miradas de disciplinas normalmente tan alejadas como la biología, la economía, paleontología, negocios, cibernética, política, matemáticas, etc.? Me parece que el propio Harari da respuesta en algo a esas preguntas en la lección Nº 21 de su último libro. Y lo hace usando la experiencia de su caso personal. Empieza señalando: “Quizás sea bueno que los lectores sepan qué matices colorean las gafas a través de las cuales veo el mundo”.

«Unas pocas horas de meditación bastaron para mostrarme que apenas tenía control sobre mí mismo», escribe Harari.

Su respuesta me sorprendió aún más, empezando por lo que afirma y por pasarse a hablar en primera persona, diciendo: “Sin la concentración y la claridad que me proporciona esta práctica (la de la meditación), no podría haber escrito Sapiens ni Homo Deus». Y agrega: “A partir de un primer curso el año 2000 (cuando tenía 24 años; hoy 43), empecé a meditar durante dos horas diarias y todos los años hago un largo retiro de meditación de un par de meses”. ¡Plop!

“Suponía que debía implicar todo tipo de complicadas teorías místicas… de modo que me sorprendió lo práctica que resultó la enseñanza”. “Simplemente observad la realidad del momento presente, sea lo que sea” (poniendo atención a la respiración: al aire que entra y sale por la nariz), le dijo su profesor. “Y cuando perdéis vuestra concentración y vuestra mente empieza a vagar por recuerdos o fantasías (y proyectos futuros), sólo sois conscientes de que ahora vuestra mente se ha alejado de la respiración”. «Fue lo más importante que nadie me había dicho nunca”, escribe Harari.

“Lo primero que aprendí fue que, a pesar de todos los libros que había leído y todas las clases a las que había asistido en la universidad, no sabía casi nada sobre mi mente y tenía muy poco control sobre ella… Durante años viví con la impresión que era dueño de mi propia vida y el director general de mi propia marca personal. Pero unas pocas horas de meditación bastaron para mostrarme que apenas tenía control sobre mí mismo. Yo no era el director general, casi ni era el portero”. Y también se dio cuenta que “el flujo de la mente está estrechamente interconectado con las sensaciones corporales (con las emociones)”… y que de ellas tampoco sabía nada.

«El sufrimiento no es una condición objetiva en el mundo exterior. Es una reacción mental generada por mi propia mente».

“Creo que aprendí más cosas sobre mí mismo y los humanos en general observando mis sensaciones durante aquellos diez días (de su primer retiro) de lo que había aprendido en toda mi vida hasta ese momento. Y para ello no tuve que aceptar ningún cuento, religión, teoría ni mitología. Solo tuve que observar la realidad tal como es. Lo más importante de lo que me di cuenta es que el origen profundo de mi sufrimiento se halla en las pautas de mi propia mente. Cuando quiero algo y no ocurre, mi mente reacciona generando sufrimiento. El sufrimiento no es una condición objetiva en el mundo exterior. Es una reacción mental generada por mi propia mente. Aprender esto es el primer paso para dejar de generar más sufrimiento” (para uno mismo y los demás, agrego por mi parte).

Todo esto lo dice Harari. No un gurú raro de la India u otra parte. ¿Por qué terminará con ese tema su revisión desde Sapiens al Siglo 21? Mi interpretación es que el cambio vertiginoso que implica la vida de hoy, generada por nuestra historia emocional de buscar ganarle a los demás (la competencia), a la naturaleza y al tiempo (con las tecnologías que desarrollamos y usamos), nos están llevando a mucho más sufrimiento que bienestar. Y que una manera de salirnos de ese torrente tumultuoso que nos agobia es volviendo a nosotros mismos. A encontrar en nosotros otro modo de vivir. A actuar y escoger más desde allí. La meditación frecuente es una forma. No es la panacea; pero tal vez una ayuda. Creo que eso es lo que nos ha querido decir Harari.

FRANCISCO NEGRONI/AGENCIAUNO.