El 1 de abril pasado, en diversas ciudades de la Argentina, decenas de miles de personas salieron a la calle en lo que se llamó la Marcha por la Democracia. Hubo banderas argentinas, una concurrencia heterogénea con predominio de clase media y de todas las edades y muchos carteles caseros con una enfática defensa de la democracia. Pareció una respuesta a las menciones en los últimos actos de sectores radicalizados que el Presidente podría renunciar antes del fin de su mandato.

Días antes, a través de las redes sociales, bajo los hashtags #1A, #1AYoVoy y #marchaporlademocracia, los argentinos se autoconvocaron sin el visto bueno de los funcionarios. Por ello, la forma espontánea con la que cientos de miles de personas respondieron al llamado de las redes sociales es un valor diferencial de esta manifestación.

Los testimonios recogidos tuvieron en común una reprobación al estilo político del kirchnerismo, un hartazgo con los piquetes y las interminables huelgas -como la docente- y más puntualmente la indignación ante la reivindicación explícita del terrorismo. Reclamaban además los valores de una convivencia en paz, justicia para los posibles hechos de corrupción de la ex presidenta Kirchner, erradicar definitivamente los piquetes, una mayor seguridad ciudadana y justicia por la muerte sospechosa del fiscal Alberto Nisman. Hubo también apoyo directo al primer mandatario.

Ni bien iniciado marzo multitudes opositoras lideradas por las cabezas sindicalistas y piqueteras del kirchnerismo marcharon durante todo el mes –hubo más de 500 piquetes- contra el gobierno en un duro monólogo opositor. Fueron justamente ellos quienes encontraron en esta manifestación una respuesta pacífica pero enfática. Esa réplica no pone límites, porque estos movimientos antisistema no los conoce en su forma cívica. Pero sí tiene de importante fijar un criterio: el Gobierno tiene quien lo defienda.

Pocas veces la sociedad argentina se moviliza. Lo hizo durante el conflicto con el campo en el 2008, evitando la aplicación de retenciones impositivas expropiatorias; con cacerolazos, cuando se radicalizó el cristinismo de Cristina Kirchner que luego la llevara a un rotundo fracaso electoral y tras la violenta muerte del fiscal Alberto Nisman el 18 de enero de 2015. En todos los casos ha significado un freno al avasallamiento de esas minorías que ha colaborado en evitar una debacle al estilo venezolano.

En este caso parece haber quedado claro una cosa: buena parte de la ciudadanía no está dispuesta a que sólo se sigan manifestando los sindicalistas y piqueteros que buscan desestabilizar al gobierno actual hasta derrocarlo si fuera posible. Como ninguna administración no peronista pudo terminar su mandato desde 1928 (1938 si se considera el gobierno de Agustín P. Justo pero quien tuviera el apoyo de la junta militar gobernante hasta entonces) creen que ahora podría ser igual y ante el caos, volver ellos al poder. Pero la gente se ha tomado en serio la tarea de defensa de la democracia aun cuando ni el propio Gobierno crea que se esté atravesando una situación límite que pueda llevar a un final precipitado.

Las concentraciones resultaron masivas. Sin embargo no todos los que marcharon apoyan sin más al gobierno de Macri. En varios casos, bien vale la frase del escritor argentino Jorge Luis Borges en su poema Buenos Aires: “…no nos une el amor sino el espanto”. Es la mejor definición con que propios y ajenos definen proyectos políticos cuando la única razón es una suerte de enemigo común.

Por ello, esta manifestación no se trató de un apoyo incondicional al Presidente. Fue más bien una defensa de valores republicanos mínimos y, más pedestremente, de una forma lógica de convivencia ciudadana de parte de personas que creen que Macri es el mejor vehículo para representarlos.

Sin embargo la revolución inversora se posterga y si en serio hay una recuperación de la economía, cuesta sentirlo, aun cuando sea demasiado pronto para salir del entuerto dejado por 12 años de kirchnerismo. El cóctel resultante es delicado: confianza social a la baja, conflictividad en la calle que no logran contener y un poder limitado de la administración para imponer medidas.

El Presidente y su Gobierno pasaron de la inquietud por la marcha a la sorpresa de haberse cumplido el mejor de los escenarios, desatando sus sentimientos e incluso lágrimas. Pero dentro de siete meses hay elecciones legislativas y el cheque de la Marcha por la Democracia no fue dado en blanco.

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