Más allá de la euforia que genera en algunos el resultado de la primera vuelta presidencial en Brasil -y la desazón que genera en otros-, las primeras reacciones se han centrado en el repetido argumento de la desconexión de la élite con la realidad. Lo que pasa es que -aunque repetido- el argumento es cierto y es un fenómeno que se ha acentuado en los últimos años. Los debates de los grupos dirigentes se han centrado en políticas de identidad, en temas complejos, en nichos específicos. El debate suele darse al interior de esos grupos dirigentes, muchas veces lejos de la realidad. Falta sentido común.

 

Pero las personas -en su gran mayoría- no están preocupadas prioritariamente de esos temas. No es que los encuentren irrelevantes o no los consideren, simplemente tienen otras prioridades, hay otros temas que les importan más. Sí, y esos temas muchas veces son olvidados o postergados por los dirigentes. Empleo, seguridad, calidad de vida, resguardo ante la fragilidad de la salud o la edad, son temas prioritarios para las personas que luchan diariamente por un futuro mejor. En América Latina aún tenemos demasiadas urgencias que duelen y que requieren atención de los líderes.

 

Esta desconexión alcanza también a los medios de comunicación. Durante semanas nos hicieron creer que el debate relevante en Brasil era sobre las frases inaceptables de Bolsonaro, sobre sus declaraciones sobre las mujeres y las minorías. Daba la sensación que la elección era una especie de plebiscito sobre la actitud de Bolsonaro. Los que estaban con él apoyaban sus ideas discriminatorias; los que estaban en contra eran la respuesta sensata a un extremista. Si esa fuera la lógica, entonces hoy tendríamos que decir que un 46% de los brasileños apoya las ideas discriminatorias y extremistas de Bolsonaro. O bien, que el 46% de los votantes en Brasil desprecia la causa de las mujeres. Ambas conclusiones claramente no son correctas.

 

La calidad de las instituciones y del sistema de partidos políticos es un pilar esencial para combatir el populismo.

 

El problema fue la lectura que los medios de comunicación hicieron de la elección. Se sumaron a la burbuja de las elites progresistas. La elección no se trataba de eso, la verdad es que a los brasileños les preocupaban otros temas. Les preocupaba el persistente desempleo, la dura pobreza, la sensación de inseguridad, la irritante corrupción. Pareciera que los exabruptos del candidato no eran aquello que captaba la atención de una ciudadanía cansada de la corrupción, de la ineficacia gubernamental, y de la falta de respuesta a sus problemas cotidianos. Respuestas a estos desafíos era lo que los votantes de Brasil miraban expectantes en sus candidatos presidenciales. Y seguirán esperando en la segunda vuelta.

 

El problema es que en momentos en que la desconexión de la política con la sociedad se acentúa, el populismo surge con fuerza. Eso es lo que pareciera estar pasando en este caso, más allá de las recetas de libre mercado que promete Bolsonaro a través de su jefe económico, un reconocido “Chicago boy”. Es lo que está pasando en muchas partes del mundo. Esta vez es una especie de populismo de derecha en América Latina; en otros -la mayoría-  han sido casos de populismo de izquierda. De derecha o de izquierda, los populismos son malos para los países. Todos buscan el antídoto contra el populismo. Es difícil de encontrar una “bala de plata” o solución mágica. Pero lo que sí está claro es que cuando el sistema de partidos políticos se ensimisma y desconecta de la realidad, surge el espacio para los liderazgos populistas. La calidad de las instituciones y del sistema de partidos políticos es un pilar esencial para combatir el populismo.

 

Por eso es tan importante mirar con atención el proceso de renovación de nuestros partidos políticos y de sus líderes. La pregunta central es cómo sus plataformas programáticas se hacen cargo de los problemas más importantes de la sociedad. Evidentemente tienen que diferenciarse, encontrar nuevos nichos, abordar nuevos desafíos. Pero lo que no pueden dejar de hacer es estar cerca y conectados con la realidad, dando respuestas sensatas y posibles a los problemas que más importan a los chilenos.

 

En nuestro país, el sistema de partidos está en un proceso de cambio. Se está cerrando el ciclo de la transición, se modificaron las reglas electorales, se alteraron las regulaciones sobre los partidos, se crearon nuevas normas sobre campañas y financiamientos. Además, las coaliciones están en proceso de reorganización y posicionamiento. En síntesis, los partidos enfrentan un escenario diferente, y su futuro es incierto. En el caso de la centroderecha, el triunfo en la última elección presidencial fue una señal de conexión y sintonía. Pero la política es dinámica y se requiere un esfuerzo permanente de renovación, sintonía y proyección. Es necesaria la competencia interna, la discusión, la renovación de liderazgos, el espíritu de discusión crítica y la amistad cívica. No hacerlo es abrir -aunque sea sin quererlo- la puerta al surgimiento del populismo.