Esta semana recordamos las tres décadas desde que se iniciara el gobierno del Presidente Aylwin, el primero democrático después de 17 largos años de dictadura. Me pregunto hoy, a la luz de las enormes dificultades que enfrenta el actual gobierno, el país entero y nuestra democracia, ¿qué hizo tan exitoso al gobierno de Aylwin?

Distinguiría cinco o seis motivos, sin orden de preeminencia ni orden alguno:

Primero, las personas involucradas. Aylwin encabezó un gobierno de personas de excelencia. No solo técnicamente bien preparadas en sus campos propios y con experiencia, sino humanamente excepcionales e íntegros. Aylwin seleccionó a los mejores. No es el caso recordar muchos nombres. Los sintetizo en tres claves: Boeninger, Correa y Foxley. Ese era su equipo político, económico y social, ¿qué mejor? Y todo el resto se les parecía. Fue mérito del Presidente escoger y poner su confianza en ese equipo.

Segundo, el trabajo en equipo. Esto puede sonar cliché hoy día, pero en política y gobierno esa forma de trabajo no es frecuente. Por el contrario, hay muchos egos grandes, agendas propias, y rivalidades políticas y de otros tipos. Muy poco de esto hubo en el gobierno de Aylwin. Creo que no se dio especialmente por el ejemplo que nos daba él mismo con su forma de trabajar en equipo con todos sus ministros y colaboradores.

Tercero, la unidad de propósito. Las personas que integraban el gobierno de Aylwin estaban en su gran mayoría unidas por recuperar una democracia permanente para Chile. Pero no como un fetiche (“objeto de culto al cual se atribuyen poderes sobrenaturales”, RAE), ni como medio para conseguir otras cosas, como podría haber sido incluso alcanzar un desarrollo económico acelerado o una rápida igualdad social. Al revés; entendía necesitar esos desarrollos para sostener la democracia como régimen político. Queríamos la democracia por recuperar nuestra patria de esa mutilación que era estar viviendo sin esa democracia que la constituía. Era para restituirle su alma a Chile, como habría dicho el Cardenal Silva Henriquez. En el fondo nos unía el amor por Chile, y eso también Aylwin nos inspiraba con su conducta.

Cuarto, el gobierno de Aylwin fue tan exitoso por la preparación larga, cuidadosa y rigurosa que tuvo lugar previamente por al menos 10 años, de políticas para todas las áreas claves de un Estado moderno. Ellas tenían por objeto no sólo corregir los errores de Pinochet, sino también no volver a caer ni en los de Allende ni en los de anteriores gobiernos, los cuales en parte nos habían conducido a la pérdida de nuestra democracia. Esto implicó autocríticas dolorosas y revisiones profundas de creencias y postulados tanto de dirigentes socialistas (que empezaron haciéndolas en el exilio) como también de demócrata cristianos e incluso de algunos personeros de derecha. Esto no se hizo de un día para otro (como muchos hubiéramos querido), porque aprendimos que estos cambios requieren tiempo y trabajo duro, silencioso y sistemático. No son sólo problemas técnicos; son sobre todo problemas humanos o personales. Uno necesita un tiempo y espacio apropiado para cambiar de opinión. Para sanar heridas y ofensas. Necesita muchas conversaciones consigo mismo y con otros para creerles sus cambios. Conocerse. Perdonarse. Recuperar confianzas. Todo eso se hizo por años y no por casualidad. Por diseño y con gradualidad. Aylwin fue uno de nuestros maestros en todo esto.

Quinto, Aylwin cuidó su coalición política. Él conocía bien la importancia de los partidos políticos para conservar la democracia. Él era un hombre con una vida entera vivida en un partido. Que lo amaba entrañablemente; conocía personalmente a la mayoría de sus miembros por décadas, ya que lo había presidido muchos años. Y por eso cuidaba no sólo su partido, sino que fue generoso de limitar sus aspiraciones para permitir espacio a otros partidos y consolidar un actuar como coalición de miembros no sólo diversos sino, hasta hacía poco, adversarios.

Finalmente, el sexto motivo del éxito del gobierno de Aylwin fue su propia personalidad y estilo de gobierno. Es bueno recordarlo en este momento de crisis en que observamos que tanta culpa por ella le es atribuida al Presidente de la República y a su gobierno. También cuando se espera que tantas soluciones vengan del texto de una constitución, y tanto menos a las conductas de las personas. El tema del estilo y personalidad de Aylwin daría para otra columna entera. Esbozo algunos puntos: su sencillez y cercanía a las personas de carne y hueso. No a las categorías de ellas o a conceptos (el pueblo, los pobres, etc.). Se sentía bien con las personas,  y se proponía que uno se sintiera bien al estar con él. Empezaba preguntándole a uno por la familia: esposa, padres, hijos. Se tomaba tiempo para estar con uno. Era muy puntual; lo consideraba parte del respeto hacia el otro. Tenía enorme capacidad de confiar en otros y de entregarle su confianza plena en áreas específicas; como a Foxley en economía. Ya mencioné su capacidad de formar equipos y  delegar. Otro rasgo era su humildad y capacidad de escuchar. “De eso yo no entiendo mucho; pregúntele a Edgardo”, me dijo tantas veces. Esa humildad creo que le permitió crecer tanto en sus distintos cargos: como coordinador de la Concertación, como candidato y como Presidente.

Recordando ese día lunes hace 30 años en que asumí la Gerencia  General de Corfo por encargo del Presidente Aylwin para ponerla más al servicio de los chilenos, revivo la mezcla de sentimientos me invadían entonces: susto, responsabilidad, desafío, confianza. Hoy siento sobre todo gratitud. Por la oportunidad de haber podido servir a mi país en ese momento, por el Presidente que me la brindó, por su confianza y, por sobre todo, por el magnífico equipo de personas que colaboramos en ese gran gobierno.