Creo que necesitamos escapar del pesimismo que a veces nos agobia respecto a lo público. Salir de un estado en que vemos puras amenazas y nubes negras al pensar y hablar del futuro de Chile. Sentimos miedo y, algunos, mucha pena. Como lo dice con su proverbial elocuencia el economista Sebastián Edwards: “Me ha embargado un pesimismo profundo. Me temo que esto va a terminar mal, y que Chile volverá a sus orígenes de país latinoamericano del montón. Un país con un estado de derecho endeble, con instituciones débiles y baja productividad. Mi pronóstico es que en una generación Chile volverá a la mediocridad”.

Por mi parte, en dos charlas recientes de otros temas (una de economía internacional) me preguntaron, para mi gran sorpresa, cómo salir del pesimismo. Mi respuesta es: con un esfuerzo deliberado. Con voluntad y esfuerzo. El pesimismo es como una enfermedad; como la depresión y como recaer en la mediocridad. Debemos primero reconocerla, aceptar que nos pasa, que nos aparece, y segundo, tomar el remedio adecuado. Considero que lo principal es evitar consumir tantas noticias negativas y conversaciones atemorizantes sobre lo que pasó en octubre y sobre el futuro. Volvamos al presente deliberadamente. Observemos que no todo está perdido todavía, ni irremediablemente.

En segundo lugar, reconozcamos las cosas positivas que tenemos. Un país que todavía funciona, gente trabajadora y busquilla; ni mejores ni peores que otros. Ni jaguares ni ratones. Démonos tiempo. Todavía no se ha dicho la última palabra, ni sobre esta pandemia, ni de su salida, ni de la próxima década de nuestra historia. Trabajemos para ahora. Por mi parte, aunque sea escribiendo dificultosamente estas columnas por si a alguien le sirve leerlas.

Entre las cosas positivas de estas semanas: los contagios han bajado, hemos empezado sin tantos tropiezos el desconfinamiento, la producción económica ha caído menos de lo esperado, seguimos exportando nuestro cobre (“el sueldo de Chile”), su precio ha subido, la economía de China, por lejos la mayor compradora de nuestras exportaciones, es la que más se va recuperando en el mundo y, así, cada uno puede proponerse agregar lo suyo…

Pero en serio. Si de verdad queremos evitar quedarnos en el pesimismo invito al lector a ponerse a escribir ahora una lista de las cosas buenas que están aquí y no estamos apreciando. ¿No tenemos acaso nada que agradecer? En todos los ámbitos. A algunos el confinamiento no les ha sido tan insoportable. La sequía se ha reducido algo. Están verdes los campos y los cerros. Aparecen las primeras flores. Viene la primavera. ¿La hemos apreciado? ¿Es tonto decir esto? Tal vez. Pruebe de hacer la lista que sugiero por puro probar. Por jugar; por curiosidad. Y después juzgue Ud. si no se siente mejor.

Usemos lo que hemos aprendido sobre epidemias y cómo protegerse de los contagios. El pesimismo es más contagioso que el Covid-19. Y es muy malo para la salud. ¿Cómo se contagia la negatividad? Con lo que consumimos de mala onda. Por las noticias que vemos, especialmente en la TV. También por lo que escogemos leer. Por las conversaciones en las que nos metemos y con quién las tenemos. Nos contagiamos de pesimismo estando con pesimistas y escuchando presagios horribles. También de negatividad estando con personas negativas, que critican todo, que creen que nada se puede mejorar, y que son descalificatorias de los que no piensan como ellos, empezando por tratarlos de ingenuos o de viejos que se quedaron trancados en un pasado que no volverá. ¿Y quién regaló a esos agoreros su bola de cristal tan negro?

Observemos lo eficaz que ha sido el confinamiento para detener el contagio del virus. ¿No lo podríamos continuar, selectivamente quedándonos en casa con lo positivo, y no dejando entrar a los contagiados de negatividad? ¿Dejando fuera a los que encuentran malo todo lo hecho hasta ahora en Chile y que quieren derribarlo con violencia, odio y amenazas? Es importante además cultivar el optimismo porque es lo que genera la energía para mantenernos activos y entusiasmar a otros. De lo contario, nos pasarán por encima. Dejemos de considerar el pesimismo como algo que está afuera. Está en cómo nosotros vemos algo. Está en nuestra mirada; es un juicio nuestro.

Sólo una vez que nos hayamos recargado de energía positiva y de un entusiasmo que contagie a los demás, aboquémonos a los desafíos inmediatos. No nos alejemos demasiado del presente: lo más inmediato que tenemos es el Plebiscito. Como dice también Edwards, “A pesar de mi pesimismo, creo que aún hay una salida; la discusión constitucional es nuestra única tabla de salvación”. Pero hagamos esto más que una idea: hagámosla una emoción unida a una acción. Una forma de mirar el tiempo que viene desde el presente hará que encontremos mejores soluciones. Que no impliquen destruir ni ganarle al otro, sino incluir y sumar. Soluciones que generen nuevos equilibrios entre crecimiento e igualdad, entre derechos y obligaciones  de unos y otros  y, sobre todo, de reformas a nuestro sistema de gobierno. Una para volver a hacer que la política sea un trabajo noble y apreciado que atraiga a los ciudadanos más competentes, sabios y equilibrados a trabajar por su país por un tiempo limitado. Para esto terminar con los privilegios de sueldos millonarios para parlamentarios y las máquinas para conquistar y conservar el poder político. Y crear mecanismos como plebiscitos para dirimir diferencias que impiden aprobar reformas esenciales como son las del sistema de pensiones, de la salud y de la modernización del Estado. Con pocas reformas constitucionales claves avanzaremos hacia un mucho mejor país.