Entramos a un año marcado por un nuevo intento de reforma constitucional, elecciones importantes a nivel político y la conmemoración de los 50 años del Golpe del 73 (la más grande y marcante confrontación político-social del segundo siglo de nuestra historia nacional).
Adelanto desde ya mi esperanza de que esta vez lleguemos a un proyecto que apruebe la mayoría y no hagamos del aniversario del 73 otra ocasión para dividirnos más y restregar nuestras heridas en vez de sanar y unirnos. ¿Recordaremos que depende de cada uno de nosotros y no sólo de lo que hagan los demás?.
Aproveché las vacaciones para leer sobre la experiencia del primer país del mundo que se dio una Constitución: los Estados Unidos de América. Caí en “Historia del pueblo americano”, del británico Paul Johnson. Es una obra monumental (1.088 págs), que todos quienes nos interesamos en asuntos políticos y desarrollo económico-social debiéramos conocer.
Como señala el autor, Estados Unidos es probablemente el único país del mundo que fue creado o construido consciente y voluntariamente por grupos de personas que se propusieron hacerlo “para algo” y, por eso, de una determinada manera y no de otra. Llegaron a Plymouth para no seguir en una Inglaterra que les impedía vivir de acuerdo a sus propias creencias religiosas y valores; en otras palabras, para tener libertad de una autoridad externa a ellos. En consecuencia, «para ser libres». Por lo tanto, para ordenar su convivencia colectiva se propusieron gobernarse democráticamente.
A diferencia de los colonos de origen español en nuestras tierras: no depender más del Rey en eso. De allí el invento de su propia forma de gobierno casi siglo y medio antes de la Constitución de los Estados Unidos mismo. De hecho fue Connecticut el primer Estado del mundo que dictó su propia constitución escrita en 1639, ciento treinta y siete (137) años antes de la Federal (1776). Ya entonces, tenían 13 décadas de experiencia en negociar acuerdos y reglas para gobernarse. ¿Cuáles y cuántas serán entonces las diferencias de los pueblos de EE.UU. y Chile sólo en este aspecto normativo de gobierno? Casi 400 contra 200 años es probablemente la menor de ellas.
Johnson muestra además con brillo la profunda paradoja de ese país que habiendo inventado y puesto en práctica la fórmula política de gobierno para respetar los derechos de las personas a ser libres (antes de la Revolución Francesa), fue de los que mantuvo por más tiempo la esclavitud de los negros en su territorio (hasta 1865, casi un siglo después de la Constitución original).
¿Cómo se explica eso que era una tremenda contradicción con el espíritu de su Constitución, además de una injusticia y desigualdad legal y socio-económica inmensa? ¿Cómo convivieron los Estados y grupos esclavistas y opositores tanto tiempo, cuando algunos de los principales redactores de la Constitución (Jefferson incluido) eran opuestos a la esclavitud ? ¿Cómo surgieron y fracasaron tantos intentos por reformar ese aspecto de la Constitución? ¿Cómo se llegó por ese tema a una guerra tal que terminaron muertos o heridos 1 millón de personas por liberar a 4 millones de esclavos?
Johnson empieza su libro con una fuerte declaración: “La creación de EE.UU. es la mayor de todas las aventuras humanas. Ninguna otra historia nacional tiene lecciones tan tremendas para el pueblo americano mismo y para el resto de la humanidad”. Si lo dice alguien que estudió tanto del tema como él, más nos vale a nosotros en este rincón pequeño y lejano del mundo considerar qué tuvo en mente al decirlo.
La historia de EE.UU. nos ofrece lecciones en muy diversos ámbitos, y sobre cada uno, Johnson presenta datos cuantitativos, citas y evidencias muy pertinentes y convincentes. No se limita a lo político, social o económico. Además entrega ilustrativas descripciones de las vidas cotidianas, del desarrollo de tecnologías, ocupaciones, formas de educarse, aprender oficios, costumbres, formas de ocupación de territorios, invenciones, etc. Cada una con ejemplos, cifras de evolución y no pocas anécdotas que lo hacen una lectura entretenida. Altamente recomendable para nosotros en este tiempo de nuestra historia.
La principal lección que me deja la historia de EE.UU. y el enfoque de Johnson, es la necesidad de entender cada evento político, social y económico (como el estallido en Chile y asalto del Capitolio allá) como parte de un proceso histórico largo en una red con muchas partes que no vemos al estar enterradas en un inconsciente personal y colectivo. Sin esta comprensión más profunda se abre el espacio para nefastas interpretaciones puramente ideológicas y es muy fácil equivocarse de camino de salida.
Paradojalmente leí otros tres libros que me mostraron modos de entender los eventos recientes de Chile y encontrar salidas a los desafíos actuales en esa perspectiva más amplia que mencioné. “El lugar” y “Los años” de la última Premio Nobel Annie Ernaux, “Vida contemplativa”, del filósofo coreano/alemán Byung-Chul Han y, sobre todo, “Zen y el arte de cambiar el mundo”, del Maestro vietnamita Thich Nhat Hanh.
En qué sentido ofrecen un mejor camino, me temo que deberemos dejarlo para una posible próxima oportunidad.