La probable elección de un candidato aparentemente alejado del respeto a valores democráticos como Bolsonaro en Brasil, después de dos presidentes socialistas, justificadamente ha tocado una campana de alarma en nuestro país y muchas partes del mundo. Más que escandalizarse y asumir posturas moralistas o descalificatorias, podríamos hacer una reflexión seria de si estaremos haciendo lo adecuado en Chile para evitar que llegue a ser presidente alguien con esos planteamientos tan poco democráticos. O dicho de otra forma, de si no estaremos desvalorizando tanto nuestra democracia que se haga posible en Chile que alguien con planteamientos semejantes saque tan alta votación.

 

Destaquemos antes que esa eventualidad no es tan remota, como muchos quieren creer. Primero, porque el  mayor riesgo de que eso nos pase podría venir de creer que “a nosotros eso no nos puede pasar”. Fui de los muchos que creyó esto en 1973; y nos pasó. Y en grande, por 17 años. Pero además, en segundo lugar, porque HOY en Chile las encuestas muestran que 3 de cada 10 personas estarían dispuestas a avalar una dictadura si presentara una ventaja en aspectos específicos como orden público y otros. Además 72% estima que la democracia ha beneficiado a los políticos (72%) y a los ricos (62%). Y esto no ha ocurrido por casualidad: estos últimos años hemos escuchado eso a muchos de nuestros dirigentes políticos, y no precisamente de un solo lado (ver excelente columna de C. Valdivieso en La Tercera del 10-10-18).

 

Necesitamos cuidar nuestro lenguaje, reforzar periódicamente nuestro compromiso con la democracia, estar vigilantes y denunciar los actos que la debilitan. Por eso, aprovechando que estamos todavía en el mes en que celebramos la recuperación pacífica de nuestra democracia, quiero recordar –citando in extenso– un notable documento que fue redactado casi completamente por nuestro Premio Nacional de Ciencias, el Dr. Humberto Maturana, un tiempo antes del Plebiscito como una de las maneras de bajar el miedo o dar confianza a la gente para votar. Esa declaración de dos páginas fue titulado “Invitación a Chile” y fue suscrito por los seis Premios Nacionales de Ciencias vivos que tenía el país hasta entonces (texto completo en el libro Emociones y lenguaje en educación y política, JC Saez Ed. 1988).

 

Allí escribe  Maturana:

 

“Chile es nuestro mundo y será lo que nosotros hagamos de él. Si todos queremos vivir en una sociedad democrática, nuestros actos cotidianos la construirán. Si no lo hacemos así, la defensa de nuestras ideologías, de nuestras posiciones filosóficas o religiosas nos cegará y nos llevará inevitablemente a conductas que validan el autoritarismo y la dictadura. El mundo en que vivimos es siempre y en todo momento responsabilidad de nosotros.

La convivencia social se funda y se constituye en la aceptación, respeto y confianza mutuos, creando así un mundo común. Y en esa aceptación, respeto y confianza se constituye la libertad social. Esto es así porque la constitución biológica humana es la de un ser que vive en el cooperar y compartir, de modo que la pérdida de la convivencia social trae consigo enfermedad y sufrimiento.

La enfermedad de Chile es el miedo a no tener capacidad de convivencia social. Es este miedo el que nos lleva a la negación del otro, a la intolerancia, a la desconfianza, a la falta de reflexión y a la aceptación del uso de la autoridad en vez de la conversación y el acuerdo como modos de convivencia. Esa enfermedad da por resultado el autoritarismo que surge en cada uno de nosotros con la pérdida de la confianza en nuestra capacidad de convivencia democrática.

Las acciones que constituyen una comunidad democrática no son la lucha por el poder ni la búsqueda de una hegemonía ideológica, sino la cooperación que continuamente crea una comunidad donde los gobernantes acepten ser criticados y eventualmente cambiados cuando sus conductas se alejan del proyecto democrático con que fueron elegidos. De aquí nuestra responsabilidad como chilenos; la historia social de Chile la hacemos los chilenos.

Esta es una invitación a que nos unamos, antes que nada, en el proyecto común de hacer de Chile una sociedad en la que las distintas perspectivas políticas sean sólo distintas miradas en la cooperación por la creación cotidiana de una sociedad capaz de corregir el abuso y la pobreza. Una sociedad donde el abuso y la pobreza sean errores de convivencia que hay que reconocer y corregir, y que se pueden reconocer y corregir sin perder la libertad social. Una invitación a que ese propósito común sea lo que guíe nuestra convivencia; no la sospecha, el miedo o las ansias autoritarias de nadie”.

 

Hasta aquí la «Invitación a Chile» de Maturana, que estimo que tiene hoy la misma vigencia que hace 30 años, y por eso puede ser bueno recordarla, difundirla y ponerla en práctica en Chile hoy y más allá. A la luz de ella, no sólo Brasil parece tener actos recientes de dirigentes y ciudadanos bastante alejados de su inspiración, sino también muchos chilenos y chilenas, especialmente en los últimos años. Una forma de ayudarnos a tener siempre presente esa inspiración podría ser incluir el texto de esta “Invitación a Chile” dentro del programa de historia o educación cívica de todos los colegios de Chile, y que se leyera en cada  sala de clases  los 5 de octubre de cada año. Tal vez mejor que discutir si ponerla en uno u otro museo.

 

 

FOTO:MARIO DÁVILA HERNÁNDEZ/AGENCIAUNO