Para la elección de consejeros constitucionales que se realizará en mayo, los dos ejes del Socialismo Democrático optaron por estrategias diametralmente opuestas: el PS optó por el entreguismo, abrazando el calor de Apruebo Dignidad y pactando con quienes han sido reales verdugos del antiguo régimen (parece que se les olvidó el episodio de las primarias 2021, que terminó con un “no se humilla así al partido de Allende”), mientras que el PPD optó por el camino de la obstinación, es decir, mantener tenazmente, aunque sea con respirador artificial, el pacto de la antigua Concertación.

Duro final para un bloque que no es más que la mitosis de una misma célula: el PPD fue concebido como un partido instrumental para permitir que el socialismo pudiera presentar candidatos en 1989, y de hecho, hasta mediados de los ’90, varios personajes participaban en la orgánica de ambos partidos. Pero eso es parte de otra historia.

Hoy, en cambio, el PS ha decidido emprender el éxodo, lo que les ha traído bastantes costos. Incluso internos. ¿El más notorio? La bajada de José Antonio Viera-Gallo, quien habría sido un lujo para el Consejo Constitucional (ha sido ministro de Estado, miembro del Tribunal Constitucional, senador y presidente de la Cámara de Diputados) pero que descartó postular, con un breve tweet que lo dice todo: “Agradezco a la directiva del PS el ofrecimiento de postular al Consejo Constitucional. Lamentablemente, la separación del Socialismo Democrático y la configuración final de las listas en la RM (Región Metropolitana) y en Biobío me han llevado a declinar la propuesta”.

En todo caso, no es primera vez que el PS actúa con brutal pragmatismo. En 2017, el Comité Central votó por llevar de candidato presidencial a Alejandro Guillier y no a un Ricardo Lagos que ya había sido proclamado por el PPD. Fue desconcertante que “el partido de Allende” prefiriera a un senador independiente, sin historia política y cuyo mayor capital era “provenir de la tele”, en vez de uno de los socialistas más icónicos, líder de la oposición a Pinochet y exitoso ex Presidente de la República.

La historia terminó por demostrar el craso error de los pragmáticos: Guillier perdió la presidencial, se mantuvo como un deslucido senador por un tiempo, y luego desapareció del mapa —ningún partido le dio patrocinio para repostularse— mientras que Lagos sigue siendo un viejo sabio que genera titulares cada vez que abre la boca.

Pero como las cúpulas del PS parecen tener el “síndrome de Dory” (la de Buscando a Nemo) hoy han apostado por el mismo pragmatismo cortoplacista, en vez de considerar su historia, raíces y ADN, haciendo oídos sordos a la canción desesperada del PPD, partido que no escatimó en burlas a la oferta de Apruebo Dignidad, a la que bautizó incluso “la lista del indulto”.

Así, este quiebre matrimonial ha terminado por generar una guerra fría entre entreguistas y obstinados. El argumento de los primeros es que ellos miran al futuro, mientras que los otros miran al pasado.

La apuesta del PS es convertirse en el brazo fuerte de Unidad Para Chile (ya apodado UP Chile), suponiendo que si no se suman, el Frente Amplio y el PC les pasarán por encima. Suena razonable. Excepto por un pequeño detalle: sus nuevos socios nunca les van a ceder ni una gota de poder político, y van a esperar el momento adecuado para desplazarlos al patio trasero. Los jóvenes frenteamplistas tienen muy claro que deben “matar al padre”, y el PC, por su parte, tiene cuentas pendientes con el PS que se arrastran desde los primeros años de la Concertación. Y ya habrá tiempo de cobrarlas.

Visto así, el entreguismo del PS es más bien una claudicación. Es la aldea que se subyuga ante los invasores, con la esperanza de que estos últimos sean benévolos y los traten mejor que a los rebeldes. Puede ser una estrategia válida, si la colonización es inminente, pero no por eso deja de ser un sometimiento. El PS tendrá que saber que, pese a sus cortos años de vida, Apruebo Dignidad tiene otros códigos y su propia cultura organizacional. No es llegar y decir “es que antes lo hacíamos así”. Ahora tendrán que aprender a comportarse en su nueva casa.

En todo caso, el asunto no es más fácil para el PPD (ni para el resto de la antigua Concertación). Ellos son hoy la resistencia, pero deben saber que la izquierda crece en el otro bloque. Son los otros los de la fiesta. Ellos, en cambio, son los desadaptados, los underdog. Y no es fácil mantener un relato de centroizquierda con ese telón de fondo. Pero sí, al menos podemos reconocer que esta obstinación es una forma de resistencia. Y se valora el coraje. Aun cuando no haya luz en el horizonte. Todo parece indicar que la oscuridad durará un buen tiempo en ambos hemisferios del Socialismo Democrático.

*Roberto Munita es abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University.

Abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University

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