El clima general de relaciones políticas mutó súbitamente de cierta disposición a colaborar entre el nuevo gobierno y varios grupos de oposición a un clima de fuerte confrontación. Y además pasó a incluir temas altamente sensibles que ya parecían no ser tan polémicos. O sea, de batallas con palabras, que eran flechas hirientes pero no mortales, se mudó a lanzarse mutuamente misiles y hasta bombas, como fueron las acusaciones de no respetar los derechos humanos o de negar las atrocidades de la dictadura chilena reciente. ¿Qué pasó que resucitaron tantos de nuestros peores fantasmas como sociedad?

 

Me atrevo a proponer cuatro  factores que pueden explicar el fenómeno. No son excluyentes, sino probablemente simultáneos y reforzantes unos con otros. Tampoco creo que expliquen todo.

 

Primero, parece que habíamos sobreestimado el grosor de las cicatrices de nuestro pasado político-social. Creíamos que las divisiones generadas por la UP, el Golpe y la Dictadura de Pinochet eran cosas del pasado, pero aparentemente no es tan así. Bastó lo que había escrito hace años un académico aprendiz de político nombrado en un ministerio nuevo, para que saltaran chispas y se incendiara la pradera. Y no se escucharon voces con autoridad para apagar el incendio y volver a la calma, como las de la Iglesia Católica de antaño. Interesante observar que esta confrontación fue mantenida principalmente por personas que eran menores de edad en los tiempos de la UP e incluso para el Plebiscito. Esto mostraría que las heridas y divisiones políticas pasadas perviven en las nuevas generaciones, tanto o aún más que en las antiguas.

 

Segundo, me parece que mucho de la virulencia de la confrontación recién observada puede venir del clima de polarización que generó el Gobierno de Bachelet 2. Ella no sólo desvalorizó a la Concertación y su espíritu, acusándola de acomodarse frente a la derecha y hacer reformas sólo “en la medida de lo posible”, sino que buscó “agudizar las contradicciones”. Intentó bastante hacer en el Siglo 21 lo que la UP no había podido a fines del Siglo 20. Volvió a muchas de sus prácticas, como apoyarse más en las movilizaciones callejeras  de minorías en vez de buscar constituir mayorías amplias; en realizar expropiaciones encubiertas (como en la educación particular subvencionada) y en slogans ideológicos totalizantes y descalificatorios, como por ejemplo, poner “fin al lucro”; en imponer su mayoría circunstancial parlamentaria en vez de buscar consensos de largo plazo. Todo esto polarizó de nuevo al país y, aunque perdió el gobierno frente a una alternativa que propuso menos confrontación y más unidad, las semillas quedaron sembradas y brotaron en cuanto cayó un poco de agua sobre una tierra removida.

 

El tercer factor que puede haber gravitado es el elitismo de la derecha. Su falta de sensibilidad por temas que inquietan y movilizan a la gran mayoría de chilenos, como había sido el valor y el costo de la educación en la movilizaciones estudiantiles de 2011, y el tema Pinochet y derechos humanos el 2018. No es casualidad que la derecha cometa los errores que comete al nombrar a los ministros que nombra. Creo que proviene de la burbuja en que vive y su lejanía de la sensibilidad de los chilenos de a pie, cuya mitad gana menos de $380,000 pesos mensuales según la última encuesta del INE.

 

Y en cuarto lugar creo que ha influido la proverbial arrogancia de la derecha en contraste con la orfandad en que se encontró la izquierda al principio de este gobierno. Esto hizo a los primeros a cometer esos errores no forzados, y a la izquierda agarrarse de la llamita de esos errores (el bingo y el montaje) para hacer un gran incendio  y rearmarse desde allí.

 

Veremos hacia dónde nos llevan los vientos al final de este año. ¿Qué aprendemos? Por mi parte: cuidado siempre con la arrogancia,  que a menudo no se ve;  seamos consistentes: no bastan las declaraciones de unidad. No pensemos que algunas de las cosas malas que hemos vivido como país no nos volverán a ocurrir. Mantengámonos siempre vigilantes. ¿Y usted, qué opina?

 

FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO